Los atentados en Europa tales como el de hoy en Barcelona y en el último año en Londres, Manchester, París, Estocolmo, Bruselas, Niza, muestran que el terrorismo está vigente, en cualquier momento y en cualquier lugar.
El desmantelamiento de una red de contrabando en Moldavia en 2015, puso en evidencia la existencia de un mercado ilícito de materiales aptos para fabricar dispositivos nucleares y dejó en evidencia que hay vendedores en busca de compradores potenciales.
También, puso de relieve los peligros que plantean los sitios nucleares vulnerables en muchos lugares del mundo, de los cuales se pueden obtener fácilmente estos materiales.
La experiencia indica que dicho acto determinaría un antes y un después en la historia de la humanidad. De hecho, provocaría cambios profundos en todas las dimensiones significativas de la actividad humana y en la forma en que los países y los individuos se relacionarían entre sí.
Una disrupción generalizada afectaría, no sólo el balance de poder global y regional y los niveles de confianza entre los estados, sino también el marco jurídico que regula las relaciones internacionales.
Las implicancias llegarían también a los asuntos militares y a la economía y finanzas globales y al comercio internacional. Del mismo modo, el pánico y caos generados afectarían el comportamiento de los individuos y de las sociedades.
La detonación de una Bomba Sucia, como se conoce a los dispositivos nucleares caseros y de baja potencia, abriría paso al potencial uso de armas nucleares entre estados, dependiendo de las tensiones. Y traería una caída del 2% PBI mundial y una crisis similar a la financiera de 2008., con la disminución del comercio internacional del 4% en ese mismo período. La pobreza mundial aumentaría alrededor del 4% después del ataque y 30 millones de personas caerían por debajo de la línea de pobreza extrema.
Informe
Irma Argüello, que lidera la Fundación No-proliferación para la Seguridad Global (NPSGlobal), aseguró: “Vivimos en un mundo de creciente inseguridad en el que los acuerdos que respaldaron la estabilidad global durante la post Guerra Fría están dando lugar a desconfianza y hostilidad.
Ningún país en posesión de armas nucleares o de materiales utilizables para fabricar estas armas puede garantizar su completa protección contra el terrorismo o el contrabando nuclear”, al tiempo que agregó: “Es importante que los gobiernos tengan en cuenta cuán cercano a sus intereses nacionales es el lograr que dicho atentado nunca suceda, ya que todos, sin excepción, se verían afectados”.
Es claro que un ataque de estas características afectaría en profundidad tanto la seguridad global como los esquemas regionales y nacionales de defensa, ya que provocaría un aumento de la desconfianza mundial.
Esto llevaría a una profunda ruptura de la actividad humana, que duraría años. El consiguiente incremento de las tensiones entre países y bloques conduciría a una escalada de los conflictos actuales y a la aparición de otros nuevos.
La preocupación por un atentado de esta magnitud es lo que motivó que el Presiente Obama convocara en 2016 a más de 50 jefes de estado a las 4 Cumbres de Seguridad Nuclear.
Bomba sucia
El paper de NPSGlobal contó con un equipo de profesionales entre los que se cuentan Irma Arguello, Juan Battaleme, Mariano Bartolomé, Emiliano Buis, Alfredo Gutiérrez Girault y Ricardo López Murphy.
Y se presentará en Buenos Aires el día 15 de agosto, a las 9 hs en el auditorio Manuel Belgrano de Cancillería. El mismo recomienda cómo los países deben definir sus políticas para prevenir ataques terroristas, internamente y en un marco de cooperación global.
El reporte demuestra que una pequeña bomba de fisión primitiva de 1 kilotón (quince veces menor que la arrojada en Hiroshima), conocida en la jerga como bomba sucia, detonada en cualquier gran capital del mundo desarrollado, podría causar más de 20.000 muertos y 57.000 heridos.
De allí en énfasis en una serie de recomendaciones para evitar un atentado, que incluyen la extrema protección física de los materiales nucleares y la necesidad de un sistema global por el cual los países rindan cuenta respecto del nivel de seguridad física nuclear que cada uno instrumenta.
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