Era tan fácil y parecía tan difícil. Solo se trataba de decir la verdad, al menos una verdad. Y aunque fuera muy evidente y razonable, la mayoría de los poderosos y poderosas estadistas de América latina, no se animaron si quiera a pronunciarla.
Pero Luiz “Lula” Da Silva se atrevió a lo más complicado en estos tiempos de liderazgos agrietados: hablar con honestidad y sensatez, aunque sea por un ratito.
Respecto de la crisis en Bolivia, los referentes políticos de la región cayeron en la grieta de la mentira. La mitad de ellos se resistió desde el principio, con notable tozudez, a calificar de “golpe de Estado” la caída de Evo Morales.
Sin ir más lejos, en la Argentina, Mauricio Macri y su gobierno evitó hablar de un “golpe”, aunque su propia excanciller estrella, Susana Malcorra no entendía cómo podía siquiera debatirse la cuestión semántica.
Pero del otro lado, también falló el apego a la verdad. Ningún líder importante del bando autodenominado “popular” quiso reconocer lo evidente: que Evo Morales tenía una cuota importantísima de responsabilidad en la crisis que desembocó en el vacío de poder golpista. Salvo Lula.
El expresidente brasileño dijo sencillamente en un entrevista con un diario inglés que su “amigo Evo Morales cometió un error cuando buscó un cuarto mandato como presidente”. Es cierto que usar la palabra “error” para las manipulaciones judiciales y electorales que Morales se permitió en los últimos años para mantenerse en el poder suena a poco, pero es muchísimo comparado con el resto del establishment pro bolivariano.
Como pasa con las vacunas, decir la verdad puede doler unos segundos, pero después el beneficio puede durar varios años. Por animarse a la sensatez, Lula no solo está libre de la prisión, como lograron muchos de sus colegas regionales. Lula es libre.
Galería de imágenes
Comentarios