La sirena suena exactamente a las 9.53. La escena se repite: el sonido de la alarma, las diez mil personas –víctimas, familiares, ciudadanos–, el frío de la mañana porteña y el palco en el cruce de las calles Pasteur y Lavalle, donde se codean las principales figuras de la comunidad judía junto a miembros del Gobierno. Pero por primera vez desde que se empezó a conmemorar el bestial atentado contra la AMIA, ocurrido tres años atrás, no hay un minuto de silencio, ni un solo segundo. En vez del histórico momento en el que todos los presentes deben enmudecer sus pensamientos, en la esquina donde estaba la mutual se escucha un griterío infernal, donde se mezclan insultos con descalificaciones. El principal apuntado es Rubén Beraja, en ese entonces titular de la DAIA, y el superministro Carlos Corach. “Asesinos”, vocifera la multitud. Más tarde intentará hablar el propio Beraja, pero los presentes, en señal de rechazo, le dan literalmente la espalda. El gigantesco escándalo que se desató luego llevó a la primera ruptura de la colectividad: Memoria Activa, asociación de amigos y parientes de los fallecidos, nunca más volvería a dar un discurso junto a la DAIA, y el líder de esta asociación –que horas después iría a la Casa Rosada a “pedir perdón”– pasaría a la historia como uno de los encubridores del atentado. La escena, de 1997, significaba el primer gran quiebre dentro de la comunidad religiosa. Veinte años después, la interna volvió a estallar.
El que prendió la mecha ahora fue Javier Timerman, hermano de Héctor, que apenas llegó de su vuelo desde Nueva York despotricó contra la AMIA y la DAIA. “Son responsables de esta cacería”, dijo, enardecido por la reciente prisión preventiva dictada por el juez Claudio Bonadio a su pariente –le dieron arresto domiciliario– y a varias figuras del kirchnerismo. El propio Héctor comentó sobre los centros judíos: “Colaboraron en nuestro calvario, dan vergüenza”. El centro del conflicto está sobre el polémico memorándum con Irán del 2013, y desde entonces vuelan las acusaciones cruzadas, las operaciones y los carpetazos entre las principales organizaciones religiosas y sus figuras, a las que se suman los operadores de los gobiernos de turno. La danza de actores no se limita a estas tierras, y detrás de los cruces locales aparece la gigantesca figura de Israel y la de Estados Unidos. Por sobre el bosque de recriminaciones se asoma un triste árbol: en el caso por el trágico ataque de 1994, que dejó 85 muertos, hay más acusadores que acusados.
Los días que sacudieron al mundo. Entre fines del 2012 y principios del 2013 hubo dos encuentros entre la AMIA, la DAIA, los familiares de las víctimas y Timerman que explican esta historia. En esos momentos se estaban dando los retoques finales al acuerdo entre Irán y Argentina, y el entonces canciller buceaba entre los referentes judíos buscando un apoyo político que sabía que era vital.
La segunda reunión, el 29 de enero del 2013, en el séptimo piso de Pasteur 633 –sede de la AMIA– se vivió en extrema tensión: Timerman, que había estado de viaje fuera del país y había rosqueado para cambiar el horario del encuentro para poder llegar –“si no me dejan entrar pateo la puerta”, le dijo al entonces presidente de la DAIA, Julio Schlosser–, defendía el acuerdo contra las duras críticas que venían de varios familiares y en especial de los referentes de la AMIA –“venís a chantajearnos”, acusó Pedro Buki, delfín del rabino Sergio Bergman, al canciller K–. “Eran momentos de mucha presión. Nosotros nos opusimos siempre, en soledad, y sufríamos las operaciones de gente del gobierno como Oscar Parrilli, Aníbal Fernández y Carlos Zannini”, recuerda el actual titular de esa organización, Agustín Zbar, que acusa a Timerman de “hacer lobby” en ese momento. La DAIA, en cambio, apoyó el flamante acuerdo, que había sido firmado dos días atrás, y luego de la reunión, sus dirigentes se prestaron a una conferencia de prensa en la que llevó la voz cantante Timerman. El gran ausente de esa conferencia fue Waldo Wolff, entonces vicepresidente de la DAIA y ahora diputado del PRO, quien se negó a participar. “Les dije que se iban a arrepentir”, dice hoy el político. El apoyo de la DAIA duró 72 horas, y luego, misteriosamente, cambiaron radicalmente su posición y se sumaron a las críticas: la comunidad judía se unía otra vez, pero por el espanto. Fue un punto de inflexión, y desde entonces los Timerman y sus aliados se sienten atacados por las organizaciones. “Frenan a la Justicia, no quieren que se sepa la verdad”, dijo el ex funcionario en esos días, encolerizado, y un año después renunciaría a su condición de miembro de la AMIA. Las explicaciones del viraje son infinitas.
