Friday 29 de March, 2024

POLíTICA | 07-09-2022 13:53

El plan de Cristina Kirchner para salvar el relato

El juicio le sirvió, a ella y al kirchnerismo, para recobrar la mística de la proscripción. Ganar la calle y fricciones internas por la idea del indulto. Las dudas de Alberto y la estrategia de Massa.

El momento en que las 1800 páginas de las escuchas del teléfono de José López entraron a la causa Vialidad está claro. Fue el 27 de junio, cuando el Tribunal Oral Federal 2 aceptó el pedido de la fiscalía de incorporar esa evidencia, en la última audiencia de debate previa al juicio oral. En cambio, el instante en que la defensa de Cristina Kirchner encontró, en esa maraña de información, los comprometedores mensajes entre el ex secretario de Obras Públicas y Nicolás Caputo, el amigo del alma de Macri, es más difuso.

En el círculo de la vicepresidenta arriesgan que fue durante las primeras jornadas de alegato del fiscal Diego Luciani. Es decir: la ex presidenta se enteró de estas conversaciones sobre la hora, en el arranque de agosto, poco tiempo antes del video en vivo que hizo desde su despacho en el Senado y que sacudió al país entero. Podría parecer un debate para los historiadores del futuro, pero fue ese hallazgo el que convenció a Cristina de cambiar la estrategia. Fue el giro que estaba buscando -necesitando- para salir al ataque. Fue la excusa que le faltaba para intentar, una vez más, salvar el relato. Con la economía en caída libre y un gobierno atado con alambre, es todo lo que le queda.

Calle. La vicepresidenta estaba en su domicilio en Recoleta en la noche del lunes 22. Unas horas antes Luciani había terminado su novena jornada de alegatos -casi tantas como las que hizo el fiscal Julio César Strassera en el Juicio a las Juntas- pidiendo 12 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. CFK había solicitado ampliar su declaración, idea que le fue negada por el Tribunal, y por eso masticaba bronca en el departamento de Juncal y Uruguay.

Hasta aquella noche, los que la tanteaban sobre la idea de una gran movilización, o una “pueblada” como dice Hebe de Bonafini, recibían respuestas esquivas. “Cristina, como toda peronista, sabe que nosotros hablamos en la calle”, era la traducción que hacía el universo cristinista de los deseos de la jefa. El subtexto que interpretaban varios que la conocen bien era que, igual que Juan Domingo Perón en 1955, la ex mandataria prefería evitar acciones de final incierto y tal vez trágico.

Pero algo le tocó una fibra sensible en las horas intensas del lunes 22. Fue algo que le aflojó el nudo de preocupación que tenía atragantado por la avanzada judicial, un malestar que había llegado a ser tan grande que la había llevado a desprenderse de la supervisación de la economía sin demasiados miramientos. Es el mismo nervio que explica que, días después de que un fiscal pidiera semejante pena -en una causa en la que ella está convencida de que la van a encontrar culpable-, Cristina esté “exultante, como en su mejor momento”, según repite su círculo.

Es que esa noche comenzó una “vigilia”, que duró varias jornadas, de miles de militantes autoconvocados, una postal que se repitió cuando el martes 23 ella habló desde el Senado y un enjambre de personas se acercó ahí también. Fue una movilización que tuvo su correlato en la política. La mayoría de los gobernadores peronistas -con la llamativa excepción de Gildo Insfrán, de Formosa, y de Sergio Uñac, de San Juan-, la CGT, movimientos sociales como Barrios de Pie y el Evita, que arrastra una tirria histórica con el kirchnerismo, salieron a apoyarla. Hasta Miguel Ángel Pichetto y dirigentes del PTS -en lo que ocasionó una interna adentro de la izquierda- se sumaron a la oleada contra la avanzada judicial.

Lo de Sergio Massa merece una mención aparte. Su tuit en defensa de la vicepresidenta llegó en la tarde-noche del lunes, cuando ya la gran mayoría del Frente de Todos se había expedido sobre la cuestión -fue a las 18:28, más de una hora después que el pronunciamiento del Presidente-. El mensaje, que decía que era “absurdo plantear que el Jefe de la Administración es responsable por cada uno de sus dependientes”, tuvo además un tono mucho más jurídico que político. Fue un mensaje que se leyó a varias bandas. No sólo era la primera vez desde que se creó el Frente de Todos que el tigrense opinaba de las causas judiciales de Cristina -en su momento, la lucha contra la corrupción había sido una de las grandes banderas del actual ministro-, sino que además fue el único pope del Frente Renovador en salir a defender a la vicepresidenta, algo que no hizo ni Malena Galmarini ni ninguno de los ministros que le responden. Parece un juego de equilibro, de los que acostumbra Massa, para quedar bien con Dios y con el diablo.

Pero por este encolumnamiento, y la centralidad que le otorga, es que CFK, al momento del cierre de esta edición, está “exultante”. Porque mientras haya miles que se muevan para defenderla, y mientras el peronismo se agrupe detrás de ella, el relato tiene chances de sobrevivir.

