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EN LA MIRA DE NOTICIAS | 13-08-2020 15:42

Capitalismo cardíaco

La muerte prematura de Sergio Nardelli, CEO de Vicentín, confirma una historia clínica nacional que todavía no tiene cura.

Como suele suceder en los temas delicados del poder en la Argentina, tarde o temprano muere alguien. Por lo general, temprano. Hace unas horas, a los 59 años, el CEO de Vicentín Sergio Nardelli sufrió un infarto masivo en su domicilio, que terminó prematuramente con su vida, en su momento de mayor estrés. Muy parecido al final de Néstor Kirchner, que a los 60 años falleció de un infarto masivo en su casa, rodeado de un escenario de altísima tensión política. En aquel 2010 en que murió Kirchner, comenzó el drama de otra familia poderosa, que poco después también pagaría con una muerte y otro infarto precoz: el clan Ciccone. Cada historia es diferente, pero el diagnóstico no.

El caso Ciccone recuerda al de Vicentín porque también se trataba de una empresa al borde de la quiebra por sus propios desmanejos financieros, que se dedicaba a uno de los rubros que obsesionan al kirchnerismo, el de entonces y el de ahora. Una los billetes, la otra el campo. Como con Vicentín, el rescate K tomó la forma de un abordaje pirata, que finalmente terminó con el exvicepresidente Amado Boudou condenado por cohecho y negociaciones incompatibles con la función pública. 

Acaso este escandaloso antecedente (que terminó de paso con la carrera del prócer camporista Esteban Righi, siempre reivindicado por su discípulo Alberto Fernández) fue el que hizo recular al Presidente en la expropiación de la cerealera. Los niveles de tensión que ambas operaciones implicaron quedaron en evidencia por los episodios cardiovasculares asociados. Héctor Ciccone, uno de los fundadores de la imprenta, murió por complicaciones de un ACV, en pleno proceso de enajenación de la firma, y su sobrina y presidenta de la empresa, Olga Beatriz Ciccone, padeció un infarto al que sobrevivió. No tuvo la misma suerte el CEO de Vicentín.

Entre los empresarios que se manifestaron consternados por la temprana muerte de Nardelli, llama la atención un protagonista de la gran noticia sanitaria de la cuarentena: Hugo Sigman, dueño del laboratorio que pondrá la pata argentina al capítulo latinoamericano de la vacuna de Oxford. En su cuenta de Twitter, Sigman despidió a su colega Nardelli como “buen amigo, siempre generoso y un empresario soñador y apasionado”. El breve requiem tuiteado por el magnate biotecnológico, considerado un “amigo de la casa” en el oficialismo, contrasta por su equilibrio no agrietado con la furia anti Nardelli y anti K que surcó las redes sociales. Ambos bandos evaluaron este infarto como otra muerte oportuna de la política nacional: unos porque con Nardelli muere un virtual testigo de los desbordes bancarios del macrismo, otros porque asimilan al CEO de Vicentín a la presunta lista de “mártires” que tuvieron una muerte prematura tras enfrentarse al poder K.

Mirando más allá de las teorías conspirativas, queda la sospecha de que la pulseada del dinero y el poder en la Argentina resulta infartante. En una economía pendular, sacudida constantemente por los espasmos de la restricción externa (la falta de dólares) y de la restricción interna (las cambiantes reglas de juego), ningún modelo de negocios es apto para cardíacos. Un empresario local que conoce bien a los actores arriba mencionados le confesó alguna vez al autor de estas líneas que el único mecanismo de acumulación viable para la burguesía nacional era el de juntar capital “hasta que se corte el chorro”, y cuando se corta, correr hacia la nueva canilla que abre el poder de turno. Y así hasta morir. De eso se trata el capitalismo cardíaco argentino.

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Silvio Santamarina

Silvio Santamarina

Columnista de Noticias y Radio Perfil.

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