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POLíTICA | 11-07-2019 14:49

Alberto Fernández vs. Máximo Kirchner: interna y doble comando

La pelea por las listas. Los heridos que quedaron afuera. La cruzada del candidato contra los "impresentables". Las dos campañas.

Alberto Fernández se conforma con poco. Sus amigos dicen que les costó convencerlo de que acepte un jefe de prensa, un equipo de campaña, y que tampoco fue fácil hacerlo entender que necesitaba que María, su histórica secretaria, volviera a trabajar junto a él.

Aseguran que el candidato a presidente quiere mantener su vida lo más parecida a como era antes de que Cristina Kirchner lo ungiera. “Es que es un tipo sencillo”, explican. Tan humilde es el ex jefe de Gabinete, cuentan desde su entorno, que para el cierre de listas no pidió mucho: sólo un legislador porteño, Claudio Ferreño, y un diputado nacional, Santiago Cafiero. No era una solicitud demasiado ambiciosa para quien podría encabezar el poder Ejecutivo para fin de año, pero ni eso le dieron. Fernández no contaba con la tacañería política de Máximo Kirchner.

El líder de La Cámpora fue una topadora, no pidió permiso y se quedó con los mejores lugares en las listas. Ni al nieto del histórico peronista Cafiero incluyó en el armado. La puja por el control del poder en el kirchnerismo entró en una fase crucial, y ahora sobrevuela la gran incógnita: ¿podrá Alberto armar su propio Gabinete?

Rosca. Hasta bien entrada la tarde del sábado 22 de junio, Cristina Álvarez Rodríguez, secretaria parlamentaria del bloque del FPV en Diputados, pensaba que iba a ser la segunda en la lista del kirchnerismo en Buenos Aires. Se enteró sobre el final y casi de rebote de que la diputada camporista Luana Volnovich iba a ocupar el lugar que le habían prometido. Algo similar le sucedió a Mariano Recalde, que esperaba encabezar la fórmula del kirchnerismo en la Capital y se tuvo que conformar con postularse a senador. Ambos fueron parte del tendal de víctimas por las tensiones cruzadas entre Máximo y Alberto Fernández.

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El cierre de listas destapó los focos de presión que se veían venir desde que CFK eligió a su candidato: hay demasiadas manos en el plato. El 22 de junio se tuvo que zanjar el reparto de lugares entre los bandos de Sergio Massa, el sindicalismo, los movimientos sociales en los que se destaca Juan Grabois, otros partidos menores, Alberto Fernández, la propia ex presidenta y la agrupación que lidera su hijo, que se demostró que no siempre piensa lo mismo que su madre. Las heridas eran inevitables.

En la Capital, esa encrucijada se notó. Fernández presionó para que Matías Lammens, el presidente de San Lorenzo, sea el candidato a jefe de Gobierno porteño, en vez del camporista Recalde, ex titular de Aerolíneas Argentinas. “Que no se queje Alberto, si a Lammens lo puso él”, dicen desde el camporismo duro. No es la única grieta que dejó el cierre en la Ciudad.

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La decisión de nombrar a la periodista Gisela Marziotta como compañera de fórmula de Lammens cayó mal en muchos de La Cámpora. Marziotta, dicen desde aquel rincón del ring, vino por pedido expreso del presidente del PJ porteño, el sindicalista Víctor Santa María, aliado íntimo de Fernández. El periodista Horacio Verbitsky, que viene de castigar duramente a Máximo Kirchner por su encuentro con el ex carapintada Santiago Cúneo, aprovechó la ocasión para volver a fustigar a quien, según él, fue uno de los causantes de su despido de Página/12. “Está ahí por ser amiga íntima de Santa María”, lanzó, en una declaración que cayó pésimo entre las filas del director general de Octubre, dueño del diario.

También Victoria Donda se molestó con el lugar en el que quedó. La política pensaba encabezar la lista a diputados por la Ciudad, pero Fernández se decidió por “Pino” Solanas. Ni siquiera le quedó el consuelo del segundo lugar: La Cámpora aprovechó y presionó para poner a la legisladora de su espacio e íntima de Andrés “El Cuervo” Larroque, Paula Penacca, en aquel puesto. La rekirchnerizada Donda terminó relegada al cuarto lugar en la fórmula. En Buenos Aires la batalla fue igual de intensa. Esta vez los ganadores fueron claros: Máximo Kirchner y los suyos, aunque desde ese espacio se defiendan asegurando que cederle el primer lugar a Massa era parte de “una estrategia de Alberto”, y que Axel Kicillof no responde al hijo de CFK ni a Fernández, sino a la propia ex presidenta. “Es para copar el Congreso, pero al Gabinete lo va a armar Alberto”, conceden en La Cámpora, sin demasiada convicción.

