Creció entre Trotsky, la revolución y el feminismo, pero Laura quería ser uno de los personajes de “Mujercitas”, para tejer y bordar cerca de un hogar encendido. Por supervivencia y elección, se construyó un mundo interior a imagen y semejanza de las puritanas del siglo XIX. Devoró con gula todas las lecturas que llegaron a sus manos, amó y gozó al calor de “Cumbres borrascosas” o de “Jane Eyre”. A principios de los '80, vivía en una pensión y hacía pis en bolsas de nylon porque no tenía ningún baño cerca. También fue una de las cronistas privilegiadas de la primavera democrática y de la movida del rock con su “Buenos Aires me mata”. Tanto en la pensión como en Cemento, se sentía una extranjera y eso ensalzaba su propia fábula.
En 1994, regresó de un viaje a Inglaterra y fue directo a ver a su padre, Jorge Abelardo Ramos, que estaba internado. Ella no lo sabía pero estaba embarazada y pronto se quedaría doblemente huérfana –su madre, Faby Carvallo, murió al poco tiempo que su padre–. “¿Fuiste a ver el escritorio de Marx?”, le preguntó el hombre. Ella le contestó que no, pero que había ido a la casa de las hermanas Brontë. Jorge Abelardo empezó a toser y a ahogarse, los médicos sacaron a Laura de la habitación, lo entubaron y nunca más volvió a despertar.
El pedido paterno incumplido y la muerte resultó ser, 15 años después, el disparador para que ella fuera más fiel que nunca a su propia esencia y se metiera de lleno a bucear en el barro que realmente le interesaba: cambió a Marx por las Brontë. “Infernales: la hermandad Brontë” (Taurus) es el resultado de un intenso trabajo de investigación de siete años, que ella presenta como “El libro del deseo”. Y el deseo suele ser movilizante, interpelador, contrariado y provocador.
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Noticias: ¿Cómo tuvo las agallas de meterse con la familia Brontë, tan emblemática en la literatura inglesa?
Laura Ramos: No lo siento como un atrevimiento, era lo que tenía que hacer. Desde muy chica declamaba los guiones de estos libros del siglo XIX, mientras mi madre me hablaba, le contestaba con un diálogo de “Mujercitas”. Toda mi lucha fue tratar de ser uno de esos personajes. Es mi identidad y la palanca desde la que manejo mi mundo y me relaciono con él, todo lo demás son esfuerzos para vivir en esta realidad que no me agrada. Cuando terminé el libro, fue como decirles a mis amigos: “Ya no se rían más de que tengo frío, de que me gusta vestirme como monja, de que soy delicada, es por esto, esta soy yo”.
Noticias: Dice que mientras investigaba y escribía “Infernales…”, se sentía una Brontë, ¿cómo hizo para seguir el ritmo de la vida cotidiana?
Ramos: Sí, me costaba. Tengo a mi familia, a mis hijos –Luisa (23), Francisca (17) y Eugenio (17)–, cada uno tiene su vida y soy medio transparente para ellos.
Noticias: ¿En qué sentido?
Ramos: Estoy como en mi mundo y cuando converso, es como que no puedo dialogar demasiado.
Noticias: ¡Es increíble que aquella que escribía en el suplemento "Sí"! de Clarín fuera en realidad una apasionada del siglo XIX!
Ramos: Sí, por supuesto, leía a Balzac. Tuve que luchar por mi existencia, pero no como lo hacen las personas de clase media que conozco, que tienen un plafón de familia y de casa, y a partir de eso estudian o trabajan. Me construí desde el cuarto de una pensión, donde hacía pis en bolsitas de nylon. Parto de un lugar muy underground de verdad. Mis padres eran súper bohemios, estaban viviendo sus aventuras y yo tenía que hacerme mi vida con los poquísimos elementos que ellos me habían dado, todos saberes simbólicos que me ayudaron mucho. La pensión no tenía ninguna connotación deprimente para mí. Tenía 20 años, trabajaba como secretaria y un año antes había estado en el fondo de los fondos, un fondo elegido, que eran ciertas drogas de esa época y explorando mi ser interior.
Noticias: ¿Se sentía sapo de otro pozo?
Ramos: ¡Ay, sí! Estuve en un grupo de análisis y el analista decía: “¿De qué pozo salió Laura?”. Nadie sabía (risas), es que nunca hay un solo pozo. Pero yo estaba fascinada porque de golpe estaba en la puerta de Prix D´ami o de Cemento y Omar Chabán me decía: “Ah, sos del Sí!, pasá”. Entraba y guau, era como "Alicia en el país de las maravillas".
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Noticias: ¡No era la más rockera sino "Alicia en el país de las maravillas"!
Ramos: ¡Claro! Cero rockera, era como una extranjera, me cruzaba con personajes muy extravagantes, gente de vidas complejas y sinuosas.
Noticias: Cuenta cómo las Brontë se construyeron un mundo mental paralelo, por ejemplo cuando Emily y Anne viajan a York y actúan como si fueran los personajes de sus invenciones. Ese parece haber sido también su propio sello.
Ramos: ¡Así me sentía en el tren la primera vez que fui al pueblito de las Brontë, estaba en estado de trance! Me estaba jugando mi vida. Estaba frente a la lápida de la cocinera de la familia, llovía y me aferraba. Quería que la lluvia me fundiera con la lápida porque esa es la vida que siempre anhelé tener.
