Thursday 21 de November, 2024

SOCIEDAD | 18-04-2019 15:00

Científicos for export: fuga de cerebros

Cuatro historias de investigadores que emigraron al extranjero debido al ajuste en la ciencia argentina. Neocavallismo y crisis.

"Los seres humanos tenemos eso, necesitamos comer”. La frase, así de definitiva y dramática, brota de los labios de un científico argentino de 35 años que, luego de estar casi un año sin trabajo en el país, se trasladó al Reino Unido para continuar con sus investigaciones. “Llega un momento en que no podemos ni pagar el alquiler, y lo peor es que no tenemos a quien quejarnos, estamos desamparados”, dice con voz quebrada la bióloga Ana Clara Najenson de 37 años, recién instalada en Alemania. A ambos los une la misma constante: no pudieron seguir con sus trabajos de investigación en la Argentina y se vieron obligados a emigrar.

NOTICIAS habló con cuatro científicos argentinos de diversas disciplinas, hermanados por similares sensaciones de desarraigo, frustración y rabia. “Después de tantos años de preparación y estudio uno tiene mucho compromiso con el país, quiere devolverle a la sociedad lo que ella le dio, contribuir al desarrollo argentino, pero en estas condiciones es casi imposible”, resume Najenson, desde Berlín. Una tormenta perfecta se está gestando, con mucha tristeza, entre quienes se fueron y entre quienes empiezan a armar las valijas.

Y es que quedarse o irse dejó ya de ser elección una personal para convertirse en una cuestión de supervivencia, en momentos en los que más de 2.100 investigadores de ciencias tanto básicas como aplicadas y sociales ven cómo se diluyen sus posibilidades de seguir trabajando por no haber sido admitidos a la Carrera de Investigador Científico (CIC) del Conicet. El problema empieza incluso antes, entre quienes comienzan: un becario postdoctoral está cobrando en promedio 23.000 pesos y contar con los insumos que se precisan para trabajar es cada vez más difícil, presupuesto ultraajustado y devaluaciones mediante.

(Leer también: CONICET: La filósofa Judith Butler, en el reclamo de los investigadores)

Por otro lado, pasarse al sector privado para continuar con las investigaciones no es opción, en momentos en los que la caída en el sector industrial no deja de profundizarse. El resultado es una masa de recursos humanos formados durante diez años que, sin estabilidad laboral ni económica, ya alimenta a universidades, hospitales e institutos de países desarrollados y hasta de América latina.

La situación recuerda (y mucho) a lo que ya vivió la Argentina, a principios de los 90, cuando el sistema científico tecnológico fue desfinanciado y jibarizado a punto tal que durante años el ingreso a la carrera de investigador científico del Conicet estuvo cerrado. Cuando el ex ministro de Economía, Domingo Cavallo envió a los científicos “a lavar los platos”. La diáspora de investigadores argentinos se intensificó y recién comenzó a mermar y a revertirse entre 2003 y 2016: 1.319 científicos argentinos fueron repatriados a través del plan Raíces. Un programa casi congelado que en los últimos tres años sólo recuperó a tres científicos.

(Leer también: Ajuste en Ciencia: “No es por acá”)

El ajustazo llegó a científicos y tecnólogos en 2016, cuando a fines de ese año supieron (sin aviso previo) que los ingresos a la carrera de investigador habían sido reducidos a la mitad: de los 943 admitidos en el 2015, y que según el Plan Argentina Innovadora 20/20 debían aumentar en un 10%, sólo entraron 502. El viernes 5 se supo que este año apenas 450 fueron aceptados: un 17,7% del total de los postulantes, 2.593, y entre los cuales había muchos que ya habían quedado afuera en años anteriores.

La cantidad de plazas para ocupar en el Conicet va en caída libre. “Mi lugar de trabajo es la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y veo que ya hay estudiantes que están a mitad de su carrera y que no quieren saber nada de seguir como investigadores en el país”, describe Matías Pandolfi, biólogo, investigador del Conicet en temas de comportamiento animal.

(Leer también: ¿Es la educación pública una prioridad en la Argentina?)

Alemania, la que busca. Ana Clara Najenson es bióloga, tiene 37 años y llegó en agosto de 2018 a continuar con sus investigaciones a un hospital universitario de la ciudad alemana. Ana estudia las vías metabólicas en el páncreas: “Ciencia básica, pero con la perspectiva de generar nuevos targets terapéuticos para tratar la diabetes tipo 2”, explica. Aunque tenía en mente hacer algún posgrado fuera de la Argentina, no esperaba tener que hacerlo casi en fuga.

“Mi último sueldo en el país fue en mayo del año pasado. Ya decidí que no me voy a presentar para entrar al Conicet, y eso es muy triste. Porque mi novio y yo, también científico, nos formamos para hacer investigación en nuestro país, tenemos mucho compromiso, muchas ganas, pero no sabemos si vamos a poder pagar el alquiler”, dice.

Najenson recibió una beca estatal de una institución alemana, la DAAD (el Servicio alemán de intercambio académico) para trabajar en Berlín. “Los científicos argentinos tenemos las puertas abiertas porque la formación de nuestros recursos humanos es de primer nivel –enfatiza–. Además, poseemos algo muy valorable y es que venimos con ideas. No sólo llegamos para obedecer órdenes”. Con orgullo en la voz, aclara: “En las universidades públicas argentinas nos forman para testear hipótesis”.

