En la Casa Rosada aún dura la conmoción. Hace pocos días Cristina Kirchner dio un batacazo al designar a Alberto Fernández como su candidato a Presidente, y en el núcleo duro del oficialismo todavía están ajustándose a la nueva realidad política. Un hombre del riñón del líder del PRO sigue por la televisión las imágenes del recién entronado ex jefe de Gabinete K. En su despacho, no muy lejos del Patio de las Palmeras, el funcionario charla, debate, y especula con su secretario sobre la decisión de la líder de la oposición. Cuando la charla empieza a languidecer, remata: “Hace rato que no lo veía a Alberto. Te diría que desde el 2003, cuando casi juega con nosotros en esas elecciones”. Su interlocutor se queda atónito ante lo que acaba de contar su jefe. “¿Qué? ¿No sabías? Estuvo a punto de compartir la boleta con Mauricio”. El joven empleado no lo puede creer. La historia que incomoda al candidato del Frente de Todos es desconocida hasta hoy.
A dos puntas. El fin del 2002 y el comienzo del 2003 fue intenso. Durante esos momentos, muchos políticos y operadores imaginaban al entonces exitoso presidente de Boca Juniors ganando sin demasiada dificultad las elecciones en la Capital Federal, por un frente que se llamaba Compromiso para el Cambio. También había muchos integrantes del círculo rojo que cuando les comentaban el apellido “Kirchner” solo tenían un vago recuerdo de la entonces senadora. Entre los que le tenían más fe a Macri que al gobernador de Santa Cruz estaba el joven Alberto Fernández.
En esa época, el actual candidato a Presidente era un legislador porteño que había conseguido su puesto en la lista del ex superministro menemista Domingo Cavallo y de Gustavo Béliz en el 2000. Además estaba integrado al Grupo Calafate, un think tank integrado por peronistas que impulsaban la nacionalización de la figura de Néstor Kirchner. Entre esos dirigentes, entre los que estaban Jorge Argüello, Julio Bárbaro y Alberto Iribarne, el entonces legislador empezó a llamar la atención y a ganarse al matrimonio K, al punto que luego se convertiría en el jefe de la campaña presidencial.
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Hasta ahí el plan marchaba sobre ruedas, pero la cruda realidad argentina se metería en el medio. En la mitad de 2002, luego de la masacre de Avellaneda, el entonces presidente Eduardo Duhalde decidió adelantar las elecciones para abril del año siguiente, y no pensaba en el esposo de Cristina como su sucesor. Fernández, como otros integrantes del Grupo Calafate, se encontró en una encrucijada: su candidato no terminaba de medir en las encuestas, y el mandamás del peronismo nacional tenía otros nombres en carpeta. Ahí, en la mezcla del pánico con la avidez por los cargos que caracteriza a muchos políticos, empieza esta historia.
Una tarde calurosa de fines del 2002 le sonó el teléfono a la estrella ascendente del PJ porteño. El actual ministro de Seguridad de María Eugenia Vidal, y probable cabeza de la lista de diputados bonaerenses por Cambiemos, atendió el llamado. “Cristian, soy Alberto Fernández. Te llamo para ver si podés hablar con Toma”. El joven Ritondo se sorprendió. ¿Estaba escuchando bien? ¿Fernández quería dar un salto y abandonar a los Kirchner? Diligente, la próxima vez que entró a la sede del PJ porteño le transmitió el mensaje a Miguel Ángel Toma, todavía titular de la SIDE y recién entronado presidente de esa institución. El histórico peronista escuchó atónito la propuesta.
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En aquel momento, Toma estaba envuelto en una frenética negociación con Macri por los puestos en las listas de la próxima elección en la Capital Federal, y cada lugar se negociaba y debatía con pasión. Por eso su respuesta fue tan categórica: “Decile a Fernández, de mi parte, que se vaya a la mierda. Y que si es coherente con su ideología sepa que acá no tiene nada que hacer”. Ritondo le bajó algunos tonos a la réplica y le comunicó la negativa a Alberto. Al movedizo Fernández se le cerraba una puerta, aunque todavía tenía varios ases bajo la manga.
Rosca. Mientras que Fernández se mostraba como parte del núcleo K, que aún no hacía pie como proyecto presidencial, intentaba asegurarse un futuro político de la mano de Macri. Para eso había intentado acercarse mediante el peronismo porteño, al que conocía y que tenía más a mano. Pero una vez que el poderoso Toma le bajó la persiana, el legislador intentó otros caminos. Apuntó a otro peronista que luego tendría gran protagonismo en los gobiernos K, y que en ese momento era el jefe de campaña y principal operador político del presidente de Boca: Juan Pablo Schiavi. El que luego sería Secretario de Transporte de CFK, y que ahora se encuentra detenido por defraudación a la administración pública en el marco de la tragedia de Once, se encargaba de acercarle a Macri a personas, políticos y empresarios que no estaban en su radar. Uno de ellos fue Alberto Fernández. “¿Quién es?”, preguntó el hijo de Franco la primera vez que Schiavi le comentó del tema. Macri estaba lejos de ser el hombre que luego se convertiría en Presidente, y desconocía a muchos integrantes del círculo rojo.
