"Vi exactamente cómo violaban a un nene de once años. Durante ese mes decía: ‘Me voy, me voy, me voy. No aguanto más’”. Marina es supervisora del área de pornografía infantil del Cuerpo de Investigaciones Judiciales (CIJ) de la Ciudad de Buenos Aires. Aunque su trabajo consiste en visualizar contenido de pedofilia cotidianamente, ese día sintió que tenía que abandonar. Madre de un niño de once años, vio a su hijo muy parecido al que fue abusado en el video y tocó un límite. Todavía hoy llora cuando lo cuenta.
El caso del pediatra del Hospital Garrahan, Ricardo Russo, despertó todo tipo de curiosidades sobre cómo se maneja un pedófilo y cómo se oculta en la web. Detrás de ese mundo oscuro, se encuentran los investigadores que buscan huellas para capturarlos. El proceso comienza con siete personas que todos los días miran alrededor de 200 reportes –con videos e imágenes de niños en actividades sexuales explícitas o mostrando sus genitales– que llegan de una ONG americana, la National Center for Missing and Exploted Children (NCMC), que recolecta toda la información en la que se detecta posible pornografía infantil. En la visualización de ese material, los investigadores del CIJ identifican de qué se trata: si efectivamente es un caso de pornografía infantil; si son “chistes” de mal gusto que se viralizan –como un video de WhatsApp–; o si es alguna otra actividad que implica desnudos pero no un delito (como “sexting” entre adolescentes, que consiste en enviarse material sexual por redes o, como quiso argumentar Russo falazmente, contenido que intercambian médicos para estudiar algún caso particular).
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Cuando se trata de pedofilia o grooming, se derivan los casos a la provincia que corresponda para que las fiscalías investiguen. El objetivo: unir perfiles falsos, de alguien que se hace pasar por otra persona, con gente de verdad. Para eso, llevan a cabo una serie de técnicas que consisten en cruzar datos. Lo buscan en las redes, determinan dónde vive, lo vigilan, lo rastrean, estudian su contexto familiar hasta que, en un momento, logran dar con él.
Perfil. Criminalistas, sociólogos, antropólogos, abogados, informáticos, ingenieros. Quienes se ocupan de atrapar pedófilos abarcan una amplia gama de profesiones y se terminan de instruir con la práctica, porque no existe una carrera de investigador de pedofilia. Dentro de esa variada base de formación sólo tienen un punto en común: la solidez que deben generar para no quebrarse ante la visualización de abusos, desnudos y violaciones de bebés, niños y adolescentes. “Lo podemos pasar porque sabemos que estamos haciendo un buen trabajo. La realidad es que alguien lo tiene que hacer y nosotras estamos tranquilas de que se hace bien y da resultados. Ese es el aliciente.Tratamos de no quedarnos con la imagen en sí sino con el caso, con lo que tenemos que hacer, con el caudal de imágenes que tenemos que procesar. Tratamos de ver el marco”, explica Ariela, también supervisora del área de pornografía infantil del CIJ.
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Muchos de los investigadores prefirieron mantenerse en el anonimato. La objetivación es clave como para poder realizar estas tareas. “Hay un símil a cuando vos ves tu primer muerto en el lugar del hecho y después ya ves varios: los tomas como un objeto de prueba. Cuando yo recién había empezado en la justicia penal me tocó presenciar la autopsia de un bebé. Tuvieron que poner los pulmoncitos sobre una placa para ver si había nacido con vida o no. Esa imagen la sigo teniendo, no la voy a poder borrar. Lo único es que la acomodé en un lugar de mi cabeza que me permite seguir. Las primeras dos semanas no podía dormir”, recuerda Hernán Zuazo, subdirector del CIJ, más de treinta años después.
A nivel psicológico, esa estrategia tiene un nombre y es fundamental para poder trabajar en estos ámbitos. Blanca Hugghelmann, psiquiatra forense, explica: “Después de mucho tiempo de trabajar con cosas así, que son siniestras, lo que se hace es tomar una distancia afectiva. El mecanismo de defensa que usas para poder tomar esa distancia es una disociación instrumental para que no te lastimen las cosas que ves”. Para lograrlo, es necesario trabajarlo en terapia “porque si no, en algún momento, tu cabeza te lo cobra y haces síntoma”, agrega Hugghelmann. Los síntomas pueden ser cambios de humor, trastornos en el sueño o actitudes agresivas injustificadas.
