Desde antes de dejar el Gobierno, Cristina Kirchner viene preparando su defensa pública contra la embestida judicial. “Persecución” y “Proscripción” son las palabras que más repite. Aunque ella misma alimenta el imaginario de una posible prisión, la realidad la acompaña. Desde que dejó el Gobierno, una andanada de detenciones pasaron cerca de ella. Ricardo Jaime, Lázaro Báez y José López fueron los casos judiciales más resonantes del 2016. En ese entonces sus acciones estaban en baja y cuando le tocó referirse a esos temas, se desligó. “Báez no es mi amigo”, dijo del hombre que le construyó un mausoleo faraónico a su marido. Y “El dinero que José López tenía en su poder alguien se lo dio y no fui yo”, respondió de forma literal sobre los bolsos con dólares que el ex funcionario K pretendía esconder en un convento. Los escándalos eran tan grandes que había que despegarse.
Hoy el escenario es distinto. En los últimos meses, la imagen de la ex presidenta aumentó y ella lo aprovecha. Está más bélica que de costumbre. A través de Twitter, Facebook, Instagram y Telegram reparte comentarios ácidos e irónicos contra los jueces y fiscales que la investigan; los medios, en especial Clarín y La Nación, y contra el Gobierno, a quienes todo el tiempo trata de mentirosos y los acusa de ser “un Gobierno de fotos”. Pero en la Casa Rosada la prefieren así: como la líder de un movimiento que divide al peronismo. Esa Cristina “competitiva”, sin embargo, puede volverse políticamente peligrosa si algún juez decidiese detenerla. Ese escenario confirmaría todas las conspiraciones que se tejen desde Santa Cruz y El Calafate. Se convertiría en mártir. El Gobierno de Macri entraría en crisis. Los militantes K acamparían frente a la cárcel y en la Plaza de Mayo. Los organismos de Derechos Humanos nacionales e internacionales pedirían por su libertad y Cristina sacaría provecho de todo eso. Su afición por los medios la llevarían a transmitir en vivo el minuto a minuto de su detención. En ese escenario hipotético, el peronismo, a regañadientes, se volvería a alinear detrás de la jefa.
Antecedentes
Existen dos casos que ya sentaron jurisprudencia política sobre líderes detenidos en democracia: Carlos Menem y Milagro Sala. En junio del 2001, acusado de liderar una asociación ilícita para traficar armas a Ecuador y Croacia, el ex presidente Menem quedó detenido en la mítica quinta de Don Torcuato propiedad de Armando Gostanian. Coincidió con el arranque de la campaña electoral de medio término que decidiría el futuro político de Fernando De la Rúa y su gobierno. Los resultados de las urnas, que llegaron en octubre de ese año, arrojaron un récord histórico de voto en blanco, y desataron la ola del “que se vayan todos” que ganaría las calles poco después. Dos años más tarde, Menem se presentó a las elecciones en busca de “la tercera presidencia” y superó en votos a Néstor Kirchner. Luego, en el ballottage, se bajó. Moraleja: un presidente preso puede perjudicar al oficialismo y luego ganar elecciones. Tanto CFK como Macri tienen anotado el dato.
El caso de Milagro Sala es más cercano a Cristina porque es una militante que sacó beneficios del modelo K y hoy enfrenta causas por hechos violentos y desmanejo de fondos públicos. La Justicia jujeña dispuso la prisión preventiva y eso provocó la reacción de organismos internacionales y líderes de la región. En el núcleo duro del kirchnerismo ven el caso Sala como un globo de ensayo de la reacción que provocaría CFK presa. “Un escándalo internacional”, especulan.
Contraataque. La semana entrante, la ex presidenta estará en Buenos Aires, donde preparará la contraofensiva frente al Gobierno, la Justicia y “los medios opositores” que, según denunció, la persiguen y la quieren proscribir.
El primer paso lo dio en la Justicia, donde presentó una denuncia por espionaje político y persecución tras la filtración de las escuchas al celular de su ex jefe de Inteligencia y actual secretario, Oscar Parrilli. Esa investigación está radicada en Río Gallegos y la fiscal del caso, Patricia Ramallo, ya pidió una serie de medidas de prueba con la intención de detectar la ruta de la filtración.
El segundo capítulo se dio el lunes 6 de este mes cuando CFK publicó en su página de Facebook un video al mejor estilo Reality Show donde mostró, paso a paso, cómo le tomaban las huellas digitales para hacer un certificado de reincidencia, solicitado por el juez Bonadio en la causa Dólar Futuro. En el video, donde se la ve híper histriónica, teatral y regodeada en sus propias ironías, Cristina Kirchner se mofa de Bonadio, quien a fines de noviembre del año pasado la obligó a ir a los tribunales de Comodoro Py para que le tomen las huellas o “tocar el pianito”, como se dice en lenguaje tumbero. Aquel trámite salió mal y por eso tuvo que rehacerse. Ese traspié dejó expuesto a Bonadio, quien pudo haber permitido, desde el principio, que el trámite se hiciera en Río Gallegos. Aquel capricho del magistrado, se convirtió en un favor para confirmar la animosidad contra la ex presidenta. Ni lerda, ni perezosa, CFK, cual youtuber, le dio su celular a Gabriel Graves, uno de sus secretarios personales, y filmaron todo el trámite. Cristina tiene experiencia frente a las cámaras. Le sale natural. Cuando era presidenta, sus cadenas nacionales casi cotidianas, le dieron horas de vuelo. Para entender lo que hace CFK, hay que analizar qué es lo no muestra. Cristina no hace un reality show con toda su vida. No muestra a sus nietos, a sus hijos, no se la ve mientras come, cuando se levanta a la mañana o cuando sale por Calafate o Río Gallegos. Ella limita el show a su guerra contra los jueces, el presidente Macri y Héctor Magnetto, uno de los dueños de Clarín. Los provoca y los desafía. ¿Ellos quieren verla presa? Ella cree que no. Que prefieren verla olvidada, como sucede hoy con el ex presidente Menem, quien pasa desapercibido en el Senado de la Nación. Por eso los desafía. El temor de ellos la fortalece. La motiva. Y por eso juega con la idea de que sí.
por Rodis Recalt, Carlos Claá
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