Como diría Néstor Kirchner, Cristina está “nerviosha”. Parece que la Vicepresidenta ya se cansó del estratégico bajo perfil que mantuvo durante la campaña electoral e incluso en los primeros meses del mandato de Alberto Fernández. Primero empezó con sugestivas bajadas y subidas de pulgar vía Twitter, para marcar la cancha del Presidente y su equipo de confianza. Pero ahora está dando un paso más allá, y sus motivos dicen mucho sobre el presente y el futuro inmediato de la Argentina. Pero vayamos por parte.
No conforme con el fastidio obsesivo que el kirchnerismo milita contra los llamados “medios hegemónicos” tradicionales, la expresidenta acaba de agarrársela con Google, acusando al buscador en la Justicia por contribuir a la viralización del apelativo de “ladrona”. Sus fieles escuderos judiciales, Carlos Beraldi y Gregorio Dalbón, la ceban con la posibilidad de convertirse en la David que le doble el brazo al gran Goliat de la globalización digital. Más allá de las razonables quejas colectivas contra los daños colaterales del crecimiento de Google, el historial de Cristina Fernández respecto de su imagen mediática permite vislumbrar cierto rebrote de megalomanía detrás de su reclamo, en un contexto donde millones de argentinos padecen otras urgencias más cotidianas y menos comunicacionales.
Otro episodio de las últimas horas alimenta el nuevo perfil de gobernanza tuitera que multiplica el protagonismo de la Vicepresidenta. En un largo hilo de su cuenta de Twitter, Cristina denunció que Mauricio Macri goza de la mayor impunidad de la Argentina, porque un tribunal le dio la razón en una instancia procesal a la defensa del expresidente. Es por lo menos incómodo que la figura más poderosa del Poder Ejecutivo le marque el paso a los jueces cada vez que no le gustan sus decisiones procesales, no solo en las causas de corrupción que la involucran directamente, sino también en las que conciernen a Macri. Y sin contar, además, con la sincronizada colaboración de la prensa amiga. A ese mecanismo, el cristinismo le llama Lawfare, pero solo cuando beneficia al macrismo: si el asedio viene del oficialismo K, entonces Cristina, Alberto & Compañía le dicen “reforma judicial”.
Un último decreto de necesidad y urgencia tuitero emitido por Cristina en la última semana: darle la razón en un par de caracteres a Wado de Pedro y a Axel Kicillof cuando chicanean a Horacio Rodríguez Larreta, no sea cosa que la grieta se achique al menos en cuarentena.
¿Qué le está pasando a la Vicepresidenta? Quizá perdió la paciencia con el albertismo componedor. Tal vez teme que la hoja de ruta para su reivindicación personal y familiar en la Justicia se esté quedando sin tiempo, en un año devorado súbitamente por la pandemia. O sencillamente el elixir del poder le está empezando a despertar sus ansias reprimidas de estrellato mediático. En cualquier caso, en el Instituto Patria madura rápidamente una Cristina más “nerviosha”, como decía su marido. Y esos nervios, tarde o temprano, pueden contagiar al Presidente, con o sin barbijo, y con una distancia social respecto de su jefa cada vez más difícil de guardar.
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