La reunión era en el Hotel Libertador. Javier Milei ya había ganado las elecciones y en cuestión de días iba a asumir la Presidencia de la Nación. Por eso un grupo de empresarios de primer nivel, no más de una docena, se organizaron para pedirle un encuentro para intentar avizorar la Argentina que se venía. Pero la charla no fue, para nada, como ellos habían imaginado.
Es que la persona más votada del país, a la que tenían sentada frente a ellos en la suite presidencial del hotel, no ofrecía respuestas. Para casi ningún tema. De hecho, cada vez que abría la boca, el libertario decía algo bastante parecido. “Está bien eso, está bueno, pero hay que hablarlo con el Jefe”, “de eso se encarga el Jefe”, “ese es un tema del Jefe”. Los empresarios, que manejan millones de dólares en sus compañías y pagan el sueldo de cientos de personas, se fueron desconcertados del encuentro.
El hombre que había organizado el mitín se acercó a Milei cuando terminó la reunión, para realizarle una confidencia antes de irse. “Javier, te lo digo porque te quiero y te respeto. Sos el presidente de Argentina. No podés decir ante nosotros que vos no tomás ninguna decisión de nada, que el jefe es otra persona. Sino nadie te va a dar entidad, ¿entendés? Van a querer reunirse con el jefe, no con vos”, le explicó, casi con paciencia de profesor de primaria. Pero el libertario tenía guardada una sorpresa más. Es que, con total seriedad, Milei le dijo que el problema no era él, sino ellos. “Es que ustedes no entienden: ella es Moisés”.
Moisés es el Jefe. Y el Jefe es Karina Milei, la persona más importante del Gobierno que acaba de arrancar. Casi tanto como su hermano.
La elegida.
“Suponete que vos fueras el próximo presidente. ¿Qué cargo tendría tu hermana?”, le preguntó Eduardo Feinmann a Milei. “El que ella quiera, porque en el fondo, o sea, digamos... yo creo que tendría más el rol de Primera Dama. Pero hay un chiste que hacemos con ella: que yo hice todo esto para que ella sea Primera Dama”. La entrevista, en el estudio de La Nación +, es de abril del 2022.
Desde entonces algunas cosas cambiaron, como, por ejemplo, que el entrevistado es efectivamente el Presidente de la Nación. También se modificó el puesto que el economista había imaginado para ella, aunque había dicho en varias entrevistas que no iba a tener un rol formal. Karina no es Primera Dama, sino secretaria general de la Presidencia. Pero desde ese cargo, que en los papeles significa que quien lo ocupa es apenas un asistente personal del mandatario -¿cuántas personas saben quién fue su predecesor?-, la hermana monopoliza todo. Y todo es todo.
Es la persona que no se despega de Milei. Desde entrar con él a las reuniones de Gabinete -donde es quien primero lee los papeles que su hermano debe luego revisar- a acompañarlo en el viaje a Bahía Blanca, incluso al lado del Presidente cuando va a visitar a los heridos por el temporal. Es quien revisó los nombres y currículums de los postulantes a ministros, quien les bajó el pulgar a unos y se lo subió a otros. Es quien comandó la razzia que le prohibió la entrada al Gobierno a históricos del espacio como Ramiro Marra y Carolina Píparo (una expulsión de cuadros similar a la que comandó a mediados del 2022, cuando echó al grupo fundador de LLA, integrado, entre otros, por Carlos Maslatón y “El Presto”).
Estos son, apenas, algunos ejemplos. Es más difícil, en cambio, encontrar la mano de Karina en ideas o proyectos que se hayan llevado a cabo. Hay algunos: el sorteo de la dieta de diputado, la insistencia en ir en el 2023 por la Presidencia -cuando muchos en el espacio decían, después de las elecciones legislativas, que había que buscar primero la Ciudad-, y la estética rockera de Milei son obra suya.
Sin embargo, la estela de Karina en el Gobierno y en el espacio se ve más en lo que no sucede. En lo que evita que pase. Es que ella es, antes que todo, una centinela de su hermano. La que vigilia, desconfía y recela. Tiene una misión, que fue rápidamente revelada para los ministros y ministras: nadie en el Gobierno puede osar competir con el exclusivo protagonismo de su hermano, que convenientemente viene con el de ella adosado. El resto son todos actores de reparto.
Lo saben todos los que fueron expulsados del espacio por el pecado de tener una voz o una carrera propia, y lo sabe hasta Guillermo Francos. En el último tramo de la campaña el ministro del Interior había levantado mucho el perfil, y su figura, que se destacaba por su presencia de político de carrera frente al resto del espacio, estaba empezando a crecer. Karina, la guardiana, le recordó que su tarea era bien distinta. Desde entonces, Francos bajó su aparición pública. “He visto personas que, cuando llegan a la Casa Rosada, se traban por el nerviosismo. Pero Karina no. No le tiene miedo al poder. Se mueve como pez en el agua”, dice una fuente con despacho en esos pasillos. Otra apunta: “Karina no tiene enemigos, porque si te peleás con ella estás afuera”. Victoria Villarruel y Fátima Florez están, sin embargo, en esa lista de los que no quiere.
