Hoy decenas de artistas jóvenes se hacen conocidos sin tener disco. El año pasado, Chance The Rapper (23 años), llegó así al Grammy. Y en nuestros país lo mismos pasa con los referentes del trap, la música callejera que ganó a los más jóvenes. El Duki -que el fin de semana pasado se presentó ante un Luna Park colmado-, estuvo nominado este año a los Gardel sin tener disco. Paulo Londra, que el viernes pasado llenó el Quality en Córdoba es otro fenómeno: “Relax”, su último single, supera los 55 millones de views. Y el colombiano Sebastián Yatra dominó este año el ranking local antes de haber sacado su disco por Universal.
“El mundo cambió y hoy se consumen tanto canciones como discos”, explica Damián Amato, director de Sony sobre el fenómenos de los singles creados para el cirtuito de la música digital, donde el streaming representa hoy el 38% del total de la industria musical: unos 6500 millones de dólares a nivel global. El 85% de los jóvenes entre 10 y 15 años hoy consume música a través del streaming (YouTube, Sptify o Apple). Un cambio de paradigma total.
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Modelo. Desde el momento mismo en el que apareció la electricidad, música y tecnología se volvieron dos partes de un mismo concepto. Ya sea en un show en vivo o por las señales digitales de un auricular en los oídos, el sonido se concibe como un concepto tecnológico. Y su expansión crece con la velocidad del ritmo actual: acompasada a la evolución digital, siempre exponencial.
Durante 2017, se escucharon 1 millón y medio de canciones por minuto en Spotify. En Estados Unidos, cinco de las aplicaciones más bajadas tienen que ver con eso: Pandora Music, Tidal, YouTube Music, Smule y Spotify. Es un hecho: la tecnología está en cualquier cosa que se enchufe, sea digital o tenga un microchip. Y entender la innovación tecnológica es entender la evolución musical.
Según Norberto Cambiasso, “la importancia de la innovación tecnológica en la música es fundamental. Y a medida que han pasado las décadas, puesto que esa innovación se ha acelerado, se ha cambiado por completo la manera de concebir, producir y distribuir la música”.
En ese sentido, los datos entregados y el uso del sentido común dan una respuesta evidente: actualmente esos modos de producción, de concepción, de distribución, se encuentran más cambiantes que nunca. El motivo, según Cambiasso, es claro: “partes de las innovaciones tienen que ver con cómo lentamente las modificaciones tecnológicas hacen que las cosas fluyan de arriba hacia abajo”. Entonces: “las transformaciones en la música popular siempre están ligadas al abaratamiento de la tecnología”.
Apps. Las aplicaciones para componer, grabar y crear música son hijas directas de la tradición de los sintetizadores y los samplers de los 70 y de los 80, pero con una condición completamente diferente: no hace falta ser un experto –ni mucho menos- para poder utilizarlas. Nicolás Sorín, cantante y líder de la banda Octafonic, comenta: “al principio su uso era una cuestión vanguardista. Ahora se abrió la compuerta y, como músicos, dependemos completamente de todo eso”.
Porque la forma de concebir la música ha cambiado: ahí donde la imaginación a veces no llega, la tecnología a veces sí. “En lo personal uso la tecnología como una herramienta para abrir formas de composición que quizás no se me hubiesen ocurrido con una partitura o un piano” dice él.
Julieta Cazzuchelli, "Cazz" la nueva reina del trap local, estudió cine y estaba familiarizada con las apps de edición para hacer visuales. Así se convirtió en su propia ingeniaera de grabación, produciendo los hits que la llevaron este año a telonear a Daddy Yankee y Ozzuna. Y recientemente grabó con Bad Bunny el puertorriqueño estrella que tiene una veintena de canciones hiteras.
El proceso que antes requería técnicos y después de ingenieros de sonido, hoy muchos artistas under que con suerte aspiran a las primeras ligas, se resuelve con una app.
Arlo Leach es programador y creador de varias de las Apps más útiles para músicos. Por nombrar algunas: SetList Maker y BandHelper, que recopila y distribuye toda la información del repertorio de las bandas, desde canciones, letras, acordes, para luego presentarla en un formato amigable que permite controlar y disparar información vía digital desde un escenario. “Creo que las aplicaciones pueden cambiar realmente la dinámica interna de las bandas”, comenta él, desde el otro lado del continente. Y define el que es, tal vez, el quid de la cuestión: “estas aplicaciones ofrecen a las bandas más tiempo para enfocarse en escribir y practicar”.
