El increíble empate en las urnas peruanas dejó expuesta la capa tectónica de la cultura política donde se origina el fenómeno social que en Argentina llaman “la grieta”.
La segunda vuelta de la elección presidencial tuvo un final inesperado y electrizante. Al menos desde la dictadura de Morales Bermúdez, jamás se había registrado en una elección semejante nivel de paridad. La primera sorpresa fue que el escrutinio comenzara con Pedro Pablo Kuczynski a la cabeza por una diferencia que luego se fue achicando hasta lo infinitesimal.
¿Por qué ese electorado partido casi exactamente a la mitad, dejó expuesta la capa tectónica en la que se origina la grieta? Porque muestra que la madre de todas las fracturas ocurre en la cultura política.
El duelo entre Keiko Fujimori y Kuczynski no enfrentó dos modelos económicos contrapuestos, sino dos culturas políticas antagónicas: la cultura autoritaria y la cultura liberal. El origen de ambas puede buscarse en la construcción de los Estados tras las guerras independentistas del siglo 19. Pero lo principal, a esta altura de la historia, es la verificación de que la principal dicotomía política no es derecha-izquierda, sino cultura autoritaria-cultura liberal.
Es así porque la segunda engloba a la primera, ya que dentro de la cultura autoritaria hay izquierdas y derechas. Lo mismo ocurre en la cultura liberal. Ergo, hay izquierdas liberales y derechas liberales, del mismo modo que hay izquierdas y derechas autoritarias.
El rasgo cultural de estas izquierdas y derechas hace referencia, no a los alineamientos ideológicos o a los posicionamientos sobre modelos económicos, sino a la actitud que se tiene frente al poder. La cultura autoritaria prioriza la afinidad política y la efectividad gubernamental, por sobre los niveles de horizontalidad en las decisiones, ética republicana, pluralismo y juridicidad. Es más, en ese espacio cultural, predominante en la mayor parte de Latinoamérica (particularmente en Argentina) se considera pusilánime al que no impone un centralismo personalista, y se entiende al verticalismo y la confrontación como señales de autoridad.
Por el contrario, en la cultura liberal late un rechazo instintivo al monarquismo, el verticalismo, la propaganda y el culto personalista.
La cultura autoritaria tolera la arbitrariedad si hay afinidad o si el poder se ejerce con eficacia, mientras que la cultura liberal la rechaza en cualquier instancia.
Por cierto, no se puede descartar que Keiko encabece un gobierno tolerante y respetuoso del Estado de Derecho. Pero lo que ella representa hoy en Perú, es lo que significa la palabra Fujimori. Y esa palabra significa algo que puede traducirse como la eficacia inmoral, o el éxito sin escrúpulos.
De eso es sinónimo ese apellido japonés, desde que Alberto Kenyo Fujimori llegó a la presidencia venciendo en las urnas a una celebridad literaria, Mario Vargas Llosa, y obtuvo un segundo mandato abatiendo a una celebridad diplomática: Javier Pérez de Cuellar.
Mientras enfrentaba con éxito la hiperinflación que había dejado el izquierdismo adolescente del primer gobierno de Alán García, este ingeniero agrónomo cerraba el Congreso e intervenía el poder Judicial, iniciando una autocracia apoyada por una amplia mayoría.
Después hubo otros éxitos: vencer a Sendero Luminoso y capturar a su fundador y líder, Abimael Guzmán, exponiéndolo ante las cámaras enjaulado y con traje a rayas. Un triunfo logrado al precio de masacres y otras violaciones a los derechos humanos, y ostentado inescrupulosamente.
También mostró su total falta de ética al posar junto al cadáver acribillado del comandante Néstor Cerpa Cartolini, en el salón de la residencia del embajador japonés. La lujosa mansión había sido ocupada por comandos del MRTA la noche de 1997 que se celebraba el natalicio del emperador Akihito. Cuatro meses después, con la operación militar llamada Chavín de Huántar, Fujimori recuperó a sangre y fuego el edificio, permitiendo la ejecución sumaria de varios rebeldes que habían sobrevivido a la batalla librada en salones, escaleras, pasillos, cocinas y balcones.
En ese escenario dantesco, el presidente se paró junto al cuerpo baleado del jefe emerretista, y se hizo retratar como un cazador junto al cuerpo aún sangrante de su presa.
La primera vez que Fujimori perdió, fue en la “Guerra de la Cordillera del Cóndor”, cuando el ejército ecuatoriano tomó a Perú por sorpresa y se impuso en el combate de Tiwinza. Pero lo que perdió el ejército peruano en el campo de batalla, el presidente lo recuperó mas tarde en la mesa de negociación.
La eficacia sin escrúpulos tuvo un final patético. A los escándalos de corrupción y las revelaciones sobre su mano derecha, el oscuro Vladimiro Montesinos, se sumó el fraude que intentó en el comicio que perdió contra Alejandro Toledo. Y causando estupefacción, Fujimori huyó a Japón y envió su renuncia por fax.
Ese hombre, que hasta para divorciarse había sido poco ético (se sacudió hoscamente a su esposa, la empresaria Susana Iguchi, quien había financiado la campaña electoral con su propio dinero), terminó encarcelado y nada hacía suponer que su nombre podía volver a pisar fuerte en la política.
Sin embargo, su hija Keiko levantó el apellido como bandera y, para enfrentarla, el ex chavista Ollanta Humala debió contar con el apoyo de Vargas Llosa y el neoliberal Kuczynski con el impensado respaldo de la izquierdista Verónica Mendoza.
Milagros políticos que produce la pulseada de las dos culturas. El espíritu autoritario se alineó con Keiko y el espíritu liberal con Kuczynki. Entonces vino el titánico duelo de las dos almas de la cultura política.
Kuczynski es un personaje de novela, como los que salen en las películas de su primo, el cineasta galo Jean Luc Godard. Estudió música, luego Filosofía y finalmente Economía. Kuczynski no tiene carisma y no se saca el rótulo de neoliberal. Si logró esta proeza, es porque terminó siendo la carta de la cultural liberal en la partida. Y Perú, con el titánico duelo en las urnas, volvió a mostrarse como un escenario político apasionante. El país de Mariátegui, el primer intelectual marxista relevante de América Latina. El país de Velasco Alvarado y la izquierda militar. El país donde Abimael Guzmán y Osman Morote crearon Sendero Luminoso, la guerrilla maoísta de brutalidad inspirada en el Khemer Rouge y el genocidio que su utopía colectivista causó en Camboya. El país del primer presidente de origen nipón, Fujimori, y también el primer indígena, Toledo. El país que, siendo su historia la cantera de izquierda intelectual, insurgente y militar más nutrida de la región, mantiene desde los ‘90 la economía de mercado que instaló un populismo de derecha (el “fujimorato”) perfeccionó un liberal, Toledo, y consolidaron el aprista Alán García y el nacionalista Humala.
No era ese modelo el que estaba en juego. En el infartante duelo electoral se batían la ética liberal y la eficacia sin escrúpulos.
por Claudio Fantini
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