Hay otra cosa en la que Karina procura cuidar a su hermano. Es algo bastante más mundano, pero que tiene el peso de la brutal fuerza de la biología: la papada de Milei. El Presidente tiene una especie de complejo con esa parte de su cuerpo. Por eso la pose que usa para las selfies. Y por eso, también, prohibió el ingreso a fotógrafos al recinto en el Congreso el día de la asunción: desde ese lugar, por el ángulo, sólo pueden hacer una foto desde abajo. El Jefe es consciente de este asunto -como también lo saben todos los que rodean a Milei- y por eso tiene bien aceitado el mecanismo cuando hay que publicar una imagen del mandatario: se la envía con rapidez a Eugenia Rolón, una de las influencers de su confianza que tiene escritorio en la Rosada, que la edita y se la devuelve. En el medio, la papada desaperece. Son las fuerzas del photoshop.
Moisés.
Desde que Santiago Caputo acercó a su tío Luis a Milei, hace más de un año, la relación había ido en crecimiento. Pero cada vez que el libertario lo tanteaba con la idea de sumarse como ministro se encontraba con la misma respuesta: la esposa y los hijos de “Toto”, que habían sufrido mucho la exposición del padre -incluyendo algunos escraches en eventos que nunca salieron a la luz-, no querían. Karina le propuso a su hermano que armaran una cena entre los cuatro. Y ahí Milei le dijo a los Caputo una de las palabras más importantes en su cabeza, una que, según él cree, le llegó a través del “canal de luz” que le abrió su perro muerto Conan con Dios. “Toto, vos sos parte de la misión, sos un elegido”. Aunque la frase pueda sonar rimbombante, lo cierto es que desde aquella cena la esposa de Caputo no volvió jamás a mostrarse en contra del proyecto. Todo lo contrario: ahora se la ve muy entusiasta con el Gobierno.
Aunque apenas es una anécdota, la escena refleja el corazón de la aventura de los Milei. Los hermanos creen que Dios los eligió, y todo lo que hacen se desprende de esta idea: están convencidos de que su vida es parte de un plan profético diseñado por una fuerza superior, una convicción mística que en el ejercicio del gobierno se nota en cuán a fondo van las medidas y proyectos. Esto es central para entender también el poder de Karina: ella es el Jefe no sólo porque es la única persona que estuvo al lado de su hermano a lo largo de toda una vida solitaria y difícil, sino porque ocupa un rol central en esa conexión mística. Fue ella, que dice poder hablar con animales vivos y muertos, quien comunicaba a Milei con su perro difunto. Y es ella, piensa Milei, la elegida por Dios. “Yo soy Aarón, el divulgador hermano de Moisés, pero Kari es Moisés”, le dijo a Viviana Canosa en una entrevista, con lágrimas en los ojos. Un dato curioso: Aarón es también el nombre del perro de Karina -“mi sobrino”, lo llama el Presidente-, que en estos días se hizo famoso por una participación junto a su dueña en un programa de Guido Kaczka en el 2016. Es una cruza de nombres singular, pero no es la única. Es que Milei también llama “El Jefe” a Dios, y jura que no sale de su casa sin un papel en su bolsillo que lleve esas dos palabras anotadas, para recordarle todo el tiempo la presencia de quien le encomendó una misión divina.
Acá radica el poder de Karina. Nace entre los entresijos de la difícil biografía de Milei, de lo que le cuesta a él resolver temas -salvo que sean de economía, el área donde se siente cómodo-, de la dimensión mística, pero también del afán de protagonismo de la hermana. Hay que tener en cuenta que, hasta hace un par de años, Karina vendía tortas por las redes, tiraba las cartas del tarot y mantenía comunicación con animales muertos. Le costaba llegar a fin de mes y Milei le regalaba parte de su sueldo. Se había recibido de relacionista pública en la UADE pero no se le conocen trabajos destacados, más allá de su pastelería digital y de la empresa de venta de neumáticos que su padre montó y que ella administraba.
Ahora concentra el poder de un Gobierno nacional. Y lo hace de manera curiosa, exigiendo fanatismo y abriendo poco el juego. Varios en el oficialismo apuntan a un dato: Karina tardó un mes en nombrar a su primera funcionaria en el Gobierno. No tiene senadores ni diputados que le respondan, salvo Romina Diez de Santa Fe. Su única terminal política era el armador Carlos Kikuchi, a quien expulsó hace dos meses. “Como me cagó a mí nos va a cagar a todos”, dijo “el Chino” ante una decena de legisladores del espacio el día que le comunicaron su despido y salió hecho una furia del Hotel Libertador. Ahora Kikuchi armó un bloque separado en el Senado bonarense. “Ella quiere figurar. Tiene una agenda paralela, que no es sólo la de Milei. Le gusta el protagonismo y también la plata”, dice uno de los primeros expulsados del espacio.
Sus capacidades en el cargo están aún por verse. A pesar de que Fernando de Andreis, que ocupó ese mismo rol en la presidencia de Macri, la está ayudando en lo que puede, parecería que la mujer está haciendo sus primeras armas. Por lo bajo, apuntan a ella por la demora en la mudanza a Olivos. Pero no hay apuro. El Jefe maneja los tiempos.
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