Hay frases que, por más que las escuches mil veces, no pierden fuerza. En mi trabajo con líderes, equipos y profesionales de distintos ámbitos, hay una en particular que siempre me estremece:
“Quiero que me ayudes a ser mejor.”
Esa frase me lo dice todo. Me dice que esa persona ya está en movimiento. Que no tiene techo. Que eligió salir del piloto automático y hacerse cargo de su evolución.
Lo más poderoso de ese pedido no es lo que expresa, sino lo que revela. No habla de una falta, habla de una decisión. No habla de debilidad, habla de coraje. En un mundo que idolatra la seguridad y castiga la duda, pedir ayuda para crecer es una forma profunda de autoliderazgo.
Acompañar procesos de cambio me enseñó a ver más allá de los logros visibles. Vi personas brillantes, talentosas, estancadas por no cuestionarse, y vi otras, crecer de forma exponencial, solo por tener una actitud distinta: la de querer aprender. La de mirarse sin excusas. La de abrirse a otra mirada, aunque incomode.
Porque claro, crecer implica aceptar las debilidades y dejar el ego de lado. Moverse del “yo soy así” al “puedo ser mejor” no es cómodo. Pero es ahí, en esa incomodidad, donde nace lo más valioso. Es afuera de la zona de confort donde se puede crecer. Por lo tanto, la persona que lo logra, no tiene techo y sus posibilidades se amplían sin límite.
Recuerdo un líder que me decía que no iba a ir a la cena de fin de año porque no le gustaban esos eventos, decía — “no me siento cómodo” — A lo que le respondí: — “hacelo incómodo, si querés crecer, tenes que salir de tu zona de comodidad y confort”.
Yo no trabajo con fórmulas. No tengo respuestas cerradas ni recetas mágicas. Lo que ofrezco es un espacio. Un contexto donde el desarrollo real pueda emerger. A veces con preguntas. A veces con silencio. Siempre con presencia y con respeto.
Y, sobre todo, con una certeza: nadie se transforma en soledad. Todos necesitamos un espejo, una mirada honesta, alguien que enseñe y que muestre otros caminos, alguien que confíe.
Por eso, cuando alguien llega y me dice esa frase —“quiero que me ayudes a ser mejor”— no solo la escucho. La celebro. Porque sé que esa persona acaba de dar el paso más difícil. Porque sé que, en ese instante, su techo —si alguna vez lo tuvo— acaba de romperse.
Romina López Cuenca
Psicóloga, conferencista y mentora de líderes.
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por CEDOC
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