En un ataque de vergüenza propia y ajena, Sergio Massa se sinceró esta semana, en el evento de Clarín donde el tigrense blanqueó su candidatura a diputado K, con un pedido de “perdón a la gente” por tanto manoseo electoral de último momento. Su exsocia Graciela Camaño hizo lo propio el 20 de junio, durante una entrevista radial con Jorge Lanata: aunque mantuvo en secreto las razones de Massa para abandonar la alternativa del medio y pasarse al kirchnerismo, la ahora militante lavagnista (junto a su marido Luis Barrionuevo) reconoció que la frenética subasta transversal de candidatos erosiona el vínculo entre representantes y representados. Ese lazo está más deshilachado que nunca desde el crack institucional del 2001.
La inconsistencia no es un pecado exclusivo del massismo, lamentablemente. Este Día de la Bandera, paradójicamente, resultó una patética exhibición del desquicio identitario que aqueja a la clase política nacional. El Presidente se mimetizó con las mañas K, al aprovechar una tribuna con niños para acusar de mafioso a Moyano, degradando una ceremonia patriótica con urgencias proselitistas no aptas para menores en edad escolar: dicen que el fichaje de Pichetto le devolvió las ganas de guerrear, y parece que también le hizo olvidar los viejos modales PRO que tanto solía custodiar Jaime Durán Barba.
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Desde su propia tribuna egocéntrica, Cristina Fernández también mostró la hilacha. En otra entrevista pública a propósito de su bestseller, la jefa K siguió deshaciendo la supuesta autocrítica que había ensayado en las páginas de “Sinceramente”. Sobre las cadenas nacionales, ayer dijo que en realidad no se arrepentía. Y sobre la autovictimización de género, patinó con el desparpajo que la caracteriza: se queja en el libro de que NOTICIAS se fija con el aspecto sexual de su conducta, pero cuando le tocó elogiar en su día a Manuel Belgrano, elige caracterizarlo como un prócer de quien ella hubiera sido amante (¡!). Y su fijación con la vida íntima de María Eugenia Vidal, de quien siempre subraya la juventud y el estado civil de divorciada, expresa un grado de malicia que queda en las antípodas de la declamada “sororidad” progre. Alberto Fernández tampoco tiene mucha coherencia que ofrecer a las votantes de pañuelo verde. Declaró en San Juan: "Uno de los problemas que tenemos que resolver es que en la Argentina del presente hay mujeres que se mueren haciéndose un aborto. Este no es un problema religioso ni moral. Es un problema de la salud pública." A su lado lo tenía a José Luis Gioja, quien votó contra el aborto no punible “por convicción y por ser peronista”. Y mientras su eventual vice fue Presidenta, la agenda sobre interrupción del embarazo quedó relegada por las creencias personales de Cristina. Igual que en el caso de Juntos por el Cambio, todavía no queda claro si este delicado tema se abrirá a un debate maduro conducido por los candidatos presidenciales, o si los relatos de campaña serán apenas un cazabobos para verdes y celestes.
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Así arranca oficialmente la carrera electoral. Todos mezclados en un aquelarre de oportunismo y avivadas, bailando sobre un escenario de corrupción judicializada, inflación, crecimiento negativo, pobreza crónica y endeudamiento explosivo. Nada que ver con el 2001, juran los expertos económicos. Pero las altísimas cifras de rechazo a los principales contendientes cargan a la sociedad de un combustible parecido al de aquel estallido: solo falta un chispazo.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
por Silvio Santamarina*
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