Olivos. Ese mismo lunes, Cristina recibió el llamado de Alberto. Fue una conversación larga, que se volvió a repetir el martes y el miércoles. La relación entre el Presidente y su compañera de fórmula, en esta instancia, parecería no tener marcha atrás. Hay diferencias políticas que se fueron transformando en personales, pero ese barro de reproches tuvo en estos días un capítulo nuevo y de final todavía incierto.

Al mandatario, que le gusta recordar su expertise en el Derecho en cada ocasión que tiene, el lugar de defensor legal de la vice le sienta muy cómodo. Es ganancia por donde se lo mire: recupera -o piensa que puede recuperar- relación con CFK y recupera -o eso cree- centralidad política. La conversación entre ambos -que tuvo luego su correlato en que el Presidente cambió la agenda de esos días para no tapar el momentum de CFK, aunque no quiso bajarse de las clases que da los miércoles en la UBA- venía apalancada por un pedido implícito de la dirigencia oficialista. “Es que hace mucho que no estaba el Gobierno tan unido”, se sincera un ministro, una sensación que explica el apoyo que se vio en la calle, en los comunicados y en las redes: la que denuncian como persecución a Cristina es, antes que todo, una excusa, quizás la última, para que el Frente de Todos se muestre como un aparato coordinado y con fortaleza. Es decir, es una oportunidad para que el oficialismo se exhiba como algo que dejó de ser hace ya mucho.

Por eso es que la idea de un indulto presidencial levantó polvareda en todas las terminales del oficialismo. En el medio del tembladeral pasó desapercibido, pero la tensión que generó esta posibilidad desnuda que las tensiones entre el albertismo y el cristinismo siguen existiendo más allá de los embates judiciales. En el lado K de la grieta dicen que jamás CFK aceptaría un indulto, ya que ella no se considera culpable, y que esto es tan claro que la simple idea de fantasear con él sólo puede haber nacido de la mala voluntad del círculo que rodea al mandatario. El albertismo se defiende con la idea contraria: que son los cristinistas -el ex juez de la Corte Eugenio Zaffaroni lo pidió abiertamente en una entrevista- los que insisten con tener la posibilidad a mano. Si el Presidente estaría a favor o no de indultarla, llegado el caso, es algo que permanece en una zona gris. “Acá, por ahora, nunca se habló de eso”, dicen desde Olivos, y el “por ahora” parece ser lo más relevante de esta explicación. “Es que Alberto intenta adivinar lo que quiere Cristina, a ver si vuelve a recuperar su atención”, explican cerca suyo. En una columna que acompaña a esta nota, el diputado oficialista Eduardo Valdés es claro: “No buscamos indultos, exigimos Justicia”.

Bombos y platillos. Pero la primera línea de defensa del cristinismo será en las calles. Apalancada con lo que vivió desde su departamento en Recoleta, CFK ya dejó de vetar la idea de una gran movilización. Todos los cañones apuntan a una marcha el 17 de octubre, con todo lo que eso significa: no serán ya sólo los militantes autoconvocados sino que también irán sindicatos, intendencias, movimientos sociales y gobernadores. El planteo de Cristina en su alegato blue -“van por el peronismo, no por mí”-, más el pedido desde su balcón en el Senado de que “canten la marcha”, sumado a la coincidencia simbólica de la fecha de la movilización, desnuda el juego de espejos históricos que quiere hacer la vice. La otra epopeya que se intenta construir es la de emparentarla con la proscripción a Lula. Es llamativo: varios mandatarios latinoamericanos emitieron su solidaridad con ella, pero no así el brasileño. Quizás, con las elecciones cariocas a la vuelta de la esquina, a Lula no le convenga quedar tan pegado a CFK.

De cualquier manera, en el ecosistema del círculo rojo nadie cree que la vicepresidenta vaya a ser condenada durante este gobierno. Una explicación son los tiempos judiciales: la condena en primera instancia podría llegar en diciembre o en febrero del año que viene, y luego quedan las apelaciones en la Cámara, en la Corte Suprema y, eventualmente, en la Corte Interamericana. Eso sin contar que en el medio, en las elecciones del 2023, ella podría convertirse en senadora y lograr así fueros por seis años más. Además, está la dificultad manifiesta de probar la figura de la asociación ilícita, el delito que se le imputa, a un gobierno elegido democráticamente. El planteo de lo improbable de una condena -y mucho más con una proscripción- es una idea que subyace también de la tribuna K, cuando hablan de que la avanzada judicial les sirvió para “recuperar la mística”. La posibilidad efectiva de una condena aparece varios escalones atrás que el efecto político que ya tuvo.

Futuro. José de San Martín usaba una frase para explicar el comportamiento del ser humano en los momentos más difíciles. “El que se ahoga no repara en lo que se agarra”, decía el prócer revolucionario. Es una idea que puede aplicar ahora para la vicepresidenta y los entuertos en que la sumerge una Justicia muy selectiva.

En plena crisis económica, con un feroz ajuste que está capitaneando Massa y su ministerio, y en el contexto de un gobierno partido por las internas y con pocas chances electorales, Cristina no tiene mucho más a mano para defender su figura que agarrarse de la políticamente direccionada avanzada de la Justicia. Es que la que se ahoga no es ella, es el relato. Salvarlo es la máxima prioridad.

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Juan Luis González

Juan Luis González

Periodista de política.

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