En “El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry, hay una escena que ilustra lo que es una cosa querida. En ella, el pequeño príncipe encuentra un zorro. Invita a este a jugar con él. El zorro accede, pero no puede jugar con él, pues él no lo ha “domesticado”. El pequeño príncipe pregunta al zorro qué es “domesticar” (“apprivoiser”). A esto responde el zorro: “Es algo demasiado olvidado [...] Significa crear lazos [...] Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo...”.
Hoy, los lazos fuertes pierden cada vez más importancia. Son, sobre todo, improductivos, porque los lazos débiles aceleran por sí solos el consumo y la comunicación. Así, el capitalismo destruye sistemáticamente los lazos. Las cosas queridas también son raras en la actualidad. Dejan paso a los artículos desechables. El zorro continúa: “Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero, como no existen comerciantes de amigos, los hombres ya no tienen amigos”. Hoy, Saint-Exupéry podría haber afirmado que ahora también hay comerciantes de amigos con nombres como Facebook o Tinder.
Solo después de su encuentro con el zorro, el principito se da cuenta de por qué su rosa es tan única para él: “Es a ella a quien protegí con el biombo [...]. Es a ella a quien escuché quejarse, o alabarse, o incluso a veces callarse”. El principito le da tiempo a la rosa “escuchándola”. “Escuchar a otro”. Quien verdaderamente escucha, “presta atención” sin reservas a otro. Cuando no se presta atención a otro, el yo vuelve a levantar su cabeza. La “debilidad metafísica por el otro” es constitutiva de la “ética del escuchar” como ética de la responsabilidad. El ego que se fortalece es incapaz de escuchar, porque en todas partes solo se oye hablar a sí mismo.
El corazón late ante el “otro”. También encontramos al otro en las cosas queridas. A menudo son un regalo de otro. Hoy no tenemos tiempo para el otro. El tiempo como tiempo del yo nos hace ciegos para el otro. Solo el tiempo del otro crea los lazos fuertes, la amistad y hasta la comunidad. Es el tiempo bueno. Así habla el zorro: “Es el tiempo que has perdido con tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante [...] Los hombres han olvidado esta verdad [...] Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa”.
El zorro desea que el pequeño príncipe le visite siempre a la misma hora, que haga de la visita un rito. El principito le pregunta al zorro qué es un rito. A lo que el zorro responde: “Es algo también demasiado olvidado [...]. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas”. Los ritos son técnicas temporales de clausura. Hacen del “ser-en-el mundo” un “estar-en-casa”. Son en el tiempo lo que las cosas en el espacio. Estabilizan la vida estructurando el tiempo. Son “arquitecturas del tiempo”. De este modo, hacen que el tiempo sea habitable, incluso transitable, como una casa. El tiempo de hoy carece de una estructura sólida. No es una casa, sino una corriente. Nada la detiene. El tiempo del apresuramiento no es habitable.
Tanto los rituales como las cosas queridas son polos de descanso que estabilizan la vida. Las repeticiones los distinguen. La compulsión de la producción y el consumo suprime las repeticiones. Desarrolla la compulsión hacia lo nuevo. La información tampoco es repetible. Ya por su breve lapso de actualidad reduce la duración. Desarrolla una compulsión hacia estímulos siempre nuevos. En las cosas queridas no caben estímulos. Por eso son repetibles.
La expresión francesa “apprendre par cœur” (“aprender de memoria”) supone adquirir mentalmente algo por repetición. Solo las repeticiones llegan al corazón. También su ritmo se debe a la repetición. La vida de la que se ha alejado toda repetición carece de ritmo, de latido. También el ritmo estabiliza la psique. Da una forma al tiempo, que es en sí mismo un elemento inestable: “El ritmo es el éxito de la forma bajo la condición (adversa) de la temporalidad”. En la era de las emociones, de los arrebatos y de las experiencias, que son irrepetibles, la vida pierde forma y ritmo. Se torna radicalmente fugaz.
La era de las cosas queridas, la era del corazón, ha quedado atrás. El corazón pertenece al orden terreno. En la puerta de la casa que habitaba Heidegger se leía el versículo bíblico: “Por encima de todo guarda tu corazón, porque de él brota la vida”. También Saint-Exupéry invoca el poder del corazón que da vida. Al despedirse del pequeño príncipe, el zorro comparte un secreto: “Es muy simple: solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.
Adelanto del libro “No-Cosas” (Taurus) de Byung-Chul Han.
Sobre "No-cosas" (Taurus)
“Hoy nos encontramos en la transición de la era de las cosas a la era de las no-cosas. Es la información, no las cosas, la que determina el mundo en que vivimos. Ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube. El mundo se torna cada vez más intangible, nublado y espectral. Nada es sólido y tangible”, dice Byung-Chul Han en los primeros párrafos de su último libro “No-Cosas”. Aquí, como en los textos anteriores que lo volvieron conocido en el mundo (“La sociedad del cansancio” y “La sociedad de la transparencia”, entre muchos otros) describe un estado actual en el que, bajo el influjo de la tecnología, las redes sociales, el exceso de datos y de información, “somos objetos de una visión panóptica”. Prisioneros de una cárcel nueva, en la que los smartphones son nuestra ventana a la realidad y los algoritmos controlan nuestras percepciones del mundo.
por Byung-Chul Han
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