El mercado inmobiliario argentino comienza a dar señales nítidas de reactivación tras años de volatilidad. La nueva fase se explica por la convergencia de cuatro vectores macroeconómicos: baja de tasas, dólar estable, riesgo país en descenso y financiamiento más accesible para el sector público y las empresas. Este “combo” no sólo mejora las expectativas: abarata el costo del capital, sanea balances y vuelve a poner en marcha la inversión privada.
La reducción de tasas tiene un doble efecto virtuoso. Por un lado, impulsa a las compañías y desarrolladores a retomar y lanzar obras gracias a un costo financiero menor y plazos más razonables. Por otro, reaparece con fuerza el crédito hipotecario: con el riesgo país a la baja y el sistema bancario reabriendo líneas a tasas más competitivas, las familias vuelven a tener una puerta de acceso al hogar propio. Ese regreso del financiamiento masivo a la demanda es el disparador clásico de los grandes ciclos inmobiliarios: tracciona ventas, dinamiza la construcción, multiplica el empleo y acelera la rotación del stock.
A este marco se le suma la estabilidad cambiaria. Cuando el dólar deja de ser una amenaza y se convierte en un ancla previsible, el real estate recupera su capacidad de planificación de largo plazo. Eso habilita proyectos de mayor escala, fases comerciales más extensas y planes de pago en cuotas fijas y en dólares, que mejoran la tasa de conversión, reducen fricciones y amplían la base de compradores. Para el inversor, una macro más predecible permite calcular flujos de caja con mayor precisión, diversificar entre ladrillo y renta, y capturar plusvalías en etapas tempranas.
Mientras tanto, los activos financieros argentinos—bonos y acciones—muestran mejoras que anteceden a la economía real. No es casualidad: existe una correlación histórica entre mercados bursátiles alcistas y aumento de la actividad inmobiliaria. Cuando sube la bolsa, mejora el apetito por riesgo, se expande la liquidez y parte de esas ganancias migra a activos reales, consolidando la demanda por inmuebles residenciales, comerciales y logísticos. La caída del riesgo país refuerza esta dinámica al reducir la percepción de riesgo local y abaratar el crédito internacional.
En este contexto, vuelven a ganar tracción los proyectos de gran envergadura. El nuevo emprendimiento de Eduardo Costantini en Palermo, en el ecosistema del Art & Design District porteño, es una muestra de lo que viene: desarrollos icónicos, programados en etapas, con arquitectura de autor, amenities diferenciales, esquemas financieros más largos y propuestas de valor pensadas para capitalizar la estabilización macro. Esta clase de iniciativas contagia confianza a toda la cadena: desde proveedores y constructoras hasta brokers y compradores finales.
Si la tendencia se sostiene—tasas a la baja, dólar estable, riesgo país descendente, financiamiento accesible y reaparición del crédito hipotecario—el real estate argentino puede ingresar en un nuevo ciclo virtuoso. Es el momento de anticiparse: profesionalizar la comercialización, ajustar pricing y mix de unidades, perfeccionar la ingeniería financiera de cada proyecto y comunicar con datos. La oportunidad no es sólo recuperar lo perdido, sino construir la próxima década del mercado inmobiliario con bases más sólidas, previsibles y escalables.
Germán Pacchioni
Real Estate & Economics Analyst
por CONTENT NOTICIAS














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