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EN LA MIRA DE NOTICIAS | 12-08-2021 14:33

Juntos contra Todos

Luego de dar por perdida la Provincia, el posmacrismo se escandalizó por la irrupción de Facundo Manes. Statu quo vs. heterogeneidad.

En las usinas de doctrina macrista, desde comienzos de año se viene barajando la idea de que, en realidad, la provincia de Buenos Aires no debería ser considerada la “madre de todas las batallas”. Haciendo de necesidad virtud, el espacio PRO (sin distinción de “halcones” y “palomas”), decidió dar por perdida la Provincia en la previa electoral, en reconocimiento a la aparente superioridad del Frente de Todos, y desvió el foco hacia dos objetivos tácticos: por un lado, tratar de achicar los números de la derrota sufrida en 2019 en las urnas bonaerenses, y por el otro, concentrarse en el poroteo a nivel nacional para intentar conseguir un favorable reparto de bancas en el Congreso, gracias a posibles resultados exitosos en el resto de los distritos del país.

A partir de esa visión, se fue derivando a una suerte de estrategia general de Juntos (por el Cambio), que en realidad es un reacomodamiento espontáneo de sus elementos internos, en medio del caos del país, que se refleja en la interna opositora.

Ese abandono de la “madre de todas las batallas”, resignando la medalla de oro para concentrarse en hacer podio con una digna mención de plata que habilite competir por el premio mayor en 2023, generó el primer gran ruido en el mensaje PRO hacia su electorado: el sorpresivo pase de María Eugenia Vidal al otro lado de la General Paz, que Gerardo Morales calificó sin piedad como una “deserción”.

Esa movida no deja claro si Vidal se autoexcluyó por impotencia ante el irremediable fracaso social bonaerense que ningún partido puede remontar. O quizá fue apartada de la contienda bonaerense por temor a que su candidatura repitiera la áspera derrota frente a Axel Kicillof. Tal vez se esté preservando para llegar con menos desgaste de imagen que el que ya acumula de cara a una posible candidatura en la boleta presidencial de #Juntos para 2023. En cualquier caso, ese vacío territorial del vidalismo en retirada abrió la puerta para otra disrupción que sacude la oferta electoral de la coalición opositora: Facundo Manes.

Llama la atención el trastorno digestivo que acusó el elenco estable encabezado por Larreta y Carrió ante una candidatura que ya se venía amagando desde hace años, junto a una también postergada reivindicación de la pata radical de Cambiemos y sus posteriores mutaciones nominales. Es decir, si el fenómeno Manes es una sorpresa anunciada, entonces no debería impactar como algo sorpresivo. Si lo hace, será porque la rigidez del statu quo pretendida por el posmacrismo porteño no soporta más desafíos en plena crisis de liderazgo tras la derrota electoral protagonizada por Mauricio Macri. Le guste o no, al PRO le toca demostrar en estas elecciones -que todos califican de hito histórico- que su partido no es, como lo estigmatizan sus enemigos, una corporación privada ordenada por un dueño y su staff de CEOs.

Para superar esta prueba, está la oportunidad de las PASO, que testeará más que nunca la resistencia interna de #Juntos a una pulseada en serio sobre la gobernanza futura de la coalición. La primera reacción del establishment partidario fue de miedo conservador, plasmado en el truco infantil de congelar el disenso con un “código de convivencia”, muy parecido a una mordaza disfrazada de manifiesto ético.

En lugar de temerle a la heterogeneidad interior, la principal coalición opositora podría aprender -quizá ya lo está haciendo- de su adversario en el Gobierno, el Frente de Todos, que con un relato de unidad más allá de las diferencias mantiene disciplinado a un rompecabezas de piezas inconciliables. Es cierto que ese modelo ideado por Cristina Kirchner no está sirviendo para gobernar muy bien que digamos, pero todavía parece ideal para ganar elecciones en la Argentina.

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Silvio Santamarina

Silvio Santamarina

Columnista de Noticias y Radio Perfil.

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