Dos hombres que acompañan al actual Presidente desde ese entonces confirman que Fernández se reunió con Macri “un montón de veces”. “Es que el acuerdo estuvo a punto de cerrarse”, intentan explicar. Los prometidos café se tomaron en la sede de Compromiso Para el Cambio, en Chacabuco 175, en San Telmo. “Después de la primera reunión, Mauricio se quería morir. No le había caído muy bien”, cuenta un funcionario del círculo íntimo del Presidente.
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Sin embargo, vía Schiavi -que fue noticia en las últimas semanas por protagonizar la llamada “Operación Puf” junto a Eduardo Valdés-, las negociaciones avanzaron. Fernández se animó a sumar a la mesa a otros íntimos de él que estaban intentando subir el perfil, como Argüello, Iribarne y Marcela Losardo, con los que también compartía una agrupación denominada “Peronismo que suma”. Tanto desde el macrismo como del albertismo aseguran hoy que llegaron a confeccionar una protoboleta.
Hay una para nada sutil diferencia: mientras que un íntimo de Alberto, hombre clave en la campaña, asegura que Fernández jamás tuvo un lugar en esa lista y sólo peleaba por el futuro de sus tres amigos, los que estuvieron en esas negociaciones del lado de Macri sostienen que el que luego sería jefe de Gabinete quería ir como candidato a legislador porteño. Ambos coinciden, sin embargo, en que para Iribarne y para Losardo tenían asegurado el tercer y quinto lugar en la lista de legisladores. “Alberto intentó hacer un entente macrista-K, que él en ese momento entendió que no era incompatible, y de paso hacerle un lugar a sus amigos”, lo defiende uno de sus amigos íntimos. Y, según él, corrige la versión macrista: el que hizo el nexo con el actual Presidente no fue Schiavi sino Gregorio Chodos, un importante empresario de la construcción a quien Macri definió más de una vez como “su segundo padre” y también íntimo de Alberto.
¿Estás nervioso? La historia tiene un final tan imprevisto como su comienzo. En los comienzos de 2003, la jueza María Servini de Cubría decidió posponer las elecciones porteñas para la segunda mitad del año. Para cuando se realizó la primera vuelta, en la que Macri salió primero, y la definitoria, que consagró la reeleción de Aníbal Ibarra como intendente, Néstor Kirchner se había convertido, de la noche a la mañana, en el nuevo Presidente. Alberto, que en algún momento había imaginado que la llegada de su candidato a la Casa Rosada era imposible y había especulado con dar el salto político, desistió de su plan y retrocedió en silencio y con mucha cautela.
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Preparaba, sin embargo, otra nueva sorpresa: a pesar de haber estado a un segundo de ser candidato macrista, para la segunda vuelta apoyaría la idea del Presidente de impulsar la reelección de Ibarra, y el recién estrenado aparato estatal K jugaría fuerte en ese sentido. El paso de Fernández por el naciente macrismo dejaría, sin embargo, algunas huellas, y Argüello se convertiría en diputado nacional por la boleta del presidente de Boca, en una lista en la que figuraban nombres como Federico Pinedo y Ritondo.
Pero el tiempo produce efectos extraños, como el de Alberto Fernández hablando pestes del Presidente y de su proyecto político. ¿Y si Duhalde no se hubiera decidido a apoyar a Kirchner en 2003 para encaminar su triunfo en esas elecciones? Si así hubiera sido, quizás Fernández hoy estaría incluido en la boleta del otro lado de la grieta, en el bando de Cambiemos.
El factor Vilma. Luego de que Kirchner se consagrara Presidente, el recién nombrado jefe de Gabinete desistió de su idea de sumarse al naciente macrismo. No sólo eso: desde que Néstor asumiera el poder, a fines de mayo de 2003, Fernández acompañaría la movida oficial de apoyar la reelección de Aníbal Ibarra como jefe de Gobierno porteño.
"Néstor, y Alberto también, fueron importantes para que Ibarra ganara el ballotage contra Macri. Bajaron mucha plata a los barrios", explica un íntimo de Fernández.
No fue el único acercamiento del actual candidato presidencial K a los Ibarra. Poco tiempo después de llegar al poder, Fernández se separaría de su primera mujer, Marcela Luchetti, y empezaría a salir con Vilma, la hermana del intendente. La entonces senadora tendría un romance duradero con el hombre fuerte de Kirchner.
Fernández también se acercaría, en esos años, a Sandra Bergenfeld, ex integrante del programa "Las gatitas de Porcel". La abogada compitió en el 2003 en una colectora junto a la boleta de Mauricio Macri, pero poco después se pasaría de bando. Captada por Fernández, Bergenfeld construiría una estrecha amistad con el jefe de Gabinete, y en el 2007, de la mano de Alberto, se convertiría en la presidenta de la Auditoría General de la Ciudad.
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