Ya son casi 3,5 meses desde que lo que en diciembre se conoció como “la neumonía de Wuhan” se convirtió primero en un brote, luego en una epidemia y más tarde en una pandemia que está en cinco continentes y 185 países. Muchos de ellos han declarado su territorio entero en cuarentena, otros lo han hecho con provincias o grandes ciudades, unos cuantos solo cancelaron las actividades vinculadas con el esparcimiento y la educación. Lo cierto es que la falta de actividad industrial, la escasez de seres humanos y de transportes en las calles se hace notar. Y no solo por las imágenes solitarias, casi de historia futurista distópica, sino porque el ambiente está dando señales.
En China e Italia el aire es ahora mucho más limpio. El Gran Canal de Venecia, normalmente atestado de botes de todo tipo y tamaño se está limpiando. En ciudades de los Estados Unidos como Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Atlanta, la polución disminuye. Hasta las emisiones de carbono van cayendo. Si hasta en Buenos Aires, las mediciones llevadas a cabo por la Secretaría de Ambiente de la ciudad de Buenos Aires, a través de la Agencia de Protección Ambiental (AprA) detectaron una reducción del 50% en sustancias que contaminan el aire porteño.
Claridad
Es que el coronavirus, sobre todo, llevó a una fuerte caída de la actividad económica y a una drástica reducción en el uso de los combustibles fósiles: solo en febrero, las emisiones en China (país que declaró una cuarentena casi inmediata sobre más de 60 millones de personas desde enero) disminuyeron en alrededor del 25 por ciento. Esto equivale, de acuerdo con el Centro de Investigación en Energía y Aire Limpio, a unas 200 millones de toneladas de dióxido de carbono menos.
Las observaciones científicas demuestran que los niveles de dióxido de nitrógeno (NO2) están reduciendo “significativamente” por las cuarentenas en China e Italia. En Italia, la tendencia gradual de reducción ha sido de casi el 10% por semana durante las últimas cuatro a cinco semanas, de acuerdo con el Servicio de Monitoreo Atmosférico Copérnico, de la Unión Europea.
El dióxido de nitrógeno es un contaminante gaseoso del aire que perjudica a la salud y se forma cuando los combustibles fósiles se queman a altas temperaturas. Como permanece en la atmósfera menos de un día antes de depositarse o reaccionar con otros gases en la atmósfera, el efecto de reducir sus emisiones es rápidamente visible.
“El parate sin precedentes de casi toda la actividad antrópica o de origen humano en las grandes urbes del mundo trae cambios o, dicho de otra manera, restaura ciertos niveles o comportamientos de la naturaleza que se acercan a aquellos previos al gran desarrollo humano”, opina la bióloga Marina Homberg. “Disminuyen los niveles de contaminación, la producción de gases efecto invernadero y el consumo indiscriminado de recursos naturales, por mencionar solo algunos ejemplos”, puntualiza la especialista, responsable de la reserva natural Delta Terra.
Corto y largo plazo
El naturalista y museólogo Claudio Bertonatti, desde la Fundación Azara (Universidad Maimónides), describe un efecto que se hace notar por estos días. “En este tiempo en el que el coronavirus obligó al mundo a “encerrarse” circularon imágenes de ciudades de España, Italia y Japón, con ciervos o jabalíes deambulando en la vía pública, más cantidad de peces en las aguas y hasta delfines en los canales de Venecia. Una clara señal de que cuando disminuimos el nivel de disturbio aumentan las posibilidades de convivencia con la naturaleza. Si hasta se ven más mariposas, polillas, abejorros y aves”.
El problema, coinciden buena parte de los expertos, es que lo que está a la vista son mejoras de corto plazo. “Una buena noticia es la reducción del consumo de petróleo que estamos experimentando, lo cual supone que puede haber una pequeña reducción en el consumo de las emisiones de carbono en todo el año. También hay una reducción evidente en la emisión de dióxido de azufre en la atmósfera, comprobable a partir de los análisis satelitales de la NASA que muestran en colores simulados que las emisiones de azufre son inferiores, fundamentalmente en los lugares donde se produce normalmente, como China y las grandes ciudades”, resume el ingeniero naturalista Eduardo Ares.
El punto es qué pasará cuando las cuarentenas terminen (porque alguna vez tendrán que hacerlo). Todo volverá la normalidad y los animales volverán a tener miedo y a esconderse. Algunas consultoras pronostican que la pandemia de Covid-19 podría llegar a provocar la mayor contracción de la historia en demanda de petróleo, hasta en más de 10 millones de barriles por día. Y aunque esto sea una buena señal ahora porque las emisiones de carbono disminuyen, el futuro es incierto ante economías estancadas y una tremenda recesión global.
“La caída en los precios del petróleo provoca un doble daño”, señala Ares, autor del libro “Un planeta”. “El primero es que países como la Argentina están tratando de subsidiar el precio del petróleo en boca de pozo para mantener a las compañías petroleras. Y el segundo es que caen las inversiones en energías renovables, si el derrumbe continúa o se alarga mucho en el tiempo producto de la duración de la pandemia, va a ser muy difícil que puedan continuar los desarrollos a futuro vinculados con energías renovables”, enfatiza. Si los mercados de capital se cierran, va a ser difícil para las empresas obtener financiamiento para proyectos vinculados con energía solar, eólica y eléctrica. Los proyectos que ya están en pie tienen dificultades debido a las interrupciones en la cadena de suministro global: por ejemplo, gran parte de los paneles solares, las turbinas eólicas y las baterías de ion litio del mundo se producen en China.
De hecho, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) advirtió recientemente que la reducción de las emisiones como resultado de la crisis económica provocada por el coronavirus, no son sustituto de acciones contra el cambio climático. Y sus especialistas advierten que es muy posible que se produzca una brusca subida de las emisiones una vez termine la emergencia, tal y como ocurrió después de la crisis financiera del año 2008. De hecho, una investigación publicada en la revista científica Nature Climate Change, muestra que luego de aquél sacudón económico sobrevino un fuerte crecimiento de las emisiones en las economías emergentes, un retorno al aumento de las mismas en las economías desarrolladas y una suba en la intensidad de extracción y uso de combustibles fósiles a nivel mundial.
“Otra cosa mala para el ambiente es que hasta poco antes de la cuarentena estaba dentro de las noticias de primera plana y eso ha desaparecido, porque ante la emergencia de la pandemia el ambiente ya no es una prioridad”, lamenta Ares, también de Azara. “No hay una contabilidad de muertos por efecto del cambio climático”, dice, fuerte. “Este principio del 2020 -como toda crisis- presenta oportunidades. Una de ellas es darnos cuenta que las agresiones a la naturaleza, y en el caso que nos vincula con el coronavirus tienen que ver con la reducción de hábitat para la fauna silvestre y el consumo de su carne sin regulaciones de ningún tipo, trae consecuencias. Y esas consecuencias no discriminan países ni condición social. Estamos en jaque y no podemos mudarnos a otro planeta”, enfatiza Bertonatti.
Y concluye: “El diagnóstico es conocido y el tratamiento exige disciplina. La misma vale para cuidar a los pacientes como a nuestro ambiente hogareño y al gran ambiente que conforma nuestro planeta. Este tratamiento también demanda reacciones rápidas, concretas, eficaces y de cumplimiento estricto. Como las que se están tomando ante la pandemia. No podemos seguir destrozando lo que queda de la naturaleza. Hemos visto que si reducimos nuestra presión las formas de vida silvestres se expresan, se muestran, retornan con su belleza y hasta funcionalidad. Recibimos un mensaje global”.
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