19 de septiembre de 1940. Un pequeño monomotor caza biplano de la Real Fuerza Aérea Británica se dirige al sudoeste atravesando el desierto de Libia. Los últimos rayos del atardecer iluminan la arena con un intenso brillo rojizo. El piloto está volando al ras, intentando reunirse con su escuadrón, pero no logra localizar la pista de aterrizaje camuflada. Su tanque de nafta está casi vacío y pronto será de noche. Sólo queda una alternativa posible: un aterrizaje forzoso.
Con desesperación, busca un área lisa para aterrizar. Pero no aparece ningún lugar propicio. El sol desaparece detrás del horizonte y él decide arriesgarse, frenando la marcha y descendiendo a unas 80 millas por hora. Pero la suerte no está de su lado. El tren de aterrizaje golpea una roca y se derrumba al instante, enterrando la nariz del avión en el suelo. Impulsado violentamente hacia delante, el piloto choca contra la burbuja de la cabina. Su nariz se hunde, el cráneo se fractura dejándolo inconsciente. El avión estalla en llamas.
Roald Dahl sobrevivió ese accidente de milagro. Pasaría el resto de su vida hostigado por las lesiones que sufrió esa noche. Sin embargo, el hombre que escribió algunos de los libros infantiles más célebres del siglo XX, a menudo reflexionaría sobre cómo este “monumental golpe en la cabeza” había cambiado su personalidad. Incluso se preguntaba si, de alguna manera extraña, no lo había convertido en escritor.
Cien años después de su nacimiento, el 13 de septiembre de 1916, los cuentos de Dahl siguen cautivando. Desde su fallecimiento en 1990, las ventas de sus libros se han incrementado año tras año. Hasta el momento, han sido traducidos a 58 idiomas, con ventas mundiales que superan los 200 millones. Algunos escritores contemporáneos, como J. K. Rowling, han reconocido su deuda para con Dahl, mientras que directores de cine tan diversos como Tim Burton, Wes Anderson y Steven Spielberg han extendido aún más el alcance de su magia.
Historia. Sin embargo, su creador, este extraño gigante que medía más de dos metros de altura y que vivió gran parte de su vida en una modesta cabaña en la campiña de Buckinghamshire fue, en muchos sentidos, un viajero reacio a este extraordinario destino.
Tuvo un pasado insólito. Sus padres eran noruegos que se habían forjado una nueva vida en Cardiff. Su padre, Harald, un exitoso agente marítimo, murió de neumonía cuando Dahl tenía apenas tres años, dejando a su esposa, Sofie Magdalene, con una familia de seis hijos para criar.
Para decepción de su madre, decidió no ingresar a la universidad, sino unirse a una compañía petrolera con la esperanza de que lo enviaran a algún lugar emocionante.
Cuando estalló la guerra decidió unirse a la RAF. Estrelló su caza biplano Gloster Gladiator en su primer día de servicio activo y su recuperación le tomó seis meses. Pero voló nuevamente en Grecia y Palestina donde, en 1941, derribó varios aviones enemigos. Luego, repetidos desmayos lo obligaron a volver a Inglaterra.
Pronto fue enviado a Washington, donde trabajó para la RAF como agregado auxiliar aéreo de la embajada británica. El intrépido joven piloto se había convertido en un diplomático. Entonces, casi por accidente, comenzó a escribir cuentos sobre sus experiencias de vuelo, el primero de los cuales fue publicado en el Saturday Evening Post. El público estadounidense los amó. Walt Disney leyó uno llamado “Los Gremlins” y decidió que quería filmarlo. Por lo que el apuesto y joven agregado aéreo se encontró rápidamente disfrutando de la gran vida de Hollywood.
Luego fue reclutado por el Servicio de Inteligencia británico y se hizo amigo de Ian Fleming, el creador de James Bond.
Dahl se divirtió mucho en los Estados Unidos. Pero su verdadero interés era su escritura.
Su primera colección de cuentos, “Over To You”, se publicó en 1946. Tenía 29 años. Ese mismo año regresó a Inglaterra para escribir y estar cerca de su madre en la campiña de Buckinghamshire.
Los críticos ingleses repudiaron su segundo libro, una apocalíptica novela de ciencia ficción llamada “Some Time Never” y Dahl decidió regresar a Estados Unidos, en 1951. Tenía 35 años, era soltero, y su carrera como escritor parecía haberse estancado.
Sin embargo, en dos años se había reinventado a sí mismo una vez más, escribiendo cuentos para “The New Yorker” y la BBC, sólo que esta vez sus tramas contenían giros de humor negro. Estos fueron sus famosos “Tales of the Unexpected”. Aceptados con entusiasmo por Alfred Hitchcock, incluían el célebre “Lamb To The Slaughter” (“El cordero va al matadero”), que se convirtió en una serie de televisión altamente aclamada y dirigida por el propio Hitchcock.
En 1953 se casó con Patricia Neal, una de las actrices más bellas de su generación. Se convirtieron en una pareja de moda. En 1955 nació su primera hija, Olivia, seguida de Tessa y Theo. A mediados de sus 40, Dahl parecía haber adquirido fama, fortuna y felicidad.
Luego, en 1960, ocurrió la primera de tres terribles tragedias familiares. A los cinco meses de nacer, Theo fue aplastado contra un colectivo cuando un taxi golpeó contra su cochecito. El chico sufrió severas lesiones pero sobrevivió.
Sólo dos años más tarde, la hija mayor de Dahl, Olivia, murió de sarampión. Tres años después, su esposa Pat sufrió un derrame. Había sido recientemente galardonada con un Oscar por su actuación junto a Paul Newman en “Hud” y ya estaba embarazada de su hija menor, Lucy.
Dahl quedo devastado, pero enfrentó estas desgracias con su determinación característica. Como la válvula que drenaba el exceso de líquido del cerebro de su hijo se bloqueaba, él diseñó y confeccionó otra mucho más eficaz. Y cuando los médicos le dijeron que su esposa probablemente quedaría parapléjica, él se negó a creer en ellos, ideando un régimen intensivo de estimulación diaria que dio lugar a una extraordinaria recuperación.
Imaginación. Durante este tiempo, Dahl se apoyó en su capacidad para escapar al mundo fantástico de su imaginación. Construyó una cabaña para escribir, al fondo de su jardín en Great Missenden (ahora forma parte del Museo Roald Dahl), y allí finalmente comenzó a escribir para niños.
“James y el melocotón gigante” y “Charlie y la fábrica de chocolate” fueron sus primeros libros. Ambas historias se convirtieron inmediatamente en bestsellers en los Estados Unidos.
Ophelia y Lucy nacieron en 1964 y 1965 y, con más niños en la casa para estimularlo, comenzó a concentrarse cada vez más en su audiencia más joven, que aceptaba su trabajo con entusiasmo. En 1982 se separó de Pat porque se enamoró de Felicity “Liccy” Crosland. Durante los ocho años que estuvo casado con ella, su productividad se incrementó enormemente. De ese período son “Matilda” y “Las Brujas”. Cuando murió, en 1990, acababa de comenzar una nueva historia sobre una niña que le enseñaba a hablar a su perro.
A lo largo de su vida adulta, Dahl mantuvo una notable capacidad para vincularse con los niños. En la vejez, con frecuencia, se referiría a sí mismo como ‘un anciano infantil’. Ese fue, quizás, su mayor don. Y la mejor explicación de por qué los chicos siguen respondiendo con tanto entusiasmo a su vasta, original y fabulosa imaginación.
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