En el 2013, Gerardo “El Tata” Martino parecía haber llegado a la cúspide del fútbol mundial, con su arribo a poderoso Fútbol Club Barcelona, para dirigir a superestrellas como Lionel Messi, Neymar, Andrés Iniesta o Gerard Piqué. Apenas un año después demostraría que esa no era su cima, sino la selección nacional de fútbol. Martino se pegó contra una pared en Barcelona, catapultó su paso por el club como un “fracaso” y cuando estaba reponiéndose al golpe, le llegó la oportunidad para ponerse el buzo de Argentina.
Un libro recientemente publicado (ver recuadro) repasa la infancia de Martino en la zona sur rosarina, se adentra en los colegios donde forjó su educación, camina las calles donde creció en compañía de los amigos de toda la vida y en las que la única opción posible de diversión era la pelota, retrata esos lugares que aún hoy son sus sitios de pertenencia y desempolva los valores con los que creció. La conformación de su familia, con quien fuera su compañera del colegio primario es una de las historias más coloridas del libro.
El jugador. El fútbol ocupa la mayor parte del recorrido, desde el momento en que la pelota era un simple objeto lúdico hasta que se convirtió en un vehículo de vida. Martino quiso ser odontólogo pero el fútbol lo llevó por otros caminos. Intentó con el periodismo, tampoco lo concretó. Su talento en la cancha le valió un lugar de privilegio. Fue el jugador que más veces vistió la camiseta de Newell’s, pero también el más expulsado. Es el único en haber ganado títulos en ese club como jugador y DT, es un hijo dilecto de la casa, y hoy, el máximo ídolo junto a Marcelo Bielsa.
No fue fácil el andar del Tata. Fue aplaudido pero también acusado de traidor. Jugó con Diego Maradona en su pasó por Newell’s, fue el capitán que le dio su cinta a Diego para que el más grande de la historia del fútbol argentino se sientiese como en su casa. Lo cuidó y protegió la salud de un vestuario revolucionado desde afuera y desde adentro con la llegada del Diez. La selección argentina, como jugador, es su gran cuenta pendiente. En otros clubes apenas tuvo pasos fugaces y en Argentina además de Newell’s sólo jugó en Lanús.
En el Parque Independencia dejó su mayor huella, por ser un crack remolón, un mago con la pelota que resolvía con pegadas que eran pinceladas y por su notable inteligencia. El físico no era su fuerte. Le costaba correr. Una vez se perdió al pie de una montaña, en Córdoba, en el medio de una pretemporada, por pretender acortar camino junto a otros compañeros y terminó en un pueblito alejado. Se guiaba mirando la antena del hotel, hasta que se le fue de la vista.
En Renato Cesarini, donde Newell’s entrenaba cuando lo dirigía el Indio Solari, conocía muy bien los atajos y se escondía a comer mandarinas mientras el resto transpiraba corriendo al sol. Él por su parte, en un hecho que quedará marcado en la memoria colectiva, prefería jugar los partidos del lado de la sombra, convirtiéndose en un caso rarísimo, un volante que se cambiaba de banda en uno y otro tiempo de partido.
El técnico. Cuando colgó los botines no tardó en sentarse en un banco de suplentes para dirigir. Se prendió al silbato, tomó el pizarrón y arrancó desde lo más bajo. Primero como ayudante de Carlos Picerni en Platense y luego iniciando su camino solo en Almirante Brown de Arrecifes.
Con más pena que gloria dirigió en la B Nacional. Más tarde lo haría en Primera. Brilló en Paraguay. Las luces se posaron sobre él cuando ubicó al modesto Libertad en los planos de elite de Sudamérica y dio un salto de calidad dirigiendo a la selección de ese país. En Paraguay, Martino es un verdadero héroe, llevó a la albirroja a su mejor desempeño en un Mundial (Sudáfrica 2010) y también dejó huella en Cerro Porteño. En 2013 volvió a su querido Newell’s para sacarlo de la apremiante posibilidad de pérdida de categoría y llevarlo a ser campeón local y semifinalista de la Copa Libertadores de América. Con su equipo le devolvió la esencia al fútbol argentino. No había rival que no elogiase sus virtudes a la hora del trato con la pelota.
El hombre. Pero El Tata además es el otro Martino. El tipo común que ocupa lugares “extraordinarios” pero que a pesar de ello no pierde sus convicciones ni sus rituales. Su biografía indaga en ese otro Tata que, mientras está en su ciudad, no falta a los cafés con amigos los miércoles en Pan y Manteca, un tradicional bar de Rosario; o no se pierde detalle de las categorías formativas de Newell’s. A la cima, él la convierte en un terreno accesible. El Tata también es ese Martino que tiene miedos, especialmente a las enfermedades (quizás porque la vida, por allí, le haya quitado a sus seres más queridos), que sufre con los traspiés, que se arrepiente, que desea, que se entrega a la fe religiosa, que se fanatiza con libros y series norteamericanos, que prefiere el suspenso sobre cualquier género, que ama la Fómula Uno, la NBA y el tenis, que disfruta de los asados pero sin ensuciarse en la parrilla.
El Tata es ese tipo al que el fútbol puso en lugar de privilegio, pero al que, paradójicamente el fútbol no le parece lo más importante. Aunque hoy sueñe con llevar a Argentina a lo más alto del plano mundial. Aunque en su cabeza exista un anhelo indestructible: el de volver a enamorar a los hinchas albicelestes a través de la pelota.
* Autores de “El Tata. Vida y obra de Gerardo Martino. De crack remolón a entrenador de la selección” (Planeta).
por Lucas Vitantonio y Vanesa Valenti*
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