La otra mejilla. Jorge Elbaum, director ejecutivo de la DAIA durante seis años, líder del “llamamiento argentino-judío” –asociación enfrentada a los grandes organismos de esa religión– y afín a la familia Timerman, tiene una posición tomada: “Cambiaron de parecer por el lobby de la embajada de Israel, a la que le conviene que el atentado siga quedando impune, y algunos actores de presión locales”. En esos días se destacó el trabajo del fallecido periodista José “Pepe” Eliaschev, que desde el diario PERFIL había adelantado el acuerdo con Irán en el 2011. En la comunidad ningunearon esa primicia. Desde la DAIA se amparan en el desconcierto general. “Había muchas presiones, todo pasaba muy rápido y nosotros no somos políticos. Nos equivocamos”, dicen en off. “No estaban muy preparados y acompañaron al gobierno. No hay que olvidar que había operaciones fuertes”, agrega Zbar.
Ese viraje explica la posición de los distintos actores en la actualidad. El rechazo posterior de la DAIA al acuerdo fue tal que, a diferencia de la AMIA, decidió ser querellante en la denuncia del fallecido fiscal Alberto Nisman contra Cristina Kirchner, Timerman y otros funcionarios, por el crimen de “traición a la Patria”. Incluso empujaron la reapertura de la causa –que se dio a fines del 2016–, luego de que el juez Daniel Rafecas la desestimara en el 2015 y que derivó en los actuales procesamientos ordenados por Bonadio. Por esto, los Timerman acusan a las organizaciones de “lobbistas”. La DAIA se defiende. “Los pedidos de detención no los exigió la DAIA, fue Nisman quien los denunció y fue un juez quien los ordenó.
Siempre pensamos que debe ser la Justicia quien investigue cuál fue la participación de los detenidos, no nosotros. Lo que sí hizo la DAIA, utilizando herramientas jurídicas, fue presentarse para conocer si la denuncia de Nisman tenía fundamentos. Con las medidas tomadas por el juez quedó demostrado que era indispensable investigar y que la denuncia del fiscal Nisman era seria y que era verdad, mientras que muchos plantearon que era todo un mamarracho. La Justicia pudo avanzar gracias a la querella que constituyó la DAIA, si no se hubiera archivado”, asegura Ariel Cohen Sabban, el actual presidente. Aunque nadie de la DAIA lo diría con un grabador prendido, muchos de ese organismo brotaron en cólera con la AMIA por no acompañarlos como querellantes. “Luego de que se aprobara la inconstitucionalidad del memorándum, de que Interpol confirmara que no se habían caído las alertas rojas, la denuncia pasó a ser netamente política. Para nosotros la tarea estaba cumplida: ya no era un tema exclusivo de la comunidad judía sino de la sociedad argentina entera”, dice Zbar, aunque aclara que “todas las acciones políticas son judicializables”. Wolff, quien se presentó a declarar ante Bonadio para relatarle una audiencia en el 2014 que tuvo él junto a dos dirigentes más de la DAIA, con Timerman –donde este habría asegurado que los iraníes buscaban bajar las alertas rojas–, agrega: “No tengo nada personal con Timerman, y no lo quiero juzgar como un judío que traicionó a los suyos sino por su rol como canciller”.
Para entender la interna de la colectividad no se puede dejar afuera la influencia de Israel, que mantiene un antiguo enfrentamiento con Irán, que involucró, incluso, al presidente Benjamín Netanyahu. Un ejemplo de esto se dio en el 2015, cuando fue invitado por representantes republicanos de Estados Unidos para exponer en ese Congreso. Ahí Netanyahu criticó las negociaciones que llevaba adelante Barack Obama con Irán sobre temas nucleares, con la idea de voltear el acuerdo, aunque no lo logró. Para la líder de la agrupación Memoria Activa, Diana Malamud, a Israel no le interesan las víctimas, sino su enfrentamiento con Irán. En el 2014 el ex embajador israelí Itzhak Avirán tuvo un desliz que alteró a la colectividad. “La gran mayoría de los culpables ya está en el otro mundo, y eso lo hicimos nosotros”. En Argentina, el kirchnerismo no tuvo que enfrentarse a Netanyahu en persona, pero los ex funcionarios de esa gestión aseguran que sí sufrieron operaciones del Mossad e incluso del ala republicana de la CIA, además del lobby diplomático y empresarial. Por lo bajo, los funcionarios K que participaron del memorándum aseguran que tenían la venia de Obama, y que nunca intentaron bajar las alertas rojas. El juez Rodolfo Canicoba Corral, instructor en la causa madre, se refirió al tema.
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Canicoba Corral: Cuando se declaró inconstitucional el memorándum y comenzaron a circular los rumores, libramos un oficio a Interpol para ratificar que la única autoridad para dar de baja esas alertas era el juez que instruía el expediente, pero nada es absoluto. En ese tipo de organismos los que mandan son otros. Es Estados Unidos, Francia, etcétera. Hay que entender que hay sectores de poder que son los que deciden qué se hace y qué se deja de hacer. Entre esos actores están Estados Unidos e Israel.
