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POLíTICA | 20-03-2020 20:28

Coronavirus: cómo vivió la Capital su primer día de cuarentena obligatoria

Comercios cerrados, colas en las farmacias y muchos policías que controlan el paso. El miedo apenas está disimulado, en una ciudad que no está del todo vacía.

Está rara. Naturalizar una ciudad semi desierta es un proceso realmente difícil. ¿Son las mismas calles de hace sólo un par de días, un par de horas? Es extraño, sobre todo porque en un punto cautiva: es como entrar en una película apocalíptica. Los comercios cerrados, policías por doquier, gente que camina rápido y con un miedo apenas disimulado. El Coronavirus transformó a la Capital Federal en otra.

La avenida Rivadavia se ve igual. Está repleta de edificios y de hormigón, incluso hasta circulan algunos colectivos, pero falta todo el resto: las persianas están bajas y casi no hay peatones. Tres oficiales de Seguridad custodian el acceso a la estación del subte A de Primera Junta. A un hombre de 30 años no le dejan pasar y se enoja, protesta, insiste. La agente no da marcha atrás aunque intenta razonar. “Señor, entienda que no es decisión mía, sólo estoy cumpliendo mi trabajo”. Parece un discurso repetido: no debe ser la primera vez en el día que lo dice.

El tour por esa senda, vía Rosario-Muñíz-Yrigoyen-Ecuador, continúa tan distinto y tan igual como el resto de Caballito. Se repite una imagen: los únicos locales que abren, los de primera necesidad, tienen largas colas con largas distancias entre los que esperan. El guardia de un Coto, un señor de 40 años, le pone alcohol en gel en las manos a todos los que entran. En esas filas casi no se habla. La Ciudad está callada.

Para las 14 el sol está alto y molesta. En Once decenas, más de lo que uno pudiera imaginar, transpiran esperando los colectivos. Noemí, una chica rubia de 30 años, lo sufre en uno de los costados de la Plaza Miserere: está vestida con un mameluco blanco, con un barbijo profesional y unos anteojos transparentes. Ella y su compañera, ambas de la Policía de la Ciudad, se acercan a dos surcoreanos que están sentados en el piso, a 30 metros del humano más próximo. Los hombres llegaron de Brasil el 2 de marzo y no se sometieron a cuarentena. Ahora los tienen demorados. La situación se estira, y en todo el proceso la tensión flota en el aire. ¿Tendrán el virus? ¿Lo tendré yo? Noemí hace las pruebas y se va a sentar a un banco, se saca los anteojos, el barbijo, el mameluco que le cubría la cabeza. Se pone alcohol en gel y toma un larguísimo trago de agua. Está transpirada. “No sé si tienen fiebre”, le dice a NOTICIAS y, aunque no lo diga, se le nota: está preocupada. Ella y su docena de compañeros estuvieron todo el día en contacto con posibles portadores de la pandemia, y a la mañana demoraron a un mercedense que regresaba de Brasil y no se había aislado. Los efectivos tienen el mismo traje azul que hace una semana, pero ahora parecen otros, más heroicos, más justos, o quizás sólo más necesarios.  

Una hora después se comprueba que ninguno de los coreanos tiene fiebre ni síntomas del Coronavirus. La delicada maniobra se da gracias a un héroe anónimo: James, un chino de 35 años que vive desde hace 11 en la Capital, cruzó desde su casa frente a la Plaza cuando vio en la televisión que habían demorado a los hombres. Se ofreció como traductor y, a pesar de que los demorados no eran de su país, como informaban algunos medios, se pudo hacer entender con su inglés fluido.

En las afueras de la Casa Rosada la situación es otra. Hay más policías que en el resto de la Ciudad –se concentran en los lugares claves pero en las calles internas es raro ver a un efectivo-. No hay una sola persona en la Plaza de Mayo. “Che, ¿qué haces acá? ¿No te das cuenta que no se puede salir?”, le dice un agente a este cronista. Cuando ve el carnét de prensa, lo deja seguir. “Sólo vinieron periodistas hoy”, cuenta. De la casa de Gobierno sale un funcionario de la Jefatura de Gabinete. Cuenta que están coordinando “todo”, preparando el país por si los casos comenzaran a acumularse –algo que muchos preveen-. Adentro están “Wado” de Pedro, Santiago Cafiero, Fernando Navarro. No hicieron home office, como Alberto Fernández y gran parte del Gobierno. Trabajarán, todos, hasta tarde.

Los que también transpirarán hoy y en los días que siguen serán los que atienden farmacias. En todas hay colas, y los barbijos, guantes y alcohol en gel son objetos codiciados. “Así como llegan, se van”, cuenta Santiago, un joven que trabaja en un Farmacity de Avenida de Mayo, donde los venden a $53. En la caja hay una barrera que te aleja un metro de los cajeros que atienden. Hay que dejar el objeto que se está por comprar junto al dinero y después retirarlo junto al vuelto. Hasta nuevo aviso, se terminó el contacto.

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Juan Luis González

Juan Luis González

Periodista de política.

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