En otra semana de nervios alterados, el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, vinculó a los ciudadanos que compran dólar blue con el circuito delictivo de narcos y traficantes de armas. Advertido de que se le había ido un poco la mano en relacionar al pequeño ahorrista o consumidor en dólares con el crimen organizado, el funcionario tuvo que bajar un cambio: a las pocas horas de su exabrupto, salió a reconocer que “la Argentina está teniendo un problema estructural con los dólares”, que imponer “un cepo total es muy difícil porque siempre hay gente que necesita dólares”, y de paso admitió que él mismo ahorra en divisa norteamericana. Como decía el sincericida Guillermo Moreno cuando era funcionario: “los cueveros son compañeros”. Para completar la rectificación del estresado Pesce, la vicejefa de Gabinete de la Nación, Cecilia Todesca, puso más paños fríos: “No me quiero poner en un discurso moralista, porque comprar o no comprar dólares no es cuestión de ser buena o mala persona”, intentó aclarar la funcionaria. Pero el daño ya estaba hecho. Una vez más, los argentinos somos culpables y debemos ser condenados por los fracasos del Gobierno.
A esta altura, ya podría decirse que se trata de un modus operandi del kirchnerismo, especialmente cuando siente que se le escapa la tortuga. Esta semana, entre los legisladores que militan el sobreimpuesto de emergencia a las grandes fortunas, sonó la acusación velada de que nadie tenía derecho a criticar este aporte fiscal forzoso porque, después de todo, muchas de esas fortunas crecieron a la sombra -muy oscura- de la obra pública. Viniendo de un espacio político multiprocesado por revoleo de bolsos y amigos contando pilas de dólares en subsuelos, el planteo alimenta el cinismo nacional, que ya alcanza niveles de toxicidad casi inviables. Lo normal sería que, si el Estado presupone grandes delitos, simplemente debería investigarlos y castigarlos judicialmente, y no cobrarle nuevos impuestos para oxigenar un poco la caja política.
Pero no solo se trata de dinero. Con la estrategia antipandémica sucede igual. El Gobierno erró en el diagnóstico inicial del impacto del Coronavirus en la Argentina, al subestimar la necesidad de blindar los ingresos al país a tiempo y tomarse en serio el plan de testeos y rastreo, pero la culpa de todos los muertos y enfermos se la echa a la oposición y a los argentinos no alineados en general. Para el relato K, medio país se volvió una manada de sádicos asesinos virales. Mientras el Presidente comparte asaditos y su Vice olvida sistemáticamente la normativa de usar barbijo, al expresidente y fundador del principal partido opositor le allanan la quinta por violación de cuarentena.
La fórmula cristinista es simple: a nosotros “nos hacen Lawfare”, pero a los demás les imparten Justicia. Si seguimos así, el próximo eslogan de campaña para el 2021 podría ser: “vótenos o marche preso”.
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