En el nombre de Yahvé. Según los últimos censos, en Argentina vive la principal comunidad de judíos en Latinoamérica, de casi 300.000 personas. Como pasa en cada comunidad y en cada nación, hay diferencias de puntos de vista. “Hay grieta como en todos lados”, explica Elbaum. Wolff, enemigo íntimo de Elbaum –durante su gestión fue que lo expulsaron, en el 2012–, coincide: “La colectividad es heterogénea, está tan dividida como la Capital”.
Hay dos grandes organizaciones históricas dentro de la comunidad: la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), que nació en 1935 para luchar contra el antisemitismo y que representa a 120 instituciones judías, y la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), un espacio de articulación social para los judíos de cada país que data de 1894 y que tiene alrededor de 25.000 socios. Entre ambas, se estima, llegan a un 30% del total de la comunidad en este país. La AMIA tiene una gran relación con el día a día de sus miembros, y es vital porque controlan los cementerios: este lugar es clave dentro de la concepción de esa religión, donde la muerte ocupa un lugar sagrado, y cuyos ingresos significan alrededor del 80% de lo que recauda la organización. La AMIA atraviesa un período de profundos cambios: en el 2008, por primera vez, los judíos ortodoxos llegaron al poder, de la mano de Guillermo Borger, y desde entonces no paran de crecer Esto significó una dura derrota para los judíos laicos, que van perdiendo lugares y mastican bronca ante lo que dicen que son “maniobras peronistas” de los ortodoxos: es que ellos tienen prohibido el uso del preservativo y sus familias suelen ser mucho más numerosas, y por lo tanto, con más votos que la de los laicos. “Hasta alquilan micros en las votaciones”, dicen con sorna. El gran orquestador del viraje es el rabino Samuel Levin, un veterano ortodoxo con gran poder que maneja los hilos de la AMIA, en buena sintonía –tanto él como la nueva conducción– con la embajada de Israel. “Es nuestro líder espiritual, pero no se mete en las decisiones políticas”, defiende Zbar.
La DAIA también tiene sus propias internas. Es la más apuntada por los que, despectivamente, llaman “los judíos K” que comanda Elbaum, y por los Timerman. “Perdió su carácter original, hace política partidaria y funciona como embajada paralela”, dicen estos críticos de la DAIA. Uno de los empresarios judíos más famosos de este milenio tiene una posición más medida: “La DAIA siempre fue oficialista, siempre se va acomodar para quedar bien con Argentina y con Israel”. Esta asociación suele tener entre sus miembros de la comisión directiva a judíos de posición privilegiada pero que esperan dar el salto a las grandes ligas empresariales. “Lo usan de trampolín”, dice Elbaum. Wolff la defiende: “Es de inquisidor, de antisemita, decir que ahí se hace lobby. Además, ¿no hacen lo mismo los miembros de la UIA? Todos usan el poder en su beneficio”.
Otra de las grandes polémicas dentro de la DAIA es por la presencia de miembros del actual oficialismo, que los críticos denuncian que es creciente. No sólo Wolff estuvo en sus filas, sino que otro miembro famoso es Claudio Avruj, secretario de Derechos Humanos de Macri y ex mano derecha, durante más de una década, del polémico Beraja: fue su director ejecutivo y lo ayudaba, también, en sus asuntos privados. Avruj también fue de los que organizó un premio, en el 2001, a Jorge “el Fino” Palacios y al ex jefe de la Policía Federal Rubén Santos por parte de la DAIA: Palacios, en su momento a cargo de la Metropolitana de Macri, cayó en la causa por las escuchas, y Santos pasó cuatro años en prisión por la represión de aquel año. “Es mentira que la DAIA es del PRO. En mi gestión había dos personas de La Cámpora en la Comisión”, dice Wolff.
El memorándum con Irán terminó de quebrar a la colectividad judía de Argentina. Una de las fracturas más fuertes fue la de Timerman con el rabino Daniel Goldman, líder de la comunidad Bet El, donde el ex canciller participaba con frecuencia: esa comunidad había sido fundada por el rabino Marshal Meyer, amigo de su padre Jacobo, e histórico defensor de los derechos humanos. La familia Timerman está dolida con Goldman porque considera que fue un “cobarde”, como dice Elbaum, que nunca se animó a plasmar su posición respecto del memorándum y que abandonó a su antiguo protegido. “Es un tibio”, se quejan. Por primera vez, Goldman rompe el silencio: “Es verdad que me alejé de Timerman a raíz del memorándum. Siempre estuve en contra de ese pacto, aunque no es mi rol ponerme en el lugar de un juez. Con Héctor nunca más volví a hablar y no creo que lo haga”, le dice a NOTICIAS. No hay paz para los descendientes de Abraham y Salomón.
por Rodis Recalt, Juan Luis González
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