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CIENCIA | 05-12-2019 15:11

Por qué la Amazonia en riesgo complica a la Argentina

Por Marina Aizen* / Los costos para los países vecinos que traen las deforestaciones masivas impulsadas por Jair Bolsonaro.

Argentina tiene un problema estratégico que nadie en la política está ponderando: la destrucción de la Amazonia. Entre 2018 y 2019, con Jair Bolsonaro como presidente de Brasil y “deforestador en jefe”, se perdió una superficie de bosque similar a la de todo el Líbano, unos 10 mil kilómetros cuadrados. Esto acerca a esta gran selva americana al punto del colapso ecosistémico, algo cuyos efectos vamos a sentir aquí, en nuestro país.

La Amazonia hace posible chapotear en un charco en la vereda en Buenos Aires, que el productor alce su cosecha en la Pampa Húmeda o que exista el Río de la Plata. Es que la selva produce gran parte del agua de la que disponemos como algo natural. Aunque no lo sepamos, todos estamos todos enlazados por una amalgama de relaciones físicas y biológicas que se dan entre el suelo, la atmósfera y el océano, aquí y allá. Cuando destruís un componente, alteras todos, como si de repente, le cortaras la pata a una silla: capaz que te podes sentar, pero seguro que te vas a caer.

Antonio Nobre, investigador del Instituto Nacional de Pesquisas da Amazonia (INPA), dice que el 70 por ciento del PBI de América del Sur ocurre en el territorio que se ve beneficiado por la humedad de la selva. Llama a esa humedad “ríos voladores”. Estos se producen gracias a un trabajo mancomunado de todos los seres vivos de la Amazonia, empezando por sus árboles: cada uno de ellos lanza al espacio mil litros de agua diarios, que en combinación con las pequeñas partículas, como las fragancias de la vegetación, fabrican las semillas de nubes que, luego, serán lluvias.

Hay otros servicios increíbles que presta el Amazonas, entre ellos, que no haya vientos huracanados en esta región del mundo: un milagro.

Por eso, cuando un productor, digamos, en el remoto estado de Rondonia, alentado por Bolsonaro, decide arrasar toda presencia vital en el territorio amazónico, ya sea para meter vacas o plantar soja, no sólo está eliminando millones de años de evolución en un instante, sino que también se está metiendo directamente con nosotros, los que vivimos en esta parte del mundo. Por eso, a la política de la Argentina debería preocuparle mucho.

Así como un ave que migra desde el Artico a la Bahía de Samborombón no necesita visa para atravesar el cielo de Norte a Sur, el resto del ambiente tampoco conoce las fronteras. Las delimitaciones geográficas que aprendemos en la escuela son invenciones relativamente modernas, que le sirven solamente a los hombres para verse representados en organizaciones llamadas arbitrariamente países. Pero ese es un problema nuestro, un problema humano, no del resto de las especies. Y mucho menos de las relaciones y reacciones físicas y químicas que ocurren entre la tierra, la atmósfera y los océanos.

Por eso, la noción de “soberanía”, que tanto emociona a Bolsonaro cuando habla de “su” Amazonia, se da de bruces con nosotros, que vivimos en otro país. Si ese orgullo patrio le sirviera solamente para fungir de custodio de un territorio fundamental para la existencia de todos los demás, no sería un problema. Pero si lo usa para alentar su destrucción, entonces, estamos hablando de una cosa completamente distinta.

Son los propios científicos sudamericanos los que están alertando sobre las graves alteraciones en nuestros ecosistemas vitales, como lo han hecho en el último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) sobre Uso de la Tierra y en el reporte de la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES). Y entre los ecosistemas que están en el horno hay que incluir también al Gran Chaco (que Argentina y Paraguay han masacrado) y la Mata Atlántica.

El capitalismo ya atravesó todas las fronteras naturales. La degradación de todos los sistemas boscosos del mundo y la desaparición de las superficies congeladas del Artico, la Antártida y de las masas glaciares, demuestran que ya hemos llegado a una crisis que, sumada al aumento de la temperatura planetaria y la gran extinción de especies, ya puede no tener vuelta atrás. Nuestros jóvenes y niños están siendo condenados por nosotros, los adultos. Los estamos literalmente arrojando a una bañadera llena de aceite hirviendo. Hacen bien en protestar.

De aquí en más, el ambiente y la política internacional tendrán una relación cada vez más estrecha. Por eso, el Acuerdo de París figura como una cláusula fundamental para las relaciones comerciales entre la Unión Europea y el Mercosur. No puede ser de otra forma.Tenemos que aprender a tener otra mirada del mundo vivo. En un planeta muerto nadie podrá producir comida, hacer negocios, ni ponerse orgulloso del territorio en el que está parado con la camiseta puesta y el corazón hinchado.

 

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por Marina Aizen (ONG Periodistas por el Planeta)

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