nos ven a Maduro como el timonel de un Titanic que ya chocó contra el témpano y se hunde inexorablemente, pero sigue anunciando el arribo puntual al puerto de destino. Otros lo ven como el vigoroso capitán que no suelta el timón en plena tempestad y conduce la nave hacia aguas apacibles.
Obviamente, sólo uno de los dos puede ser real. El otro es una descripción de la “posverdad”, esa suerte de holograma que produce la mentira emocional.
Para no confundir el holograma con la realidad, es necesario ceñirse a los hechos. Imponer sobre la ficción del discurso, la objetividad de los acontecimientos. Un desafío que implica mirar por encima de las emociones políticas.
Las postales que dejó el comienzo de esta nueva ola de protesta en Venezuela, muestran claramente los hechos objetivos. Son postales reveladoras de la distorsión lisérgica que impone la emoción política.
Multitudes oceánicas atacadas por carros hidrantes, gases lacrimógenos y balas, mientras en un rincón de Caracas, también frente a una multitud, Nicolás Maduro describe una realidad que sólo él y la cúpula chavista parecen estar viendo.
En su discurso lisérgico, él presidente está conjurando un golpe de Estado y venciendo, una vez más, a la invasión de la patria de Bolívar que está intentando la alianza de la oligarquía local con el imperialismo norteamericano.
Más allá de esa plaza chavista, las masas eran ferozmente reprimidas por policías y por grupos para-policiales que se desplazan en motos, de a dos, con uno que conduce y el otro que dispara balas de plomo contra los manifestantes.
Las fuerzas de choque chavistas son de diferente graduación. Están los “camisas rojas”, inspirados en los “camisas negras” de Mussolini y los camisas pardas que integraban las Sturmabteilung (SA) que Ernst Röhm puso al servicio del nazismo. Los “camisas rojas” son típicas fuerzas de choque, mientras que en un nivel de mayor letalidad están los “motorizados”, o sea los chacales que disparan desde motos y se escabullen entre las calles a gran velocidad.
A esta receta de represión, Hugo Chávez la recibió de su aliado Mahmmud Ahmadinejad. En Irán se llama Basij y es una fuerza paramilitar creada por el ayatola Jomeini, que Ahmadinejad recicló con la modalidad de los francotiradores motorizados para sofocar la rebelión popular que estalló por su fraudulenta reelección en el 2009.
Las postales venezolanas muestran a bandoleros que aprovechan el caos para saquear supermercados y también a violentos que lanzan piedras desde las barricadas. Pero en algunas, lo fáctico, o sea los hechos objetivos que no debería poder ocultar el discurso lisérgico, cobran una fuerza que los vuelve irrefutables. Por caso, la imagen del muchacho desnudo acribillado con balas de goma por la represión policial.
Se puede discutir la estética de esa protesta. Lo que es indiscutible es su carácter pacífico. La desnudez del joven probaba su indefensión. Sin embargo, inmisericordes, los represores dispararon perdigones que duelen y lastiman mucho más sobre una piel expuesta.
A la violencia cobarde de los policías, se sumó la violencia verbal de la vulgaridad con que Maduro azotó al muchacho desnudo. “Que no se le caiga un jabón”, decía el presidente, desatando risotadas en su séquito. Dijo también otras groserías, como si no fuera un presidente refiriéndose a un ciudadano, sino un patotero haciendo bullyng a un joven vulnerable.
Con eso sobra para distinguir el hecho objetivo y el holograma. Pero en los gestos y dichos de Maduro hubo una violencia aún más explícita. Aparecieron videos en los que muestra como disparar una tremenda ametralladora empotrada en un pequeño trailer que arrastra una motocicleta.
La escena era patética y feroz al mismo tiempo: el presidente dando un curso para manejar armas de altísima letalidad a los civiles que combatan las protestas que describe como ese golpe de Estado que, hasta ahora, ha logrado conjurar una y otra vez.
Por cierto, parte de los hechos objetivos son también las miles de viviendas construidas y entregadas en los tiempos de Chávez a los sectores de menores ingresos, así como las muchas iniciativas para que florezca una economía socialista que las bases sociales del chavismo, desorganizadas y “clientelizadas”, no han logrado siquiera poner en marcha.
Como fuere, la devastación de la economía que puso significativamente más multitud en la protesta que en el acto lisérgico del chavismo, tiene menos que ver con la “guerra económica” que describe Maduro, que con la ineptitud de su gobierno, la inviabilidad del modelo socio-económico y la corrupción desenfrenada que practica el régimen para financiar la fidelidad de los militares, los paramilitares y demás fuerzas de choque, además de las organizaciones de base y de muchos aliados internos y externos que lo defienden abiertamente o guardan un silencio cómplice a pesar de la magnitud de la tragedia.
Cuando habla en público, Maduro es el rey desnudo de Hans Christian Andersen. Su séquito y su público simulan verlo vestido, pero las masas que protestan son como el niño del cuento danés: ponen en evidencia su desnudez.
Las granadas lacrimógenas lanzadas desde helicópteros, las personas baleadas desde las motos, los perdigones y las groserías del presidente contra el muchacho que enfrentó desprovisto de ropa las tanquetas, además de los presos políticos, las elecciones suspendidas, la vasectomía legislativa, la proscripción de Capriles y tantas otras brutalidades, equivalen a los soldados soviéticos acribillando la Primavera de Praga y a los tanques de Li Peng aplastando estudiantes en la Plaza de Tiananmén.
A Maduro ya no le alcanza con la forma de represión solapada de lo que el nicaragüense Edmundo Jarquin llama “nuevo autoritarismo latinoamericano”, que son las turbas, la cohesión fiscal, el acoso administrativo y el chantaje judicial.
El desastre económico y social provocado por su gobierno lo obliga a la represión criminal. En lugar de iniciar una negociación con la disidencia, se adentra en la dictadura lisa y llana, desprendiéndose de los últimos ropajes de institucionalidad democrática y amenazando con un régimen que se imponga por la violencia “revolucionaria” adentro y que la exporte a toda la región. Una amenaza que conviene tomar en serio, ya que muchas voces en la diáspora que está generando la deriva del chavismo, coinciden en decir que en Venezuela están recibiendo adoctrinamiento ideológico y adiestramiento militar jóvenes de otras partes de Latinoamérica, incluida la Argentina.
La idea es que tengan el bautismo de fuego luchando junto a los militares y los paramilitares chavistas, y luego regresen a generar violencia política en sus respectivos países.
por Claudio Fantini
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