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MUNDO | 08-10-2016 00:00

El sopapo de Uribe a Santos: el lado oscuro del acuerdo de Colombia

El plebiscito terminó siendo una pelea entre dos antiguos aliados devenidos en archi-enemigos. Y perdió el actual presidente.

Como si desde la tierra alguien lograra mostrar el lado oscuro de la luna; hacer visible la cara oculta. Eso logró Alvaro Uribe. Que la mirada de Colombia rodee el lado claro, hasta percibir lo que hay del otro lado, en la parte oscura del acuerdo de paz.

Parecía imposible porque Juan Manuel Santos manejaba todos los telescopios. El mundo y los grandes medios de comunicación sólo enfocaron todo lo que el país ganaría si se aprobara ese acuerdo. La pregunta del plebiscito estaba formulada de tal modo que inducía a votar “Si”. Además, el lado claro es tan lumínico que obnubila. Que las arcas públicas dejen de financiar el costo de la guerra, es una promesa de prosperidad y desarrollo.

Santos había cantado victoria con anticipación y Uribe parecía condenado al ostracismo. Pero cuando nadie lo esperaba, el presidente recibió del ex mandatario el sopapo que lo dejó grogui.

Lo que ocurrió en Colombia y dejó estupefacto al mundo, fue fundamentalmente una pulseada entre Uribe y Santos. El mentor y su discípulo, que habían sido el tándem más exitoso de Colombia, terminaron siendo archi-enemigos.

Juntos habían puesto a las FARC en retroceso. La decisión del presidente Uribe y la capacidad del ministro de Defensa Santos, posibilitaron grandes victorias del ejército y graves estropicios en las FARC. Cuando ya no pudo ser reelegido, Uribe ungió a Juan Manuel Santos como sucesor. Estaban de acuerdo que debían terminar en la mesa de negociación lo que comenzaron en los campos de batalla. La rendición total no existe en una geografía con selvas infinitas. El dúo Uribe-Santos dejó a las FARC lo suficientemente débil como para sentarla a negociar su desarme, pero lo suficientemente fuerte como para ponerle algún precio a su final.

Después, dejaron de ser un dúo imbatible, o bien porque Uribe intentó superponer su liderazgo por sobre el presidente Santos, o bien porque Santos buscó sacudirse a su mentor, aunque con más delicadeza que Kirchner a Duhalde.

Fue Uribe como presidente y Santos como ministro de Defensa, quienes ejecutaron la exitosa “Operación Jaque”, que liberó a quince secuestrados, entre ellos Ingrid Betancourt.

Juntos habían atrapado y extraditado a jefes narco-insurgentes como Simón Trinidad; capturaron jefes como la “comandante Karina” (la verdugo del padre de Uribe); y acorralaron hasta su muerte al gran jefe Tirofijo, impidiendo su salida a Venezuela para recibir tratamiento médico.

También juntos, Uribe y Santos habían abatido a los principales comandantes: Raúl Reyes, Iván Ríos, Mono Jojoy y Alfonso Cano. Pero terminaron siendo más enemigos entre ellos que enemigos de las FARC.

Probablemente por eso, el eficaz Juan Manuel Santos comenzó a cometer los errores que desembocaron en el tremendo papelón que hizo ante el mundo. Porque fue eso, un tremendo papelón, haber encabezado el acto monumental de Cartagena, donde firmó la paz con Timochenko ante presidentes de la región y representantes de las potencias del mundo.

Hicieron bien Macri, Bachelet, Kuczynski y otros mandatarios latinoamericanos al ir a la firma del acuerdo. Que desaparezcan las FARC no sólo abre perspectivas de inversiones y prosperidad a los colombianos, sino que podría convertir a Colombia en un vigoroso motor económico de la región.

No obstante, fue revelador que las potencias no enviaran a sus gobernantes. No fue Obama, sino su secretario de Estado. Lo mismo hicieron las demás potencias, mientras España decidió estar presente, pero no a través de su primer ministro ni del rey Felipe sino enviando a Juan Carlos de Borbón, el monarca jubilado.

De todos modos, los que apoyaron el acuerdo sienten que Santos los dejó pagando, haciéndolos participe de un monumental y solemne acto que después las urnas convirtieron en acto fallido.

¿Cuál fue su error? ¿Por qué construyó un acuerdo que tenía un talón de Aquiles, al que Uribe supo apuntar? Porque lo embargó la ansiedad de tener la página más gloriosa de la historia y de lograr sobre Uribe un triunfo mayor que sobre las FARC.

Como si le hubiera importado más ganar el Nobel de la Paz que lograr una mejor pacificación, dejó a la vista una ansiedad que los negociadores de FARC supieron explotar en las negociaciones de La Habana.

En ese punto, el discurso del presidente empezó a portar grandes falacias. Cuando le señalaban que eran demasiadas las concesiones en impunidad, Santos respondía que eran similares a las otorgadas por el gobierno de El Salvador al FMLN en aquella negociación modélica para el mundo. Lo que no decía es que la guerrilla salvadoreña nunca se envileció ni cometió crímenes atroces como las FARC.

En El Salvador, a las violaciones masivas de DD.HH las perpetraba el ejército, mientras que el grueso de los asesinatos y secuestros corrían por cuenta de los escuadrones de la muerte de Roberto d`Aubuisson.

El FMLN llegó al final del conflicto con la legitimidad intacta, mientras que las FARC perdieron hace décadas la legitimidad con que nacieron.

El gobierno presentaba el acuerdo como si ésta guerra y ésta guerrilla fuesen las mismas que comenzaron en la llamada “República de Marquetalia” en 1964. En aquel “territorio liberado” del departamento de Tolima, el miliciano liberal Manuel Marulanda fundó con el intelectual marxista Jacobo Arenas la guerrilla más grande de Colombia. Una fuerza rebelde con legitimidad de origen, respaldo de las masas campesinas y dignidad en la forma de insurgencia.

En los años ochenta, el “impuesto revolucionario” empezó a engordar las arcas rebeldes por las plantaciones y laboratorios clandestinos. Jacobo Arenas lo sabía, por eso apostó a la negociación de paz con Belisario Betancur y creó el partido Unión Patriótica. A pesar de los cientos de asesinatos de rebeldes desmovilizados que cometieron los sicarios de la ultraderecha, insistió en negociar la paz con César Gaviria, el sucesor de Betancur.

Probablemente, de no haber muerto en 1990 infartado mientras daba un discurso pro-paz a la dirigencia de las FARC, la guerrilla que había fundado no se hubiera envilecido tanto en las siguientes décadas. La moral “guevariana” de Jacobo Arenas habría impedido que la rebelión nacida en Marquetalia terminara convertida en un cartel archimillonario que reclutaba niños, realizaba secuestros extorsivos, acumulaba rehenes para usarlos como escudos humanos. Una máquina de masacrar y de enriquecerse asociada al cartel Sinaloa, la mafia del Chapo Guzmán.

Ese aparato envilecido en una guerra que envejeció y se extravió en la historia, fue lo que se sentó a negociar durante cuatro años en La Habana.

Si bien toda negociación implica concesiones, Timochenko había obtenido más de la cuenta. Y Uribe logró hacer visible el lado oscuro del acuerdo.

por Claudio Fantini

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