El Gobierno se resignó a cortar comunicación con Diego Spagnuolo en las últimas horas del miércoles 20. Para aquel momento, el escándalo que había desatado la filtración de unos audios donde él denunciaba un sistema de corrupción en el area de discapacidad que salpicaba a Karina Milei ya era una noticia nacional. Los últimos intentos de la cúpula del Ejecutivo fueron en vano: en mensajes que la Justicia va a encontrar en el teléfono del otrora abogado del Presidente distintos popes del oficialismo lo intimaron a aceptar la culpa de la situación, a presentar todo como el error de una imaginación febril, a pedir perdón por afectar la reputación de los funcionarios a los que habría mancillado sin sentido y a entregar su renuncia.
Para aquellas horas Spagnuolo estaba exactamente igual al estado en que se encontraba cuando cerró esta edición: en shock, pero con algunos momentos breves de lucidez, raptos de consciencia donde intenta activar todo lo que aprendió luego de recibirse en la facultad de Derecho de la UBA. Es que “el infierno” que está viviendo, según le dice a los pocos con los que sigue hablando, no arrancó hace una semana, aunque ahí fue donde él se empezó a quemar. Desde hace un año viene pensando de qué manera darle un final a su experiencia en la función pública, sin que eso implique terminar en la cárcel. Todo ese tiempo ese fue su gran temor, aunque ahora se puso peor. Mucho peor.
Hoy, recluido en su casa en Pilar, con la única compañía de su hermano, un abogado penalista, directamente teme por su vida. Sin embargo, consciente de que cualquier movimiento que haga va a tener en el futuro inmediato una repercusión judicial, se negó a aceptar lo que le pedían del oficialismo. No quiso presentar su renuncia y el Gobierno lo terminó expulsando, el inicio de una política defensiva que iba a terminar con el propio Javier Milei acusándolo de “mentiroso”.
Una semana después, Spagnuolo seguía pensando lo mismo: que él no tiene nada que ocultar y que los culpables son otros. A los tumbos se encontró en el medio de su peor pesadilla. Ahora, recluido en Pilar, el ex funcionario de la Andis procura mantener un silencio estricto, a la espera de que se terminen de filtrar nuevos audios o de que le llegue una imputación formal por parte de la Justicia. De hecho, ni siquiera está siguiendo los noticieros o las redes sociales, como una manera de aislarse del escándalo. Por ahora vive en un mundo de paronoias. Teme que lo estén espiando. También teme por su vida porque especula que, el peor de los escenarios, le convendría tanto al Gobierno como a la oposición: a unos por lo que dejaría, eventualmente, de contar ante la Justicia, y a otros porque sólo haría crecer el escándalo.
Spagnuolo se sorprendió de que los únicos que intentaron contactarlo, en nombre del oficialismo, fueron el abogado Santiago Viola y Jorge Anzorreguy, el hijo del ex líder la SIDE menemista. Esperaba algún contacto más político, alguien que, para decirlo en criollo, pudiera negociar con él alguna especie de salida pacífica. La presencia de estos abogados -el segundo, contactado por esta revista, niega esta versión- lo inquietó. En estas horas apunta contra dos personas. Una es Fernando Cerimedo, el consultor, dueño de la Derecha Diario y uno de los fundadores de LLA. Está convencido que es él quien lo grabó, enojado luego de que hiciera desplazar de la Andis a la esposa de este, Natalia Basil, del organismo. "Natalia le quería comer el puesto a Diego, y él en un momento se cansó y le pidió a Javier que le diera el aval para echarla", dicen cerca suyo. También, en esa línea, ponen el foco en Daniel Garbellini, ex director Nacional de Acceso a los Servicios de Salud, a quien apunta en los audios filtrados como el hombre que efectivamente recaudaba para Karina Milei y Lule Menem. Un amigo cercano a Spagnuolo muestra una fecha de una visita a Casa Rosada: el 23 de mayo, donde se reunió durante más de dos horas con la hermana del Presidente. A los siete días el Gobierno nombraba a Garbellini en la Andis.
El ex titular de la Andis espera, al cierre de esta edición, que la Justicia avance sobre él. Todos los que lo conocieron no imaginan que él sea un hombre que vaya a morir por la causa Milei, y mucho menos que esté preparado para pasar una larga temporada en la cárcel. “Es sólo un abogado laborista”, dicen para definirlo. Eso es, hoy, uno de sus problemas: a diferencia de otros escándalos políticos sucedidos en la historia argentina, Spagnuolo es alguien que llegó a la política sin experiencia previa ni una agenda nutrida de contactos en el círculo rojo. Tampoco, en el transcurso de este Gobierno, se embanderó detrás de ninguno de los dos bandos de la interna. “El problema de Diego es que no tiene ninguna red. Está totalmente solo”, cuenta uno de sus amigos. Sin embargo, este hombre solo, un abogado del montón, hoy tiene contra las cuerdas al Gobierno nacional.
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