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CULTURA | 09-08-2013 15:31

El prócer inalterable

Cómo se creó el Escuadrón de Granaderos y por qué el padre de la patria nunca dejó de ser ejemplo de coherencia.

Apenas una semana fue el tiempo que transcurrió entre la llegada de José de San Martín al puerto de Buenos Aires y la creación del Escuadrón de Granaderos a Caballo. Ocurrió el 16 de marzo de 1812, a través de un decreto firmado por el Triunvirato integrado por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso, más el secretario Bernardino Rivadavia (equiparable, no en sus funciones, pero sí en su poder, con un jefe de Gabinete).

Si bien San Martín concibió la idea de la creación de la fuerza profesional, necesitaba el apoyo político para encarar su plan. Quien le allanó los caminos en Buenos Aires fue uno de sus compañeros de viaje y de armas, Carlos María de Alvear. Incluso, lo vinculó con los Escalada y de esta manera, a poco de llegar, San Martín obtuvo respaldo político y social, lo que incluía una prometida: Remedios, con quien se casaría en septiembre.

Para la conformación del escuadrón se dispuso que utilizara un terreno descampado, el Cuartel de la Ranchería, que se hallaba en las calles Perú y Moreno. Hay dos detalles referidos a la creación de los Granaderos: uno es que San Martín renunció a 50 pesos de su sueldo para donarlos al Estado (Alvear cedió toda su remuneración); el otro, que el decreto que ordenaba la creación del Escuadrón de los Granaderos lo hacía “en nombre de Fernando VII”.

Formación. Según el plan de San Martín, debía contar con noventa hombres, comandados por cuatro oficiales. Pero, ¿habría disponibilidad de jóvenes para integrarlo? Era difícil porque el núcleo porteño más comprometido con la causa ya se había alejado de Buenos Aires con las fuerzas que habían marchado hacia el Norte, o bien con los que realizaban la Campaña a la Banda Oriental. El 7 de abril, es decir, tres semanas luego de haber nacido, el Escuadrón de Granaderos a Caballo contaba con ocho hombres: el teniente coronel San Martín, el capitán Zapiola y el sargento mayor Alvear, más otro sargento, dos cabos, un “trompa” y apenas un soldado. Muchos caciques para un solo indio, ¿no?; o dos, si contamos al encargado de tocar la trompeta.

Esa falta de recursos humanos obligó a echar mano de lo que había disponible. Y lo disponible eran algunos hombres que por motivos de salud o temas personales (justificables en algunos casos y no tanto en otros) no habían partido con sus respectivos ejércitos. San Martín los incorporó a su flamante fuerza. Lo mismo ocurrió con algunos marinos desertores y catorce integrantes del Regimiento de Patricios que estaban encarcelados por el Motín de las Trenzas, cumpliendo una condena de diez años de prisión en la isla Martín García: Pedro Antonio Vera, Cosme Cruz, Manuel Pereyra, José María Olmedo y Vicente Sueldo, entre otros. Se les conmutó la pena a cambio de que se sumaran a las huestes que preparaba San Martín.

Para leer la nota completa, adquiera online la edición 1911 de la revista NOTICIAS.

*Periodista y escritor.

por Daniel Balmaceda

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