La revolución está sucediendo de modo tan evidente que, como la carta robada de Poe, nos adaptamos a ella sin darnos cuenta.
Los premios Emmy, los más importantes de la televisión ya no estadounidense sino global, son una prueba. Todas las nominaciones para la ficción (series, miniseries, películas para TV, actuación, etcétera) van para productos de los servicios on demand (Netflix, Hulu, Amazon Prime Video) y, a lo sumo, HBO, que es cable premium pero que no solo tendrá su SVOD el próximo año sino que ya es un servicio on demand virtual gracias a HBO Go.
Las señales de broadcast tradicional tienen las nominaciones de programas en vivo, de competencia o late shows, no más. ¿Qué significa? En primer lugar, que la TV tradicional pierde peso. En segundo, que las audiencias esperaban poder ver lo que querían como querían cuando querían sin la molestia de la publicidad. Esto también tiene influencia en lo estético: narrativas más largas, continuidades, recurrencias. Las ficciones se parecen más a las novelas que al viejo sistema episódico que conocimos cuando series como "El Fugitivo" apasionaban a madres y padres.
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Y el Emmy, dijimos, es global: un reconocimiento que sube el valor económico de programas que tienen una vida mucho, muchísimo mayor que la del capítulo semanal. De allí que el Emmy sea relevante en todo el mundo: todo lo nominado hoy es visible por, por ejemplo, este público del Sur. No, no son los Martín Fierro, efímeras usinas de chismes que no le suben el valor a nada. No nos dimos cuenta, pero así están las cosas.
* Crítico de Cine y Series de Noticias.
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