Noticias: ¿Analizó la razón de esa devoción por un tiempo y un espacio tan diferente del que le tocó?
Ramos: No sé si es tan diferente porque lo que sucede entre el libro y vos es tan intenso... Cuando estaba leyendo “Jane Eyre”, era mucho más vívido y estaba aprovechando mucho más el sol en mi lectura que mi hermano y los otros que jugaban en la playa.
Su vida podría ser un caso de laboratorio para pensar cuánto forma y deforma la educación de la familia de origen. Su infancia y adolescencia es un mosaico de imágenes increíbles: su madre dejándoles cigarrillos a los once años a ella y a su hermano Víctor como “quien les deja plata a los hijos para que se compren un alfajor en el colegio”. O que, con doce, los mandara solos a la ruta a hacer dedo para que se fueran de vacaciones –sí, dos púberes más un amigo de la misma edad subiéndose a camiones y durmiendo en estaciones de servicio–. O como que su padre le dijera convencido (y convenciéndola) de que después de la revolución, vivirían en la Quinta de Olivos. Y hace poco su hermano descubrió que los amigos de sus padres eran espías soviéticos y que ellos estaban fichados para ser investigados por ser trotskistas.
Noticias: No le gustaba la vida revolucionaria...
Ramos: No. Ellos decían que era reaccionaria, cipaya, pero simpáticamente, se reían de eso.
Noticias: Lo de su madre hoy sería una crianza del desapego, del soltar.
Ramos: (Se ríe). Soltar hubiera significado tener agarrado en algún momento. Mi vieja era un personaje famosísimo, le decían La Maga, era súper amorosa y cariñosa.
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Noticias: ¿Como mamá también lo era?
Ramos: Yo quería el hogar de “Mujercitas”, el fueguito. Le decía: “Mami, me gustaría que estés cuando llego del colegio y que me esperes con una torta”, y ella me decía: “¡Ay, pero esas son cosas de pequeñas burguesas!”. En mi casa no había comida caliente, pero no tengo nada de qué acusarla, al contrario, la adoro.
Noticias: ¿Cómo fue usted como madre?
Ramos: Un poco rompe pelotas, una madre sobreprotectora, de pulóveres tejidos, nunca tuvieron frío.
Noticias: ¿Qué le pasa con el feminismo de hoy?
Ramos: Supongo que lo veo como vería un soviético la revolución cubana, con alegría y distancia, yo ya la hice. Mis hijas y mi hijo usan el pañuelo verde.
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Noticias: ¿Usted lo usa?
Ramos: A veces. Siento que por sangre, ya di todo lo que tenía que dar al feminismo y a la revolución y ahora puedo dedicarme… Digo, entregué mi infancia.
Noticias: ¡Es muy fuerte haber entregado la infancia!
Ramos: Lo digo con alegría, no en términos de lo que me faltó porque justamente eso es lo que me permitió tener mi mundo privado maravilloso con olor a torta. Entregué mi infancia, porque fue una manera de luchar, y me forjé feminista inconscientemente, lo llevo en la sangre.
Noticias: Tras la muerte de su padre, descubrió que no existía “el” escritorio de Marx, que era un mito.
Ramos: ¡No existía! Tengo el mail del Museo Británico donde me dicen que no existía uno en particular, que él se sentaba en el que estuviera libre. Mi papá se había armado su propia mitología, como me la había armado yo.
Noticias: ¿Qué le pasó cuando se rompió la suya y descubrió que las Brontë no eran aquellas supuestas vírgenes del páramo?
Ramos: Cuando llegué al pueblo y vi que todos eran unos parásitos desvergonzados de los Brontë (a las hermanas se agrega Branwell, el hermano olvidado por la historia oficial), tomé la decisión de elaborar y (de) construir mi propio mito. Esto fue a partir de que el guarda del museo me dijo: “Mi cuñada vio el fantasma de las hermanas ahí”. Entonces vi que así como el pueblo parasitaba de ella, ellas parasitaban del pueblo, porque así su obra se mantiene viva, es mutua la vampirización. Ahí ya estamos en una mitología más justa, más compleja e interesante, por lo tanto la acepto, la tomo y me meto en ella.
Noticias: Decía antes que cree haber encontrado en el rol de biógrafa uno que le sienta cómodo. ¿Pensó en hacer la biografía de sus padres?
Ramos: Mi padre me pidió que escribiera su biografía y le dije que me parecía que no estaba bueno meterme en su vida y en su pasado porque yo estaba construyendo mi propia vida. Si hubiera sabido que él se iba a morir, habría aceptado, por lo menos para tener esos recuerdos de él más sistematizados pero… Hay un destino en ese sentido.
Se queda masticando aquello de si lo de llevar una doble vida de los Brontë, la de la imaginación y la real, podría vincularse con su propia biografía. “A veces pienso muy internamente que es como la reescritura de la vida que me hubiera gustado tener. En cierto sentido me siento una especie de Frankenstein, una desclasada social, una lumpen proletaria cheta, como si fuera una hija ilegítima de Marx y de Julie Andrews o de Trotsky y Louisa May Alcott, el fruto de una cruza un poco bizarra”. Laura Ramos, protagonista de una realidad que le sacó varias cabezas a la ficción.
Valeria García Testa
@valgarciatesta
por Valeria García Testa
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