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Psiquis. Reacia durante muchos años a hacer terapia, Marina empezó el psicólogo cuando entró a trabajar al área de pornografía infantil. Su colega, Ariela, aprovecha que su mamá es psicóloga para charlar con ella, “porque en casa después se vuelve todo muy difícil”, señala. Es que ambas son madres de niños chicos y más de una vez les tocaron casos con lo que se identificaban. Hugghelmann asegura que esos son los más difíciles, y hay que trabajarlos de manera puntillosa. Para eso, el CIJ cuenta con una psicóloga específicamente para el equipo encargado de visualizar el contenido de pornografía infantil. Las entrevistas no son ni formales ni periódicas para no generar una situación rígida. Por el contrario, son a demanda y, en caso de palpar alguna afectación anímica fuerte, avisa para que roten a la persona de su puesto de trabajo temporalmente. Una situación bastante típica que amerita un aviso es el caso de madres que están muy inmersas en casos de pedofilia y que generan conductas como llorar cuando abrazan a sus hijos o protegerlos obsesivamente.
“Cuando estás en estos temas tenés esa tendencia a cuidarlos, a mirarlos, a desconfiar de la gente. Con los menores de edad, que sienten que son indefensos o vulnerables, tenés un doble cuidado. Hay ciertas protecciones que por ahí gente que no está en esto no tiene. Es decir: hay un aumento de las alertas”, explica Hugghelmann.
Marina confirma eso desde su experiencia: “A mi me cambió la vida trabajar acá. A veces pesa mucho. Uno se pone a pensar en la familia, en los hijos. Con los chicos uno está más susceptible, tratás de ver distintas las cosas, hablás con las personas de distinta manera. Los cuidás más, estás más consciente de cosas que antes pasaban como si nada y cuidás mucho más el día a día”.
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Cotidianidad. Lejos de lo que se puede pensar sobre las oficinas donde se analiza este contenido, el ambiente allí es de lo más descontracturado y colaborativo. Los investigadores no están aislados en hileras interminables de computadoras con auriculares y, por el contrario, son un equipo dinámico donde todo el tiempo tratan de hacer más llevadero el trabajo. Entre chistes y mate, alternan charlas y concentración para cambiar de aire. “No estamos todo el tiempo al ciento por ciento porque ahí sí llega un momento en que la cabeza te enloquece”, afirman.
Sin embargo, no siempre resisten a las imágenes que tienen que ver. Algunas veces tuvieron que cambiar de tareas o roles por un tiempo o de manera definitiva. “Una vez hice el trabajo de cargar todos los reportes que habían llegado y filtrarlos. Ese día dije: ‘Hoy no puedo seguir’ porque era demasiado contenido, y constante. Era una seguidilla que en ese momento me afectó. Pero hay que seguir adelante, se sobrelleva”, cuenta uno de los investigadores. Tiene sentido: en 2018 tuvieron 46.796 reportes para analizar. Es decir: 46.796 imágenes y videos de chicos siendo abusados. Hasta mayo de este año, contabilizaron 16.492 y proyectan que sean cerca de 39.581 al finalizar 2019.
“Es muy duro, te quema la cabeza. Pero mi satisfacción, que comparten todos, es que en cada investigación exitosa hiciste el mundo un poquitito mejor. Alguna diferencia hiciste. A alguien le hiciste la vida mejor, salvaste un chico, rompiste una red. No muchos pueden decir eso de su profesión”, señala Enrique del Carril, director del CIJ. Es cierto: todos en el organismo coinciden en que su motivación para lidiar con su trabajo es la convicción de que pueden atrapar a un pedófilo. Eso vale más que un sueldo y que, por momentos, les permite archivar las crudas imágenes que guardan en sus cabezas, esas que los acompañarán durante toda su vida.
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