El paro docente decretado por Baradel para el 6, el 7 y el 8 de marzo parece un chiste macabro: 678, aquella cifra que resumió la batalla cultural de la “década ganada”, reaparece hoy en las 72 hs de huelga docente que, una vez más, sella con la marca del atraso a demasiados niños y niñas del país. Como si fuera un ministro de Educación de facto, el secretario general de Suteba continúa decidiendo, año tras año, cuándo comienzan o no las clases en buena parte de la República Argentina. Más allá de las culpas y mezquindades gremiales y opositoras, hay una responsabilidad clara de las autoridades provinciales y nacionales de Cambiemos en este vacío de autoridad que se arrastra desde el comienzo de la gestión.
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Es curioso que un gobierno que tuvo la tibia intención de rescatar la figura de Domingo Faustino Sarmiento como insignia de una refundación cultural e institucional del Estado como buen educador no haya podido generar soluciones a este problema endémico de la pérdida de días de clase. Se podrá argumentar desde el oficialismo que la crisis financiera y la emergencia económica postergaron el tratamiento del problema educativo. Sin embargo, la propia ideología (pongámosle un nombre) del PRO, tan entusiasmada con la tecnología y todo lo que huela a futuro, indicaría que, para poner de nuevo en marcha a la Argentina, una de las primeras palancas que hay que empujar es la educativa. Ahora ya es tarde, al menos para esta gestión. Y no alcanza con victimizarse ante la opinión pública con la intransigencia de Baradel y la desidia cómplice de la oposición frente al deterioro pedagógico de la oferta estatal a las familias que no pueden o no quieren pagar escuelas privadas. El macrismo tampoco demostró haberse tomado la educación en serio, ni siquiera por conveniencia electoral.
Una anécdota personal. Antes de las elecciones del 2015, en una charla periodística “en off” que me tocó mantener con un conocido dirigente de Cambiemos interesado en la Cultura, surgió la cuestión del tristemente célebre “Relato K”, esa idea fuerza con que Cristina blindó su gobierno hasta el final. La duda era si el próximo gobierno -acaso el de Macri- podría sostenerse en el poder sin apoyarse en un relato alternativo claro, con otro contenido pero con las mismas formas que el “storytelling” kirchnerista. Si el leit motiv K fue la rebeldía contra los “medios hegemónicos”, ¿cuál podría ser el tema convocante, polémico y a la vez aglutinante que pudiera permitirle al eventual gobierno macrista reapropiarse del debate público y gobernar con su propia “grieta”? Tímidamente, pregunté si la Educación, con sus luchas, sus desafíos, su historia y su carga emotiva, podría ocupar ese lugar central en el relato de gobierno futuro. No obtuve una respuesta clara, síntoma de que el tema no tenía un espacio tan importante en la agenda de la coalición macrista.
A juzgar por los pasionales intercambios que explotan en la audiencia digital con comentarios al pie de cualquier artículo que se publica en la web sobre los paros docentes o las pruebas de calidad educativa, parece que el tema tiene suficiente voltaje como para polarizar a la sociedad en torno a un eje de la política pública. Sin embargo, el macrismo optó por la corrupción K como tema de conversación eterno, confiado en que la recuperación económica del famoso “segundo semestre” y la “lluvia de dólares” harían el resto. Pero nada de eso ocurrió, más bien sucedió lo contrario. Y la educación, como política clave de Estado y como terreno de debate social intenso, perdió su chance de copar la agenda pública. Otra vez será.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
por Silvio Santamarina*
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