Síntesis de la historia del arte nacional, el nuevo guión expositivo del Museo Nacional de Bellas Artes continúa eliminando fronteras nacionales. Así como, desde 2011, el arte argentino del siglo XIX comparte la planta baja con sus contemporáneos europeos, lo mismo ocurre con el del XX. Cuando el entonces director Guillermo Alonso inauguró, con Cultura de la Nación, la primera etapa del inédito montaje y ampliación arquitectónica, Cristina Kirchner era presidenta y no asistió. Días atrás, en un acto de campaña ella reinauguró las salas; dispuestas ya en diciembre de 2012 por el mismo curador, Roberto Amigo, y visitadas por la prensa. Es insatisfactoria la explicación por la demora y el gasto adicional de más de $ 41 millones. Chiquitaje, el director que realizó las reformas no fue invitado tampoco se mencionó el aporte de Asociación Amigos del MNBA.
De señales e indicios
Muy bien distribuidas, las 16 salas ocupan 2.845 metros cuadrados y exhiben 300 obras de arte, mayormente argentinas, del siglo XX. Inicia “el tránsito a lo moderno” con el vaciado del monumento fúnebre simbolista (movimiento de fin del XIX) de Leonardo Bistolfi y la escultura de hierro policromado de María Juana Heras Velasco, “Transposeña”, que desarticula signos viales.
Luego, “las vanguardias regionales” con trabajos de Emilio Pettoruti, quien frecuentó en Europa a cubistas y futuristas; Xul Solar con ciertas abstracciones con visiones místicas y esotéricas, y otros. La cineasta María Luisa Bemberg, que legó al MNBA extraordinarias piezas de las primeras vanguardias rioplatenses (Rafael Barradas, Xul Solar, Torres García, Pedro Figari, Pettoruti), tiene sala con nombre propio.
La historia sigue con espacios dedicados a “lenguajes modernos, 1920-1945” internacionales y nacionales, que suma fotografía (Stern, Coppola): Picasso, Klee, Kandinsky, Del Prete. Los años 20 están representados por artistas que conocieron en viaje sutilezas del arte moderno y construyeron un puente entre vanguardia europea e imaginería local (Guttero, Forner, Spilimbergo, más). Luego, hay expresiones de De Chirico, Carrá, Fontana, Bigatti, Butler, y siguen las firmas; los pintores de La Boca y la utilización del arte gráfico como vía de comunicación de protestas obreras.
Los “papeles de Picasso” están en la rampa conduciendo a sala Cesáreo Bernaldo de Quirós (¿se llama así por nacionalismo o razones de legado?) y sus nostálgicos gauchos. Allí, los paisajes serenos de Malharro, Fader, establecen un vínculo poético con la tierra; Gramajo Gutiérrez describe fiestas y devociones populares.
Presidida por “La pesadilla de los injustos”, la sala “Antonio Berni” celebra su pintura; desde la surrealista-metafísica de los 20, las inspiradas en la crisis del 30, viajes por América, arquetipos urbanos, hasta las del final. “El arte de posguerra I” da pie a “concretos y abstractos”, con artistas constructivos argentinos agrupado en Asociación arte concreto-invención y en Grupo Madí, y a sala de “arte óptico y cinético”, con Le Parc, Kosice. “Materia e informalismo”, contra las formalidades de “la buena pintura”, despliega obras de Kemble, Sakai, Testa y Greco.
En una de las salas de los 60 –expansión del concepto de obra de arte e influencia central de la cultura popular– están las obras de artistas de la Otra Figuración: Deira, De la Vega, Macció y Noé; el realismo de Carlos Alonso; Seguí; la disruptiva escultura de Distéfano (actual representante de la Argentina en Bienal de Venecia). Las composiciones de Roberto Aizenberg se hallan en uno de los dos espacios denominados “Arte argentino, 1960-1980”, con otro inclasificable como Emilio Renart, además de Minujín, Benedit, García Uriburu. Grafismos de León Ferrari, “Las cajas de Camenbert” y “Los Amordazamientos” de Heredia, se complementan con la obra gráfica de Liliana Porter, el conceptualismo de Víctor Grippo, perteneciente al Grupo de los Trece, organizado por Jorge Glusberg. En la selección de los 80 y 90 (2° piso), sobran firmas, algunas repetidas, y faltan artistas.
por Victoria Verlichak
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