"El chicle para mí es el punto máximo, la lapicera también. Yo por ejemplo, me subo a un auto y si el señor que maneja está con un chicle me pongo directamente auriculares”, le decía a un atónito Santiago del Moro la actriz Natalia Oreiro. Le estaba contanto que desde que era una nena sufre de una enfermedad rara, la misofonía.
Poco estudiado, este trastorno hace que las personas no soporten sonidos comunes, a los que otros individuos no les prestan atención. Escuchar que alguien cercano respira, bosteza o mastica, por ejemplo, origina en quien padece de misofonía una respuesta de lucha o huída que desencadena ira y deseos de escapar. "Es una de las enfermedades consideradas raras, el 7% de la gente la tiene y no lo sabe, no es psicológica y no tiene cura", le resumió Oreiro a Del Moro en el programa Juntos podemos lograrlo del miércoles 22 de abril. Oreiro describió sus sensaciones ante el sonido de una persona cercana mascando un chicle: "ansiedad, palpitación, sudor frío".
La misofonía (o Síndrome de Sensibilidad Selectiva al Sonido, SSS) puede variar de leve (disminución de la tolerancia a ciertos tipos de sonidos) a sensibilidad severa y excesiva a desencadenantes auditivos (sonido) específicos. “Estos disparadores de sonido son con frecuencia muy específicos, incluidos los sonidos emitidos en el contexto del comportamiento humano común, como los sonidos asociados con: masticar, respirar, tragar, pisar, chasquear los labios, tocar y hablar (a veces sonidos hablados específicos). En algunos casos, la sensibilidad extrema al sonido se asocia con el comportamiento de un individuo específico, como ´mi hermano masticando´ o ´la voz de mi madre´. En otros casos, la presentación puede ser más generalizada (por ejemplo, todas las voces de las mujeres, perros ladrando) o puede incluir estímulos ambientales o de ingeniería (por ejemplo, el zumbido de la iluminación fluorescente, el tictac de los relojes)”, explica Adam Lewin, a cargo del Programa de tratamiento comportamental de desórdenes relacionados con la ansiedad de la Universidad de Florida del Sur, Estados Unidos.
¿Causas?
Los mecanismos neurobiológicos y las causas etiológicas de la misofonía aún se desconocen; aunque se cree que sería el resultado de un funcionamiento anormal dentro del sistema límbico (la parte del cerebro que regula las emociones), el sistema nervioso autónomo (la parte del cerebro que controla las funciones involuntarias de nuestros órganos, como la respiración y los latidos de nuestros corazones), la respuesta de lucha o huida, y la corteza auditiva (la parte del cerebro vinculada con la audición e interpretación de los sonidos).
Un equipo de investigación británico estudió a 20 adultos con misofonía y a 22 sin ella. Todos calificaron lo desagradable de diferentes sonidos, incluidos los sonidos desencadenantes comunes (comer y respirar), sonidos universalmente perturbadores (de bebés llorando y personas gritando) y sonidos neutros (como la lluvia). Las personas con misofonía calificaron los sonidos desencadenantes de comer y respirar como muy perturbadores, mientras que el resto ni los notó. Ambos grupos calificaron como desagradable la sensación de oír a un bebé llorar y a personas gritando. Los sonidos neutros no afectaban a ninguno de los grupos. Esto confirmó la hipótesis de que las personas misofónicas se sienten mucho más afectadas por los sonidos de activación específicos, pero no difieren mucho de los demás con respecto a otros tipos de sonidos.
Los investigadores también observaron que las personas con misofonía mostraban signos fisiológicos mucho mayores de estar sufriendo estrés (aumento del sudor y de la frecuencia cardíaca, por ejemplo) ante los sonidos desencadenantes de comer y respirar. Por medio de imágenes de resonancia magnética de cerebro descubrieron que las personas con misofonía tienen mayores cantidades de mielina. La mielina es una sustancia grasa que envuelve a las células nerviosas del cerebro para darles aislamiento eléctrico, tal y como lo hace el aislante en un cable. No se sabe si la mielina adicional es una causa o un efecto de la misofonía y desencadena otras áreas del cerebro.
Es una enfermedad que puede afectar la vida social. Una persona puede llegar a evitar los restaurantes debido a la alta probabilidad de escuchar sonidos de masticación que le provocarán irritabilidad, ira, aversión. Un chico podría estallar ante el ruido de un envoltorio de plástico de un caramelo que se abre.
No hay tratamientos basados en la evidencia para la misofonía, y las recomendaciones se basan en la experiencia clínica y los informes de casos. La mayoría de las intervenciones psicológicas se centran en reducir la angustia o la disfunción asociadas con la mayor sensibilidad a los sonidos. Los neuro-otólogos pueden recurrir también a tratamientos como la distracción auditiva (con ruido blanco o auriculares) y la terapia cognitiva conductual.
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