Alemania recibe a los argentinos con los brazos abiertos: es uno de los países que más invierte en investigación y desarrollo, dedicándole un 2,94% de su PBI, con planes de aumentar esa tasa al 3,5% para el año 2025. Así, también está el caso de Nicolás Dvoskin. Tiene 32 años, es economista y politólogo y ya hace siete meses que vive en Eichstätt, a 100 kilómetros de Munich. Entró al Conicet en 2011 con una beca doctoral y luego fue por el posdoctorado. En 2017 se postuló para ingresar a la carrera de investigador científico pero, a pesar de haber tenido evaluaciones favorables, quedó afuera.

(Leer también: Exclusivo: cuál es la relación de los argentinos con la educación)

“Sabiendo cómo estaba la situación, y que se anunciaba un ajuste, decidí empezar a aplicar afuera del país y me salió Alemania. Me lo anunciaron casi al mismo tiempo que supe que no había entrado a carrera –cuenta–. Vinimos con mi novia pero antes me volví a presentar y otra vez la resolución del directorio del Conicet fue 'por falta de presupuesto no se da a lugar al ingreso'”. Durante su paso por el Conicet, Nicolás se dedicó a estudiar la historia del sistema previsional en la Argentina. Gracias a eso, en 2011, llegó a participar de un convenio con la ANSES. Lo curioso de su caso es que hoy, tras quedar afuera del sistema científico argentino, el joven continúa investigando las políticas sociales y económicas de América latina, pero desde Alemania.

“La beca que me saqué se llama ALEARG. Es co-financiada por el Ministerio de Educación Argentino y un organismo alemán dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores. Lo loco es que el Estado argentino decide pagarme que investigue sobre América latina en Alemania, y ese mismo Estado decide no pagarme para que yo investigue en Argentina. En este contexto en el que la posibilidad de volver al sistema científico es muy incierta, están financiando que la gente se vaya. Lo que están poniendo en juego es un objetivo político de desarmar al sistema científico y de apostar a un país que en lugar de producir la ciencia, la importe”, opina Dvoskin, que también es politólogo.

Sobrevivir. María Dumas (39 años) también fue otra de las investigadoras que se topó con la noticia de que, por segunda vez, había quedado afuera de la convocatoria a la carrera de investigador del Conicet. Se formó en Letras, y su materia es la literatura, una de las áreas más afectadas de este 2019 por la cantidad de ingresantes, y que también comprende otras disciplinas como lingüística y semiótica. Sólo consiguieron entrar cuatro personas. En el Conicet, María integró el Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas. Al igual que Nicolás, Dumas empezó a buscar alternativas para poder seguir adelante con la investigación en la que se perfeccionó: la literatura medieval. Así, en 2018 participó de una beca Fulbright, gracias a la cual estuvo en Nueva York durante tres meses. Ahora ganó otra beca, pero esta vez en Sevilla, España.

“Lo que más se redujo durante este gobierno es la cantidad de investigadores que ingresan a carrera. Y también es bastante problemática la situación salarial de los becarios, que cobran por debajo de la línea de pobreza. Somos personas que tenemos entre 35 y 40 años. Y en el ámbito privado también se complica porque la economía está muy parada”, describe. Y rompe con la imagen idílica que se tiene sobre el hecho de poder irse al exterior: “Después de los tres meses en España no sé qué voy a hacer. Estoy saltando de beca en beca”, describe la también profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es como ir confeccionando una colcha a puro retazo.

Mucho más cerca desde lo geográfico, Ángel Yefrin tiene 34 años y varias particularidades. Es colombiano de nacimiento y llegó a la Argentina en 2009 con una licenciatura en Química bajo el brazo. Hizo una maestría y luego, entre 2013 y marzo de 2018, su doctorado y un posdoctorado especializándose en epistemología y didáctica de la ciencia. “El año pasado quedé recomendado, aprobé todas las instancias de evaluación pero no entré debido a los recortes presupuestarios. En ese momento yo tenía a mi cargo dos comisiones de la materia Introducción al Pensamiento Cientifico en el CBC, pero tuve que suspender mis actividades de investigación, la dirección de tesis doctorales y de maestrías, la producción de artículos y por la situación económica en la que se encontraba la Argentina y hoy aún más, era muy difícil hacer frente a los compromisos básicos de la supervivencia”, resume. Casado y con una hija de dos años, Ángel sólo se quedó con un ingreso de diez mil pesos por su actividad docente. “Intenté hacer el aguante, pero ya no pudimos ni pagar las cuentas y empecé a buscar opciones fuera del país. En septiembre de 2018 se comunicaron conmigo desde la Universidad Católica de Paica, a tres horas de Santiago”. Yefrin se incorporó a su nuevo lugar de trabajo en enero, y una vez allí comenzó a ganar 1.800 dólares mensuales.

Los chilenos ni siquiera le pidieron que cambiara su línea de investigación porque no tienen especialistas en esos temas. Ángel vivió diez años en la Argentina, se casó con una mujer argentina y tiene una hija argentina. El Estado contribuyó a su formación, tal y como lo hacen los países desarrollados con científicos de naciones más pobres. Pero los beneficios de esa inversión estratégica ya no están en el país. “Yo quería quedarme, pero con una política de ajuste como la que hay por más que uno quiera continuar y contribuir a fortalecer el conocimiento en el país dentro de la formación que el Estado nos permitió, con las cuales nos benefició, es imposible hacerlo porque tenemos necesidades básicas que ya no podemos satisfacer”, resume.

Si las políticas de ajuste en el sistema científico argentino continúan, la fuga de cerebros no tendrá freno. Y eso, invariablemente, influirá en el desarrollo económico y social del país, en un mundo en el que el conocimiento es combustible elemental.

por Andrea Gentil, Daniela Bianco

Galería de imágenes

Comentarios