“Si tocaran una pieza de Charles Ives cerca del lugar donde me encuentro, no me la perdería”. John Cage
Hay sin duda una atracción irresistible que ejerce la excentricidad, ese mundo extraño sin medida común, lleno de novedades un poco incomprensibles en el que somos irremediables forasteros, pero que sin embargo no nos expulsa. Por el contrario, nos permite participar de modos desconocidos del gusto por las ideas o invenciones musicales más extrañas, tal como ocurre en la música de Charles Ives.
A veces la aproximación a lo lejano (o a lo nuevo), tiene un aire reverencial o cauteloso, pero somos cada uno de nosotros quienes medimos la distancia y decidimos cómo enfrentar ese misterio como si decidiéramos la graduación nunca exacta de un catalejo.
Esta intrusión de ideas musicales no impensadas pero impensables, nos abre una ventana a través de la cual observamos un paisaje con la inquietud que trae el desconcierto.
¿Pero cuál es el secreto de la música de Charles Ives?
Otra pregunta sin respuesta.
Lejos de la idealización, el prestigio o la nostalgia de una época llena de invenciones, nos sorprende cada vez la irrupción novedosa, aún cuando ya la conozcamos, la estemos esperando, o la hayamos escuchado.
En eso reside nuestro permanente carácter de extranjeros, tal como lo presenta Wilhelm Müller en los primeros versos del Winterreise : “Fremd bin ich eingezogen /Fremd zieh ich wieder aus” ( Como un extraño llegué / parto también como un extraño)
Como si se tratara de una música que se escucha tanto como parte de un pasado remoto o de un futuro lejano, ella adquiere un modo absolutamente actual, aún cuando lo haga de una manera muy diferente a la actualidad de los clásicos.
La música de Ives necesita macerarse.
Pasaron veinte años entre la composición de la “Sonata Concord” y su estreno. Otros veinte años para que se escuchara por primera vez en la Argentina.
Algo similar ocurrió con su “IV Sinfonía”. Su estreno ocurrió veinte años después de su composición, y pasaron otros cuarenta y siete para que se escuchara por primera vez en la Argentina, en Noviembre del año 2012 en el Teatro Colón
Ya sabemos: el tiempo resuelve las complejidades.
La música de Ives resiste los análisis aunque no los rechaza.
Quizás sea más apropiado describirla, como describía Henry David Thoreau la naturaleza que rodeaba a Concord, con detalle pero sin hermenéutica.
El mundo de la conjetura.
Se escucha claramente en la Sonata Concord una resistencia a la estabilidad o a la consolidación, incluyéndose de ese modo en lo que podríamos llamar la “larga tradición innovadora americana”, que tanto admiraban entre otros Heiner Müller o Giles Deleuze.
¿Cómo no admirar la extensión, en la que conviven la concisión y la sorpresa?
La “Sonata Concord” es monumental y contundente. Es de esas obras que cuando terminan parecen encarnar aquellas últimas palabras de Hamlet: “El resto es silencio”.
Esta asociación con el silencio, refuerza el recuerdo del epígrafe que abre este texto. Yo pienso igual que John Cage. “Si tocaran la Sonata Concord cerca del lugar donde estoy, no me la perdería”.
-Martín Bauer es músico, compositor y gestor cultural.
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por Martín Bauer
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