En una entrevista de prensa transmitida en directa por Facebook, el Premier italiano Giuseppe Conte, sorprendió a todos con una amenaza de renuncia, si es que los partidos que conforman la coalición de gobierno no terminan las hostilidades y no se logran respetar los acuerdos con la Unión Europea.
La tensión que se vive en Italia desde hace unas semanas está levantando el siempre presente fantasma de la caída del gobierno, algo que el ultimátum de Conte dejó en claro, y que señala la gravedad de la crisis en curso. “El cumplimiento de las normas de la UE, una reforma fiscal que no sean sólo tasas impositivas y palabras únicas del gobierno a los mercados", fueron las exigencias versadas por el primer ministro a sus viceministros Luigi Di Maio, del Movimiento 5 Estrellas, y Matteo Salvini, el líder de la Liga, los dueños del circo.
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El “clima electoral” que se vive desde las elecciones europeas del 26 de mayo empeoró una situación ya complicada de antemano, donde las tensiones entre las dos fuerzas pendía de un hilo. El líder ultranacionalista Matteo Salvini, logró un histórico 34 por ciento de los votos italianos (unos 9 millones de sufragios), el doble de lo conseguido en las elecciones nacionales del 2018, convirtiéndose en la primera fuerza política italiana. En sentido inverso, el Movimiento 5 Estrellas pagó carísimo el pacto con La Liga, cayendo estrepitosamente de la primera a la tercera posición, con tan solo un 17 por ciento, la mitad que hace un año. La demoledora victoria de uno, dejó en un shock psicológico al otro, y los insultos y ataques a través de las redes sociales no merman.
Con esta nueva relación de fuerzas, la ruptura de la coalición al gobierno parece inminente, y si bien el propio Salvini se ha encargado de negarlo públicamente, la buena relación con Giorgia Meloni, la dirigente del partido ultra nacionalista Fratelli d’Italia, los acercamientos con la castigada Forza Italia de Berlusconi, y otros grupos minoritarios reivindicativos del fascismo como Casa Pound, podrían posicionar a Salvini como el nuevo primer ministro italiano y a Italia, como el modelo a seguir de esta oleada de xenófobos recalcitrantes.
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Con este poder multiplicado de Salvini, una economía en fuerte retroceso, la prima de riesgo a niveles altísimos, y un procedimiento sancionador por parte de la Comisión Europea a punto de activarse, las especulaciones sobre la caída del gobierno no son para desestimar y algunos medios italianos ya hablan de que después del verano, la población podría ser convocada a las urnas.
Europa resiste. Si bien los llamados euroescépticos ganaron en países claves como Italia, Reino Unido y Francia, no lograron el poder necesario para inclinar la balanza dentro del parlamento europeo. El bloque resiste pero el descontento en las urnas confirma la crisis de las democracias representativas.
Los dos grandes pilares del proyecto político europeo -el Partido Popular Europeo (PPE) y la Alianza de Socialdemócratas (S&D)- han perdido su mayoría absoluta y ya no podrán garantizar acuerdos, como lo han hecho durante los últimos 60 años comandando el destino de la Unión Europea. Si bien han salido primera y segunda fuerza, los partidos tradicionales están ahora obligados a sellar alianzas de gobernabilidad con partidos que supieron capitalizar esos votos de descontento.
Sí, el Continente está dividido, pero a la mayoría de los europeos le sigue gustando esta Europa integrada, y por esta vez, el modelo sobrevive. Con la muerte de la diarquía del PPE -liderado por la Unión Demócrata Cristiana de Angela Merkel-, y la alianza de la centro izquierda, los partidos continentales deberán reinventarse para consolidar un modelo que arriesga y mucho, de desaparecer.
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Al parlamento de Estrasburgo se suman ahora los liberales de ADLE&R, (fuerza encabezada por Emmanuel Macron) y los Verdes, partidos ecologistas de todo el Continente que nacen de la mano de las manifestaciones juveniles contra el cambio climático. Ambas fuerzas han logrado un gran crecimiento y serán el aliado perfecto para neutralizar la llegada de los euroescépticos, que si bien ganaron lugar, su avanzada dentro del bloque ha sido -por ahora- neutralizada.
En países donde la derecha gobierna, los resultados de estos grupos xenófobos fueron consolidantes, como en Italia, Polonia y Hungría mientras que en Francia, Marine Le Pen le dio a Macron su primera paliza electoral, quedándose con el primero puesto en las elecciones.
En el Reino Unido, con una pata adentro y otra afuera, el escenario es complejo: por un lado, el Brexit Party de Nigel Farage ha obtenido el 31 por ciento de los votos; por el otro, el conjunto de los partidos que están a favor de permanecer en la UE, han logrado retener el 47 por ciento de los votantes, al tiempo que los votos a laboristas y conservadores, se desploman.
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En Alemania y ayudados por el voto joven, los Verdes se quedaron con el segundo puesto, mientras que España y Portugal lideran la única esperanza Socialista de Europa pese a que no pudieron evitar que Vox ingrese al Parlamento.
El resultado de la ultraderecha no debe ser menospreciado: los Conservadores (CRE), Europa de las Naciones y las Libertades (ENF) y Europa de la Libertad y la Democracia Directa (EFDD), podrían lograr un acuerdo opositor que los lleve a representar el 23 por ciento de los escaños. ¿Qué los une? El hartazgo intervencionista de la UE y el objetivo de reducir su poder a tareas logísticas como la relacionada a las fronteras externas del bloque común.
Liberales, verdes y socialdemócratas deberán tejer una alianza que ataje a los nacionalistas xenófobos pero también necesitarán atender al descontento ciudadano, con la creación de un gran pacto social que contenga políticas de corto plazo para la emergencia social y ambiental que vive el Continente. Quizás la tan ansiada Constitución Europea sea la respuesta a estas necesidades, en una oportunidad histórica para frenar a estos ultranacionalistas que bien lejos se ubican de la defensa de los derechos humanos.
por Carla Oller
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