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SOCIEDAD | 28-02-2020 17:58

Adiós a Mario Bunge: el filósofo incómodo

Una conmovedora despedida a Bunge escrita por el periodista que, durante 20 años, charló con él cada vez que vino al país.

En una sociedad donde los medios le llaman filosofía a las letanías deconstruidas de un profe con coleta, remera cooly pinta de rocker, o muchos confunden con filosofía las provocaciones de un obsecuente que colgaba frases de superación personal en su despacho en la Casa Rosada, no sorprende que la noticia de la muerte de Mario Bunge pueda ser la última oportunidad para descubrirlo. Al menos en la Argentina, ya que su obra es reconocida en ámbitos académicos de todo el mundo, más aún desde la publicación en ocho volúmenes de su Treatiseon Basic Philosophy (1974-1989), “la obra de filosofía más importante y ambiciosa del siglo XX”, según uno de sus mayores expertos, el Dr. Gustavo Esteban Romero.

Mario tenía su vida en Montreal junto a su esposa Marta. En los últimos años, ambos seguían con preocupación las noticias de Argentina. Mario fue testigo estupefacto del ascenso de Mauricio Macri: así, derrotar al neoliberalismo fue para él la gran batalla pendiente. En esa carrera llegó a cuestionar su pasado gorila, pese a lo mal que la pasó durante el gobierno de Juan Perón, que lo persiguió por opositor e hizo clausurar la Universidad Obrera Argentina, que Bunge había fundado a los 19 años. 

Para un filósofo cuya primera iniciativa editorial fue publicar una revista, Minerva (1946-47) para desenmascarar el nazismo, el existencialismo y el irracionalismo, no debió ser agradable tragarse la píldora de haber visto triunfar en todos los ámbitos donde hoy se enseña filosofía en la Argentina, a las corrientes inspiradas por Heidegger, Focault o Nietzsche. Pero Mario siguió adelante, construyendo el andamiaje teórico de su filosofía informada por la ciencia y dejando sus denuestos contra la superchería para los reportajes.

Conocí a Mario a fines de los '80, en la Feria del Libro de Buenos Aires, donde dio una charla que, lógicamente, causó una polémica tremenda: era la época en la que había gente que solo iba para enojarse por sus alegatos contra el psicoanálisis; si él no mencionaba el tema, no faltaba quien se lo preguntara. Aquella vez fui testigo de su fuerza de convicción y empecé a entender que Mario no era solo un pensador. Era un intelectual aguerrido, con un estilo apasionado y agitador, con una gran personalidad.

Le hice mi primera entrevista, a inicios de los '90. Fue en un contexto irrepetible, cuando junto a un grupo formado por gente procedente de diversas disciplinas –científicas y pseudocientíficas– fundamos el Centro Argentino para la Investigación y Refutación de la Pseudociencia (CAIRP). Mario había sido un gran fogonero de aquella iniciativa. No solo colaboró con nuestra revista, El ojo escéptico (1991-1996), sino que promovió la idea de que las organizaciones dedicadas a batallar contra los fraudes y engaños contra la credulidad pública debían desplazar su foco interés desde los cazadores de ovnis o yetis a la política y la economía.  Así, las quimeras a espaldas del grueso de la sociedad cocinadas por los ideólogos del libremercado debían ser reemplazadas por una democracia integral. Mario no fue un utopista. Pero afirmaba que es posible socializar a todos los sectores de la sociedad, ampliando el Estado liberal y benefactor “para construir una democracia con socialismo, cooperativista e integral”, que asegure los viejos ideales de libertad, igualdad y fraternidad con el agregado de participación e idoneidad. Dio a conocer su propuesta en “Filosofía política”(Gedisa, 2009), un libro reseñado en publicaciones españolas o mexicanas e ignorado por las argentinas, como la Revista Latinoamericana de Filosofía Política.

Por más de veinte años nos reunimos cada vez que volvió al país. Así confirmé que su prédica, su ética, su apuesta por valores como el altruismo y la solidaridad, estaba indisolublemente ligada a su calidad humana, porque además fue un tipo atento, generoso y gentil.

En 2014, llevé a mis hijas al seminario que daba en  Ciencias Exactas. Les encantó saber que Mario no tomaba exámenes: para aprobar pedía una monografía y una exposición oral. Aquella vez le pregunté cuál fue la mayor satisfacción de su vida. No me contestó el filósofo,  el físico-matemático ni el autor de 76 libros. Me contestó el padre. “Educar a mis hijos”, me dijo.
Yo recordaré a Mario como el filósofo que me enseñó que no es profunda la oscuridad.

por Alejandro Agostinelli, editor de FactorElBlog.com

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