CUATRO ESTRELLAS
Lo mejor que tienen los Cazafantasmas, esa saga que nunca termina de cuajar, es el aire de amor familiar, de humor ante las desgracias, de fantasía desatada sin vergüenza. Eso se respeta en esta nueva entrega, ya no bajo la dirección de Jason Reitman (hijo de Ivan, el creador de la original y uno de los mayores comediógrafos que dio el Hollywood contemporáneo). Otra cosa de “lo mejor” y que hizo de la película original un éxito pavoroso: Bill Murray, que aquí está.
Y está Paul Rudd, un comediante que sigue en la misma vena que Murray. Perfecto todo: no hay más que sentarse a pasarla bien con algunos sustos (esta es una comedia de aventuras, la truculencia es parte del costado “tren fantasma” de la atracción). Pero hay algo más aquí: la nostalgia, ante la velocidad de la historia y de la película en sí, no tiene tiempo de hacerse cargo de nada. Simplemente tenemos un conjunto de personajes, dos generaciones de Cazafantasmas, lidiando con un problema
apocalíptico, que se resuelve -pasa siempre- gracias a la buena voluntad y un poco de coraje.
Es decir, las componentes del cóctel son las mismas de siempre, pero de la mejor marca y calidad, lo que nos permite ingresar en ese universo incluso si no conocemos nada previo (las referencias están, claro que sí, porque son parte del juego, pero no molestan). Para pasarla bien sin miedo.
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