La primera lectura que imponen los números gruesos de la elección es que el modelo K recibió un cachetazo contundente. Más allá de la grieta entre Juntos por el Cambio y el Frente de Todos, hay focos de furia electoral que permiten decodificar un mensaje general de las urnas.
El batacazo de Milei y sus libertarios puede ser un desafío a futuro para el posicionamiento del posmacrismo, pero en el corto plazo, en la foto del escrutinio de las PASO, representa una especie de ancla para que la oposición no derive hacia una tercera posición centrista, moderada e incluso negociadora ante el kirchnerismo, e incluso frente al peronismo.
Tanto es así, que el intento de Florencio Randazzo de ofertar una salida peronista, crítica de Cristina y potable para el establishment y votantes desencantados del macrismo, fue desestimado de modo inapelable en las urnas.
Por otro lado, la buena performance de la izquierda (aunque siempre lejos de expectativas de crecimiento disruptivo como las de Milei) y los números pesados del voto en blanco, le ponen un tono ineludible de bronca al mensaje que deberá digerir la Casa Rosada de una vez por todas, luego de muchos meses de negarse a masticar y tragar el descontento popular.
Aunque el truco de echarle la culpa a la campaña de los “medios hegemónicos” va a seguir sonando en boca del kirchnerismo, puertas adentro el oficialismo tendrá que ver cómo compatibilizar la pelea interna para asignar mariscales de la primera derrota de la coalición, con el urgente control de daños que necesita activar el Frente de Todos para remontar el barrilete antes de las elecciones reales y concretas de noviembre.
¿Cómo quedará la composición química de la mezcla de “les” Fernández? Todo indica que la pérdida de autoridad del Presidente y su entorno, tendencia que se venía manifestando desde hace meses, se consolidará brutalmente a partir de hoy. Y el cristinismo comenzó a pasarle factura ya desde el silencio estupefacto del búnker del Frente de Todos, que pasó del carnaval carioca al réquiem en cuestión de minutos.
Sin embargo, es posible que la Jefa del movimiento no cometa el error de distraerse ensañándose con su presidente designado: toda su energía estaría mejor enfocada en monitorear y prevenir el asedio cada vez menos silencioso que viene amagando el resto del peronismo contra el dominio de facto de los hijos K: Máximo y el hijo político adoptivo de la expresidenta, Axel Kicillof.
¿Y Massa? Una vez más, es la gran incógnita a despejar. Y cada vez que Massa crece como un interrogante político clave, quiere decir que la Argentina ingresa a su cíclica zona de tormenta, como avanza el Titanic hacia el iceberg que siempre lo espera, gélido y oculto en el horizonte.
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