Erik Satie nació en 1866 en Honfleur, una ciudad al Noroeste de Francia y murió en París en 1925. Compositor y pianista, fue básicamente un precursor. Dueño de un talento, una inventiva y una excentricidad incomparables, su tendencia a esquivar los lugares comunes lo transformó en alguien casi inabarcable. Las acciones sorpresivas e inesperadas y el desdén por cualquier protocolo lo alejaron de la academia, que no lo quería, pero lo acercaron a artistas como Claude Debussy, René Clair, Jean Cocteau, Francis Picabia o Man Ray, que lo admiraban sin atenuantes.
Autodidacta e iconoclasta, su desprejuicio y desparpajo lo llevaron a anotarse a los 40 años en el conservatorio Schola Cantorum de París para estudiar contrapunto. Fue un muy buen alumno. Obvio.
Además de músico, Satie fue un pensador y un escritor muy elocuente y sustancioso. Fue una importante influencia para Maurice Ravel, para su amigo Claude Debussy y muchos años más tarde, para la vanguardia norteamericana. Tanto la representada por John Cage, primero; como por los compositores del minimalismo, después.
Su excentricidad era tan auténtica que todos sus amigos naturalizaban algunas de sus costumbres más sorprendentes, como la de recorrer a pie los 10 km. de distancia entre su casa en Arcueil y París, debido a su fobia a los trenes y tranvías.
Amante y cultor de los géneros populares como el cabaret o el music-hall, algunas de sus piezas se transformaron en “standards” del género, como su bellísima canción “Je te veux”. Ni hablar de las “Gymnopédies”, una de las músicas universalmente más conocidas y escuchadas, aunque no siempre referidas a su autor. Que un fenómeno como éste haya ocurrido con alguien como Satie nos obliga a repensar la idea que en general tenemos de la excentricidad.
La perplejidad que causaban su música y su estilo comenzaban, sin dudas, al conocer los nombres de algunas de sus piezas como “Tres piezas en forma de pera” o la “Sonatina burocrática”. Tuvo la suerte de ser habitante y protagonista pleno de la expansión artística que ocurrió en París en la segunda década del siglo XX. Trabajó con Jean Cocteau, Pablo Picasso, Sergei Diaghilev –para cuyo ballet compuso música–, Man Ray, Tristan Tzara y Marcel Duchamp. Quizás lo que mejor represente el espíritu de esa época sea la película “Cinéma” de René Clair y la música que, en 1924, Satie compuso para ella.
Recién luego de su muerte sus amigos pudieron entrar al cuarto que habitaba desde hacía 26 años, al que nadie salvo él tenía acceso. Encontraron, entre tantas otras cosas, una enorme colección de paraguas –Satie no salía a la calle sin paraguas aunque hubiera sol– y el manuscrito de “Vejaciones”. Pasó los últimos años de su vida junto a pintores del barrio parisino Montmartre como Derain, Braque o Brancusi.
Seguramente él lo habría negado con énfasis pero fue, en algún sentido, una persona muy afortunada. Esto no le impedía quejarse diciendo: “Dios no me ha apoyado”.
“Entr’acte”, la colaboración de Erik Satie y el cineasta René Clair que se presenta el 11 de octubre en la sala principal del Teatro Colón, se estrenó como un intermedio para la producción “Relâche” de la compañía Ballets Suédois [Ballets Suecos] en el Teatro de los Campos Elíseos en París. Está basada en un libreto de Francis Picabia, producido por Rolf de Maré, con coreografía de Jean Börlin. ¿Qué lugar ocupa en la obra de Satie? Probablemente ninguno, aunque es una referencia inevitable si alguien quiere capturar lo que brumosamente se llama “aire de época”. Es muy difícil definir la inconfundible música de Satie. Quizás un buen modo sea recordar la frase que Bertrand Russel le dedicó a Ludwig Wittgenstein: “Le pedí que admitiera que no había rinocerontes en la habitación y se negó”.
No hay nada tan imprevisible como el pasado, porque puede irrumpir en cualquier momento. En eso pensé escuchando la “música de amoblamiento” durante el encierro, en la reciente experiencia de la cuarentena. La cuarentena va a ser una experiencia reciente por muchos años. Como lo es también la música de Satie. Una anticipación inesperada a lo que fue para todos, en esos días, la vida en nuestras casas. Los muebles nos rodean sin conmovernos. Esa era para Satie la aspiración máxima para su música. La “Música de amoblamiento” habita la oreja como los muebles el espacio. Jean Cocteu quería que existiera una música que se pudiera habitar como uno habita una casa. Satie la hizo. John Cage, una vez más, le dio una vuelta de tuerca al amoblamiento de Satie. Abrió la ventana para que los ruidos del ambiente formaran parte de la música. Quizás una manera de neutralizarlos. Dado ese paso, la genial música de Satie se tornó infinita, absolutamente familiar e insólitamente escurridiza. Como si la vida se tratara solo, de un entr’eacte.
Martín Bauer es Compositor, director del programa “Colón Contemporáneo”.
por Martín Bauer
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