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Campaña. El avión está a punto de despegar. En la puerta 1 de Aeroparque, los empleados de Aerolíneas Argentinas ya repitieron un par de veces por el altoparlante el último aviso para el candidato a presidente, para su pareja Fabiola Yáñez y para Santa María. Son los únicos que faltan en el vuelo 2750 a Posadas. Al mediodía hay un acto del Frente de Todos donde el principal orador será el hombre que está a punto de perder el avión.

“El Chino” Navarro espera en la puerta junto a los empleados de Aerolíneas. Toma su teléfono, llama, corta. Charla. Hay tensión en el ambiente hasta que Alberto aparece. A pesar del apuro, se hace un tiempo para saludar y hasta para sacarse selfies con los pasajeros de otros vuelos que escucharon su nombre por el altoparlante. Luego sí, muestra su pasaje y entra a la manga.

En su entorno ya saben que sin la estructura del kirchnerismo la campaña de Alberto será precaria. A los ponchazos. “Ni siquiera tiene chofer”, cuenta una fuente de su entorno. Al menos por ahora, el candidato se ocupa de todo. “Por eso está tan estresado”, agrega la misma fuente. Desde que Cristina lo llamó a su departamento para contarle que lo pondría a él a liderar la fórmula K, Fernández está intentando adaptarse a su nueva realidad. No la vio venir y eso le pasó factura los primeros días, cuando debió ser internado por una “inflamación pleural”, según el parte médico.

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El cansancio comenzó a notársele en su cara, junto a algunos kilos que sumó por la mala alimentación, y sus compañeros le llamaron la atención: le pidieron que cuide su salud y coma mejor. En ese entorno no sólo están preocupados por el físico del candidato. “No se puede entender que estemos todos en un esfuerzo de apertura y vengan Máximo y los suyos y nos llenen la lista de esta manera. Esa idea gurkha del 'vamos por todo', de que son la vanguardia, es lo que nos hizo perder en 2015”, cuentan con resquemor.

Alberto intenta, cuando puede, buscar momentos de respiro de la política para contrarrestar el torbellino que se produjo desde que anunciaron la fórmula. Más de una vez, yendo o volviendo de un acto o de un programa de televisión, pide parar a comer en cualquier lado para abstraerse aunque sea un rato de la realidad, a pesar de lo que exija su agenda. El sábado 29 de junio, por ejemplo, mientras Cristina Kirchner presentaba su libro en Chaco ante miles de personas, Alberto fue con Leandro Santoro a almorzar a la tradicional pizzería porteña Las Cuartetas.

El entorno del candidato del Frente de Todos es chico, por eso busca que cada uno de sus colaboradores sea de su mayor confianza. Así sucedió con María, su histórica secretaria. Fue quien lo acompañó en su estudio jurídico primero y luego, junto a su hermana Vanina, desembarcaron en la Casa Rosada cuando él fue jefe de Gabinete. Ahora está de nuevo a su lado para esta nueva etapa.

El refugio de Alberto es su departamento de Puerto Madero, donde pasa tiempo con su novia, Fabiola. “Está muy enamorado de esa chica. Hace de todo por ella, y hasta que lo nombró CFK, toda su libido estaba en ella”, cuenta uno de sus mejores amigos sobre la periodista que conoció en 2013.

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Si bien en su entorno aseguran que el candidato K “no quiere aviones privados ni otras cosas por el estilo para no alejarse de la gente”, lo cierto es que hasta ahora los recursos de su campaña no dan para demasiados lujos. El 31 de mayo, cuando fueron a Uruguay a visitar al ex presidente José “Pepe” Mujica, lo hizo en Buquebus. Todos los que lo acompañaron pagaron sus pasajes y viajaron en la cabina con cientos de personas que cruzaban hacia Montevideo. Eso, claro, conlleva un peligro: está expuesto constantemente a los escraches. “Encima es muy calentón”, cuenta uno de los que participaron de ese viaje. Un dirigente peronista debió frenarlos a Alberto y a Felipe Solá para que no se enfrenten a unos pasajeros que les gritaron insultos referidos a la corrupción K. “Iba a ser un papelón”, completó.

