"En las elecciones nos mandaban a preparar milanesas”. “Cada vez que me hablaban me decían 'la señora de'”. “Te besuquean o te tocan demasiado”. “Si estás sobrecalificada pero el lugar es para un hombre, no importa tu currículum”.
Las que hablan son diputadas y senadoras nacionales. Cecilia Moreau, Mayra Mendoza, Graciela Camaño, Gladys González y Paula Oliveto llevan años en la política, levantan la voz en el recinto cuando es necesario y se trenzan en encendidas discusiones sobre cualquier tema en la tevé. Pero algunas cuentan por primera vez en público los obstáculos que tuvieron que saltar en sus carreras hacia puestos de poder.
Sus historias fueron relevadas por NOTICIAS a partir de la presentación de la primera encuesta sobre “Violencia política contra las mujeres en Argentina”, realizada por el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), que permitió pasar a números lo que parecían situaciones aisladas. “Ocho de cada diez encuestadas sufrió violencia política, pero no se hablaba del tema porque parecía que era el costo que había que pagar para poder estar”, explica Lucía Martelotte, directora ejecutiva adjunta de ELA.
La encuesta incluyó a 45 legisladoras porteñas y nacionales de once provincias y reveló que el 98% percibe la discriminación hacia las mujeres en el ámbito político, sobre todo por parte de varones, pero también de mujeres.
Etiquetadas. Después de darle una cachetada a Carlos Kunkel, diez años atrás, Graciela Camaño lamentó haber reaccionado así a una larga historia de agravios: “Exploté porque cada vez que tenía que referirse a mí me decía en tono irónico 'señora de Barrionuevo'. En ese momento éramos menos mujeres y ese tipo de ataques eran problemas individuales. Nadie saltaba como pasa ahora, el feminismo no estaba instalado”, explica la jefa del bloque del Frente Renovador en Diputados a NOTICIAS.
De acuerdo al informe de ELA, las referencias a los esposos, el invento de romances para explicar la llegada a determinados puestos y las descalificaciones físicas son los casos más comunes de violencia simbólica. El 28% de las encuestadas dijo haberla sufrido.
Soportar ese tipo de ataques sin esperar la “sororidad” colectiva, para las más experimentadas era la regla. La que no se hacía fuerte tenía que abandonar la carrera. Algunas recuerdan una época no tan lejana en la que hablar directamente con un dirigente de peso, como Eduardo Duhalde, era imposible. Quienes querían hacerle llegar sus ideas tenían que contarle a “Chiche”.
Camaño rememora las “reglas del juego” en su llegada a la Cámara: “Sabíamos que la rosca era masculina, por eso avanzamos en las leyes de cupo y paridad. Antes las reuniones eran todas de noche y era más difícil para las mujeres participar, pero eso cambió. Lo que siguen haciendo los hombres es rosquear entre ellos, pero también las mujeres aprendimos a armar espacios de rosca femenina”.
Acosadas. Para superar ser “la hija de Leopoldo”, Cecilia Moreau se sintió obligada a militar el doble que sus compañeros. Creció en una UCR decidida por varones, donde las mujeres completaban planillas y preparaban las “milanesas para los fiscales”. Pero en el Congreso, enfrentó a compañeros de bancada cuando sintió que “besuqueaban o tocaban demasiado”. “Un día no aguanté la actitud de un diputado y se lo dije delante de todo el bloque. Entonces no me molestó más”, cuenta a NOTICIAS.
Varias legisladoras aseguran que es común, como en cualquier ámbito, que sus compañeros las acosen con comentarios sobre sus piernas, su cola y hasta les pidan “que les muestren las lolas recién operadas”. “Si te ponés un escote o te pintás los labios te dicen que viniste para la guerra”, cuentan.
La violencia física y sexual fue menos reportada (10%). Una de las encuestadas contó al equipo de ELA que cuando estaba embarazada le “pedían que usara ropa holgada para que no se notara” y hasta la “bajaron de lugar en la lista”.
No todas las situaciones resultan claras. La propia Moreau no supo calificar como un acto de violencia simbólica -reportada por el 50% según ELA- cuando Mario Negri la llamó “chiquita” en una sesión. Fue Victoria Donda quien no la dejó pasar. La propia Donda contó en 2016 que un colega le advirtió: “Con la remerita que te pusiste hoy no te quejes si te dicen cosas por la calle”.
Mayra Mendoza recuerda a Miguel Del Sel llamando “mamita” a sus pares en la Comisión de Cultura, pero asegura que la violencia política afecta también a las empleadas de la cámara. “Es horrible e indignante, pero no me quedo con la bronca. Acompañamos a quien haya vivido alguna situación incómoda y quiera denunciar”, dice la diputada de La Cámpora.
Sobrecalificadas. Tener un currículum impecable no siempre garantiza un puesto. “Dentro de Cambiemos, si estás sobrecalificada pero el lugar es para un hombre, no importa tu calificación. Ellos tienen más chances”, dice a NOTICIAS Paula Oliveto.
La diputada asegura que en la Coalición Cívica “no hay ningún tipo de discriminación porque la líder es una mujer”, Elisa Carrió. Pero recuerda un agravio que sufrió cuando era legisladora porteña y un par la trató de “villera de Mataderos”.
Los ataques con referencias al género y el territorio aparecen también en el relato de Gladys González: “Sufrí violencia como interventora del SOMU y como candidata a intendenta de Avellaneda. Cuando una mujer se anima a caminar el Conurbano, que parece ser una cosa de hombres, aparecen comentarios poco feministas”. La senadora del PRO asegura que, como en la mayoría de los ataques, “había una intencionalidad política mezclada con misoginia”, y advierte sobre otro gran problema a resolver: “La necesidad de un empoderamiento económico” para que cada vez más mujeres entren a la política.
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