Para una economía bimonetaria de hecho, como la argentina, el salto del tipo de cambio trae efectos inmediatos sobre la actividad económica. Quedó visibilizado este verano con las inmensas filas en los pasos fronterizos donde los habitantes vecinos venían a arrasar en los supermercados, estaciones de servicio, farmacias o restaurantes. ¿La razón? Las enormes diferencias entre los valores de un lado y otro de las aduanas facilitadas por un dólar que volaba. Pero al terminar el verano, parte de esa amable invasión del turismo de compras se detuvo e incluso, las diferencias, ahora a favor de los argentinos para algunos productos, motivaron el sentido inverso al shopping de fronteras.
Incógnita. La lista de tareas para ejecutar del Gobierno cuando asumió estaba encabezada por la inflación, que terminó 2023 con un récord de tres décadas de 211% anual. Pero también entre otras premuras, se fijó recomponer las reservas y desbloquear el comercio exterior para no cortar la cadena de producción. El contexto de precios pisados durante meses, tarifas congeladas, cepo generalizado en el control de cambios y el comercio exterior fue generando, como un resorte el marco para una devaluación y la ola de remarcaciones de diciembre.
La paradoja fue que las herramientas para torcer el rumbo a un espiral inflacionario generó una aceleración del IPC. Y los fantasmas de una eventual dolarización fueron desvirtuados, en las semanas siguientes por una caída en la cotización de los dólares financieros mientras el tipo de cambio financiero (contacto con liquidación o el MEP para los individuos) que perdió casi 20% en tres meses.
La conjunción de estos dos factores: la declinación del dólar financiero al mismo tiempo que los precios subían 90% de diciembre a marzo también produjeron un efecto peculiar: Argentina pasó de ser uno de los países más baratos de la región a uno que, en algunos rubros, ya es moderadamente caro. O desde el punto de vista financiero, según el cálculo del economista Salvador Vitelli, si alguien hacía un plazo fijo el 19 de enero, tres meses más tarde habría ganado… 51% en dólares. ¿Es buena señal para una economía una corrección de tal magnitud? La explicación a esta aparente oscilación entre extremos está, nuevamente, en el medio. “El gobierno cuando asumió, sabía que tenía que encarar la liberación de distintos precios que estaban atrasados y eso iba a implicar un cambio de precios relativos, entre ellos obviamente, el dólar”, señala el economista Camilo Tiscornia, director de C&T Asesores Económicos. A su juicio, resulta evidente que, si el primero que “pica” es el tipo de cambio y eso más otro arsenal de medidas generan inflación, viene un periodo de inflación mayor en dólares. “Pero se podría pensar que la devaluación lo que generó fue una deflación en dólares primero y que recién después vino la inflación en dólares”, sintetiza.
Sorpresas. El otro aspecto relevante en esta discusión es precisamente la distorsión acumulada de precios relativos: es decir, en los años de alta inflación (2019-2023) hubo bienes y servicios ganadores o perdedores, tomando como referencia el promedio. En un estudio de Eco Go, tomando ese período (diciembre 2018 a febrero 2024) la inflación minorista fue del 2.518% y entre los rubros “ganadores” estuvieron Medicamentos (3.477%), Autos (3.579%), Electrodomésticos (3.424%). El dólar CCL, por ejemplo, casi empató: 2.705%, pero otros sectores quedaron muy rezagados: dólar oficial (2.145%), Prepagas (1.968%), Transporte (1.766%) y Servicios de Internet (1.631%). En el fondo de la tabla, no sorprende encontrar a los salarios: 1.517% para el indicador RIPTE, jubilaciones (1.365%), Educación (1.276%), Gastos de vivienda (1.194%) y Alquiler de vivienda (1.027%). Entre estos sectores hay sorpresas, pero sobre todo afecta la canasta de gastos de cada núcleo familiar, así como la velocidad con la que van adecuando sus valores. El triunfo de la “nominalidad” como llaman los economistas a esta subjetividad.
Sebastián Menescaldi, director asociado de la consultora, apunta que estas variaciones obedecen sobre todo a las restricciones como el cepo o la regulación abusiva. “El cierre de la economía produjo que el precio de los bienes en dólares tuviera una fuerte suba contra el promedio de los precios. La escasez que había generaba que el precio interno en dólares subiera más que lo que subía afuera. En principio esto debería empezar a normalizarse y los precios locales empezar a parecerse un poco más a los externos”, explica.
Pero recuerda que el cepo, por ejemplo, todavía subsiste en su esencia, y hoy la apertura es menor que en diciembre, por la generalización del impuesto PAIS, por ejemplo y las dificultades para pagar al exterior. “El objetivo fue acumular reservas para mejorar la liquidez de la economía sin reestructurar deuda y esa elección fue la del camino más difícil”, concluye.
El camino. Las apuestas apuntan a la peculiar carrera entre el dólar y los precios internos: hasta cuándo estos pueden seguir ganando. En realidad, esta inquietud conduce a un tema que años de inflación descontrolada y cepos múltiples ocultaron: ¿cuál es el tipo de cambio real de equilibrio? Tiscornia se anima a responder: el tipo de cambio real es un precio relativo más, por lo tanto, el Gobierno no lo puede controlar en el largo plazo, sí puede diseñar una política económica que favorezca uno más alto o bajo, pero, en definitiva, como cuando baja la marea, la economía argentina irá encontrando desafíos estructurales que la vorágine de tapar agujeros y patear vencimientos no permitía ver. Por ejemplo: productividad, empleo y salarios reales. Nada menos.
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