Cambio. A partir la aparición de los sintetizadores en los 70 y los 80, la forma de pensar cambió para siempre. Y con la digitalización, los softwares democratizaron el camino a la grabación y generalizaron para siempre las ideas del do it yourself y el home studio. Ahora, mirando hacia adelante, el futuro de las aplicaciones y la tecnología para crear música es tan misterioso como sorprendente.
“Sería interesante que se desarrollaran diferentes opciones de interfaz y controladores”, dice Leach. “Lo próximo que va a ocurrir es la popularización de los botones Flic para controlar instrumentos a distancia. O incluso controladores basados en gestos como el brazalete Myo”, sigue. “Van a desarrollarse relojes inteligentes de visualización para que los artistas tengan acceso a la información mientras se mueven por todo el escenario”, concluye.
Además, la utilización en vivo y en estudio de aplicaciones para crear música al instante es cada vez común, en especial con dispositivos como el iPad. Pero, para Leach, eso no amenaza con hacer desaparecer a los instrumentos tradicionales: “si las guitarras no desaparecieron con la aparición de los sintetizadores, no creo que lo hagan ahora”, afirma.
Simples. Si la tecnología vino para mejorar la vida, entonces los softwares llegaron para mejorar la música. O al menos así debería ser: a partir del advenimiento, desde fines de los 80 y principios de los 90, de todos los recursos digitales como Pro Tools, Ableton o Cubase, para optimizar la grabación de música, el proceso se ha vuelto más mecánico, sencillo y funcional.
Como dice David Byrne, ex lider de Talking Heads, en su libro “Cómo Funciona la Música”: “con este tipo de aplicaciones puedo esbozar con mucha rapidez una idea para una canción y puedo cortar y pegar secciones para crear un arreglo casi instantáneamente”.
Es que esa es la promesa: la música parece cada vez menos exclusividad de los músicos de conservatorio y, cada vez más, propiedad de todo aquel que tenga un teléfono, un iPad y una computadora en la que darle play a sus ideas. Desde las más de 25 millones de unidades que vendió en todo el mundo el videojuego Guitar Hero, ese concepto está cada vez más cerca: todos los oyentes pueden ser músicos también.
“Los softwares no han influido solo en la calidad sónica, sino también en el proceso de composición”, comenta Byrne. En la lógica de música que se compone más fácil y se distribuye mejor, los discos físicos son la contrareacción a la industria de los simples que domina el Top20 de Spotify.
En ese sentido, Sorín cree que “el simple es una buena forma de distribuir la energía y no pensar tanto en un concepto integral”.
Porque en el cambio de los tiempos, el paradigma es otro: “se han modificado las formas en las que uno consume la música: la concentración de las personas, por una cuestión de estímulos, es mucho menor a la de antes”. Entonces: se cuantifican los ritmos y los tiempos, se homologan las estructuras internas de las canciones y, lo que antes se decían en cuarenta minutos, ahora se dice en tres.
Molde. “Aunque el software se promociona como una herramienta imparcial que nos ayudar a hacer lo que queramos, todo software tiene peculiaridades propias que hacen que una forma de trabajar sea más fácil que otra”, advierte Byrne. Y en el proceso de desarrollo, cuando se igualan las aplicaciones, se igualan las canciones: todo empieza a sonar cada vez un poco más parecido.
“Me parece que un gran problema que a veces tiene el desarrollo tan acelerado de la tecnología digital es que, de alguna manera, esas innovaciones están demasiado adelantadas respecto a las capacidades de adaptación que tienen los compositores”, comenta Cambiasso.
Entonces, en esa vuelta a las raíces que siempre implica cualquier cambio radical, tal vez quien le saque más rédito a la innovación no será quien mejor la use, sino el que mejor la maride con el pasado. Porque, destaca el periodista: “cuando era más difícil hacer las cosas, había un disparador más grande de la imaginación”. Y así será entonces: tal vez haga falta llenar de contenido una enorme caja de posibilidades como es el infinito de lo digital. Según el líder de Octafonic: “el contenido no pasa por lo tecnológico, sino por una idea. Lo tecnológico, al fin y al cambio, es perecedero: pasa de moda si no está acompañado con algo más. El contenido, lo que uno puede brindar musicalmente, es otra cosa. Yo creo que ahí radica lo importante”.
por Patricio Cerminaro
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