Durante su primer año como presidente de los Estados Unidos, Donald Trump acarició la idea del botón rojo nuclear, como solución a las disputas con algunos de sus muchos rivales externos. Fue parte incluso de una bravuconada twittera del estadounidense en la escalada de tensiones con Corea del Norte, que llevaron finalmente a la cumbre con Kim Jong Un: “El líder de Norcorea Kim Jong Un acaba de declarar que 'El botón nuclear está en su escritorio en todo momento'. Podría alguien de su agotado y hambriento régimen informarle que yo también tengo un Botón Nuclear, pero es más grande y poderoso que el de él, y mi Botón funciona!”.
Plan de acción. La guerra con Corea del Norte se desactivó de todos modos, no con la amenaza de ver volar misiles, pero gracias a la guerra comercial que había iniciado antes su Secretario de Comercio, Wilbur Ross, banquero entrenado en reestructurar -exitosamente- compañías y negocios en dificultades, y hombre fuerte del gabinete al que el presidente respeta y ve como un par: su fortuna supera los 2.500 millones de dólares según Forbes, mientras que la de Trump se eleva por encima de los 3170 millones, pero con 1300 millones en deudas.
En equipo con el vicepresidente Mike Pence y el ex secretario de estado Rex Tillerson (a quien se lo vincula con Ross en negocios con Rusia y Arabia Saudita en las investigaciones de los Paradise Papers), el Secretario de Comercio estadounidense ayudó a tejer la red de restricciones comerciales que asfixiaron la economía norcoreana y terminaron ablandando a Kim Jong Un. Todo claro, con la ayuda de China, que entregaba a un aliado para evitar la guerra comercial con EE.UU..
Pero para Trump, la victoria de su estrategia refrendó el plan de cierre de fronteras físicas y comerciales. Y a la discusiones con México y Canadá, la Unión Europea y la OMC (a quien Ross sugirió la semana pasada que hay que reformar), se sumó la batalla máxima con el gigante asiático.
Pegar primero. La balanza comercial entre EE.UU. y China perjudica a los norteamericano en 337.000 millones de dólares anuales. Trump tiene en la mira reducir en 200.000 millones de dólares ese déficit, lo que es prácticamente imposible: todas las exportaciones de mercancías de EE.UU. a China el año pasado totalizaron 130.000 millones de dólares. Y los que acusan a Ross de trazar un plan extremo -y con consecuencias potenciales terribles-, sostienen que el banquero vinculado al acero, el carbón, las telecomunicaciones y los textiles, sólo repite viejas recetas de los 80 y 90. Las mismas que aplicaran Ronald Reagan y George Bush contra Japón, y que lograron poco para remediar el superávit comercial nipón entonces.
El viernes pasado, a las 00:00 de Washington, entró en vigor el primer paquete de medidas aduaneras con punitivos a las importaciones chinas de automóviles, componentes de aviones y partes de computadoras. Un total de 34.000 millones que la administración Trump pretende recortar de un plumazo. Y una segunda parte de bienes valuados en 16.000 millones (que redondean el total en US$ 50.000 millones) serán analizados: incluyen al crudo, el gas propano y derivados químicos.
Advertencias. "China no cederá a la amenaza ni al chantaje. Estados Unidos inició esta guerra comercial, no la queremos pero no tenemos otra opción que dar batalla", contestó Gao Feng, portavoz del ministerio de Comercio chino. Según The Washington Post, la represalia china "estaría dirigida al corazón de EE.UU. que ayudó a llevar a Trump a la Casa Blanca", en concreto a los granjeros del “Midwest” que ahora “temen que perderán acceso al mercado lucrativo de China y pagarán la factura de los excedentes de su producción y ganado”. Varios economistas habían advertido los últimos meses a Trump sobre el daño potencial del proteccionismo duro, pero Wilbur Ross los había desestimado: “las advertencias son prematuras y muy imprecisas”, había contestado el Secretario de Comercio ante empresarios estadounidenses que insistían en que Trump debía reconsiderar sus acciones. Las respuesta china tarifas afectaría exportaciones equivalentes a 75.000 millones de dólares y pondría en riesgo unos 400.000 puestos de trabajo.
Pero Trump insiste que si logra disminuir el déficit comercial en un 25%, Estados Unidos crecería un 1% más en su PIB, lo que aquivale a “tres billones de dólares y 10 millones de empleos” según el presidente.
Visión y futuro. “China tiene en la mira a las industrias del futuro de EE.UU., y el presidente entiende mejor que cualquiera que si China captura en forma exitosa estas industrias emergentes, nosotros no tenemos futuro económico”, apoyó Peter Navarro, otro de los asesores económicos de Trump. Según la estrategia de la Casa Blanca, el golpe lo sentirán además otros economías ligadas a China: polos tecnológicos como Malasia, Singapur y Corea del Sur, y otros europeos en Irlanda, República Checa, Hungría y Eslovaquia, donde se fabrican autopartes para ambas industrias (la norteamericana y la china). “China es el rival comercial que EE.UU. desea golpear con mayor dureza porque representa el principal rival estratégico en tecnología y en fortaleza nacional”, analiza un informe del “think tank” privado Anbound, con sede en Pekín.
Trump se jactó en la semana de tener “todas las cartas en la mano”, a diferencia de sus antecesores demócratas que “perdieron la guerra comercial hace muchos años”. “En China temen que Europa y Japón apoyarán a EE.UU. y tomarán ventaja del vacío chino. Pero en Europa creen que la disputa comercial es solo un aspecto de la competencia global, y que el eje de este conflicto no es China contra EE.UU., sino EE.UU. contra Europa. En términos tecnológicos, China es todavía un estudiante, mientras que Europa y Japón pueden convertirse en serios competidores de EE.UU”, destaca el informa de Anbound. Como sea, la jugada de Trump, quien muchos preveen terminará negociando con China mejores condiciones que las actuales, sería en tal caso acertada, y no la locura que otros advierten.
Más golpes. "Era necesario golpear a Canadá, la Unión Europea y Japón con aranceles para evitar que China envíe acero a través de ellos a EE.UU.", dijo Ross en el Comité de Finanzas del Senado a fines de junio. "Estamos comenzando a tomar el tipo de acciones que, si hubieran tomado antes, se habría evitado esta crisis", insistió Ross.
Con Canadá y su primer ministro Justin Trudeau, Trump tuvo fuertes cruces durante la cumbre del G7 a principios de junio. Atrás vino el contragolpe canadiense con aranceles al acero, el aluminio y bienes de consumo por unos 12.600 millones de dólares. El objetivo de la administración Trump es dar pelea en el comercio global. El secretario de Comercio norteamericano tiene entre sus próximas metas presionar a la Organización Mundial del Comercio (OMC), con reformas: "La OMC sabe que se necesitan algunas reformas. Creo que realmente es necesario actualizar y sincronizar sus actividades y veremos a dónde lleva eso. Pero creo que es un poco prematuro hablar de simplemente retirarnos", le dijo Ross a la cadena CNBC. Y fue justamente ante la OMC que China, la UE y Canadá presentaron sus quejas por los aranceles impuestos por Estados Unidos.
"Es un escenario negativo, pero que no debe ser una sorpresa, EEUU ya desafió al G7", marca Julián Cubero, de BBVA Research, "Las amenazas no fueron huecas y se demuestra que la retórica comercial de Trump ha sido más que una simple táctica negociadora. La única duda es si ahora China contraatacará con toda su potencia de fuego", apunta Bart Hordijk, analista de Monex Europe.
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