Este año tuvo, a nivel científico y médico, grandes anuncios, también grandes cambios, y una revolución en ciernes. La revolución tiene que ver con la llegada del movimiento “MeToo” (A mí también) que se inició con las actrices de Hollywood y que llegó al mundo de la investigación científica con resonadas denuncias por abuso, por acoso laboral y también por discriminación contra mujeres investigadoras.
La otra revolución de las costumbres, por describirla de algún modo, es que la unidad de masa que define el kilo no será ya a partir de este año un objeto físico, sino un valor derivado de una constante de la naturaleza. El kilogramo era la última unidad fundamental cuya definición todavía dependía de la magnitud de un objeto físico, el cilindro de platino-iridio, que se encuentra guardado bajo tres llaves en el sótano del Pabellón de Breteuil en las afueras de París (Francia).
El cilindro fue, hasta ahora, el Prototipo de Kilogramo Internacional (IPK), empleado para calibrar los patrones oficiales de la unidad de masa. Su retiro, tras 129 años de servicio, fue anunciado a fines de noviembre. La modificación no impactará a la hora de comprar un kilo de naranjas, pero sí lo hará (y fuertemente) dentro de laboratorios y en el ámbito de investigadores y desarrolladores en ciencia y tecnología.
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Los cambios aprobados por los metrólogos entrarán en vigencia a partir del 20 de mayo. En lugar de la velocidad de la luz, la cifra elegida para definir la unidad de masa es la constante de Planck, un valor que describe los paquetes de energía emitidos en forma de radiación.
También en noviembre el genetista chino He Jiankui pateaba el tablero y sacudía la realidad y las conciencias científicas al anunciar que había creado las primeras bebas genéticamente modificadas. Según el investigador de la SUSTech (Southern University of Science and Technology of China) en Shenzhen, se trató de dos gemelas (Lulu y Nana) que nacieron con un gen mutado para hacerlas resistentes al virus causante del sida. El padre de las niñas es portador del virus de inmunodeficiencia humana (VIH).
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El anuncio causó un profundo conflicto aún dentro de la organización para la cual trabaja el genetista chino. A tal punto, que las autoridades de SUSTech se declararon "profundamente conmocionadas" por el anuncio. En teoría la investigación no habría sido comunicada a la Universidad ni al departamento donde He Jiankui trabaja (Biología) que "desconocían este proyecto de investigación y su naturaleza.
El Comité Académico del departamento "cree que la conducta del doctor He Jiankui al usar la ténica CRISPR/Cas9 para editar embriones humanos ha violado gravemente la ética y los códigos de conducta académicos". Sin embargo, y según declaraciones del genetista chino a la agencia de noticias AP, otras seis parejas, en las que el varón es seropositivo, también aceptaron formar parte del programa de investigación, lo que abre la posibilidad de que Lulu y Nana no sean las únicas bebés modificadas genéticamente.
Julian Savulescu, director del Centro Uehiro de Ética Práctica de la Universidad de Oxford, aseguró tras el anuncio, a la agencia Science Media Centre: “Si es cierto, este experimento es monstruoso. Los embriones estaban sanos, sin enfermedades conocidas. La edición genética en sí misma es experimental y todavía está asociada con mutaciones no buscadas, capaces de causar problemas genéticos en etapas tempranas y más tardías de la vida, incluido el desarrollo de cáncer”.
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Inicios. Este año hubo muchos hallazgos paleontológicos, especialmente en lo que se refiere a los orígenes de los homínidos. En agosto se dio a conocer que un grupo de investigadores había encontrado en una cueva en Siberia (Rusia) los restos de una niña de 13 años muy especial. Era hija de una mujer neandertal y de un varón denisovano, es decir, que era híbrida: nacida del cruzamiento de dos especies diferentes. Hacía casi diez años que los especialistas sabían que neandertales, denisovanos y humanos modernos habían tenido descendencia en algunas circunstancias, pero nunca, hasta este año, se había encontrado a una hija o un hijo fruto de una pareja mixta.
El genoma de la niña fue publicado en la revista científica Nature: un equipo liderado por Viviane Slon y Svante Pääbo, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania), analizó el ADN extraído de un fragmento de hueso de la joven y concluyó que la madre era neandertal y el padre denisovano. Los genomas de las dos especies, secuenciados también por Pääbo y equipo, indican que se separaron hace más de 390.000 años, pese a lo cual ambas especies continuaron procreando de manera puntual en los territorios donde ambas compartían frontera.
Además de la niña híbrida, hubo otro gran anuncio vinculado con la evolución: Dickinsonia, el animal más antiguo que los seres humanos han conocido hasta ahora, cuyos fósiles datan de hace entre 571 y 541 millones de años. Aunque habían sido descriptos por primera vez en 1947, no se sabía bien qué eran los Dickinsonia: ¿Líquenes? ¿Seres unicelulares gigantes? ¿Animales de las profundidades marinas?
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En agosto, un paper describía cómo un equipo científico había buscado y hallado más fósiles y los habían estudiado con herramientas y técnicas de punta. Fue así que se determinó que se trata de animales multicelulares, con capacidad de moverse, de alimentarse de otros organismos, con tejidos especializados, sistema digestivo y sistema nervioso.
En el ámbito de la paleontología, la antropología y la genética evolutiva, los expertos esperan que haya más fósiles provenientes del sudeste asiático, una región de especial interés desde que fueran descubiertas especies de hobbits similares a los humanos en la isla indonesa de Flores, en el año 2003.
Esperanza. El 2018 fue el año de la inmunoterapia contra el cáncer, además de que dos de sus investigadores principales fueron distinguidos con el premio Nobel de Medicina y Fisiología, los anuncios referidos a avances en este campo no pararon a lo largo del año. Uno de ellos fue el caso de la estadounidense Judy Perkins, ingeniera, que padecía un tumor de mama con metástasis en hígado y otros órganos, y un estimado de vida de dos meses. Casi cuatro años después de aquél diagnóstico, la mujer está viva y lleva dos años y medio sin rastro de cáncer. ¿El tratamiento? Un autotrasplante de sus propios linfocitos.
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El creador de la terapia experimental, Steven Rosenberg, cirujano del Instituto Nacional del Cáncer de los Estados Unidos, es cauto y advirtió: “Esta técnica está aún en su infancia. Trabajamos sin descanso para aumentar su efectividad, porque hasta ahora solo el 15% de pacientes responde”.
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