El hijo. Al entorno de Máximo le gusta contar una anécdota para escenificar el nuevo rol protagónico del líder de La Cámpora. Dicen que en una reciente cena entre importantes empresarios y algunos políticos, los primeros empezaron a interrogar a los otros sobre la “personalidad” de Máximo. “¿Es un genio o es un boludo?”, decían, parafraseando una famosa tapa de NOTICIAS de 2015. El que se encargó de responder fue José Ignacio de Mendiguren, diputado y dirigente industrial. “Miren, si regalándole una PlayStation a mi hijo va a salir ‘tan boludo’ como algunos ven a Máximo, le voy a comprar dos”, contestó “El Vasco”, con ironía.

Así se vive la realidad hoy en La Cámpora: vamos por todo, otra vez, y con el capitán a la cabeza. La lucha interna de Máximo por poder no es sólo con Alberto. Por momentos, su mejor aliada se convierte en rival. Porque este cierre de listas terminó de erigirlo como un verdadero hombre influyente dentro del kircherismo, y eso le valió tener que enfrentarse a la verdadera dueña de los votos, su mamá.

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Es que mientras Máximo se reunía con Sergio Massa para acercarlo y negociaba posiciones en las listas, Cristina decidió que el candidato a gobernador sería Axel Kicillof. Lo hizo sin consultárselo, para ocupar ese lugar antes de que su hijo cerrara algún acuerdo por su lado. Lo sorprendió. Esos gestos de la ex presidenta, y las diferencias políticas con Alberto, le mancillan la autoridad al joven dirigente que, según varios en el armado, piensa en un futuro en el sillón de Rivadavia.

En el fondo de la cuestión, los dos tiran para el mismo lado. Madre e hijo sueñan con convertirse en los líderes del Congreso, si ganan la próxima elección. Ella manejando los hilos del Senado y él, si ese lugar no va para Massa, como titular de Diputados. Pero en el día a día, la relación tiene tironeos. Una mezcla de confianza extrema y lucha por el poder: un cóctel peligroso. “El modo de ser de Máximo se emparenta más con Néstor que con Cristina”, dice una fuente que los conoce. Y, se sabe, la relación entre los ex presidentes era volcánica. Muchos de esos rasgos aparecen entre Máximo y la ex presidenta.

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Heridos. Los cruces en el kirchnerismo no son sólo entre sus líderes. Cuando Fernández aumentó su influencia en el espacio, intentó pasar su “escoba” y barrer a viejos enemigos. Uno de sus primeros apuntados fue el ex secretario de Comercio, Guillermo Moreno, con el que se llevaba pésimo durante la gestión. “Le hizo mucho daño al kirchnerismo, es todo lo que no hay que volver a hacer”, repite Fernández ante los suyos.

Moreno sabe que Fernández lo tiene cruzado y hasta le endilga la autoría intelectual de una reciente y dura columna de Verbitsky en su contra. “Alberto, que no es peronista, nos puso en la mira a De Vido y a mí. Yo por ahora no estoy injustamente detenido como Julio, pero si gana él...”, asegura en la intimidad el ex funcionario K, que luego de varias idas y vueltas no pudo presentarse a competir en estas elecciones. El ex ministro de Planificación comparte la visión de Moreno, y le dedicó una dura carta a Fernández desde la cárcel.

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El detenido dirigente piquetero Luis D'Elía fue otro que sufrió la furia K, aunque esta vez los instigadores fueron Larroque y los suyos. Cuando la gente de su partido, Miles, fue a sumarse al Frente de Todos, “El Cuervo” se los prohibió. D'Elía puso el grito en el cielo, aseguró que “le dieron un tiro en la nuca”, e incluso su gente amenazó con “contar todo” si no lo terminaban sumando. Días después del escándalo, Fernández se reunió con aliados del piquetero en el Instituto Patria para calmar las aguas y darles dos lugares a legisladores provinciales por Buenos Aires. A meses de las elecciones, todavía no hay paz en el kirchnerismo.

por Carlos Claá, Juan Luis González

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