Salió de la nada y a la nada vuelve. Jeanine Áñez irrumpió en la historia inesperadamente y allí, en la historia, ha comenzado a disolverse velozmente. No dejará marca alguna. El suyo será un capítulo breve, casi anecdótico.
Quizá procurando dejar una señal de su paso por el poder, usó la ONU para pronunciar un discurso que retumbe. Si la presidenta interina de Bolivia hubiera dicho lo esperable en ese foro, donde la mayoría de los gobernantes se ciñen a la corrección política de sus respectivas posiciones ideológicas, o hubiera caído en el lugar común de denunciar a alguno de los regímenes denunciables, como el de Venezuela, su discurso habría pasado tan inadvertido como la mayoría de los discursos. Pero Áñez denunció al gobierno de Argentina y tuvo repercusión en la región.
En la asamblea anual de Naciones Unidas no es común que Argentina aparezca como blanco de denuncias. Por eso Áñez logró la atención del continente durante los minutos que duró su intervención. También los bolivianos depararon en ella, pero más atención le habían prestado en la aparición inmediata anterior, cuando anunció que renunciaba a la postulación presidencial.
Era lo único que le quedaba hacer para que se fijaran en ella. Aunque no de manera significativa, su anuncio alteraría el tablero que mostraban las encuestas. Teóricamente, ese pobre 8% que tenía debía canalizarse hacia Carlos Mesa, el enemigo de Evo Morales mejor posicionado, o en su defecto repartirse entre ese ex presidente y el líder cruceño Luis Fernando Camacho. Pero se repartió entre Mesa y Luis Arce, el candidato del MAS, probando que provenían de sectores sin posición política consiente y consistente.
Sólo le quedaba usar la última tribuna que se cruzaría en su camino para hacerse escuchar y, en alguna medida, lo logró atacando al gobierno de Alberto Fernández en la ONU. ¿Tiene razón al hablar de injerencia argentina para apoyar a la violencia promovida por Evo Morales? Tiene una porción de razón, pero le falta autoridad moral y legitimidad para sostenerla.
Hubo declaraciones del subsecretario de Obras Públicas Edgardo Depetris que implicaban tomar partido. Además, cuando Morales llegó al país, el canciller Felipe Solá dijo que se le pediría no hacer declaraciones políticas sobre su país. Y resulta evidente que hizo declaraciones y tuvo actividad política; mucha. También que esa actividad incluyó promover actos violentos, como el bloqueo de ciudades a pesar de las trágicas consecuencias que puede tener en plena pandemia.
El problema de Jeanine Áñez es que llegó a la presidencia montada en una ola de violencia impulsada para sacar del poder a Evo Morales y, convertida en gobernante interina, no hizo investigar los linchamientos a funcionarios del MAS y dejó en la impunidad a quienes incendiaron viviendas de miembros del gobierno izquierdista y tomaron a familiares como rehenes para obligarlos a renunciar.
Esa barbarie ocurrió ante los ojos de Bolivia y el mundo. Sin esas hordas alentadas por el liderazgo ultraconservador que encabeza Camacho en Santa Cruz, Áñez jamás se habría convertido en la presidenta interina. Incluso es posible afirmar que fue el dirigente cruceño quien la colocó en la presidencia, porque él no tenía ningún argumento institucional para asumir el cargo tras la caída de Evo. En realidad, ella tampoco lo tenía, pero al menos ocupaba la vicepresidencia segunda del Senado. Además, no tenía fuerza propia, por lo que sería el títere perfecto.
El plan de Camacho quedó a la vista cuando Áñez entró al Palacio del Quemado levantando la Biblia que él había enarbolado al iniciar en Santa Cruz de la Sierra su marcha hacia La Paz para derrocar a Evo Morales. Enarbolar ese libro y hacer una suerte de exorcismo en el edificio presidencial para “ahuyentar a la Pachamama”, fueron las señales que la identificaban como instrumento de Camacho, aunque poco después se embriagara de poder y decidiera independizarse y candidatearse.
Aunque no lo haya dicho en su discurso en la ONU, lo que más indigna a Áñez del gobierno argentino es que no la reconozca como presidenta de Bolivia. Pero es un problema objetivo: su legitimidad en el cargo es por demás discutible.
No era ella quien seguía en la línea sucesoria habiendo renunciado el presidente, su vicepresidente Alvaro García Linera y también Adriana Salvatierra, la presidenta del Senado, presionados todos por ataques a familiares. Quedaba aún la vicepresidencia primera de la Cámara Alta, así como otras instancias antes que una ignota senadora del Departamento de Beni, con una representación ínfima y una vicepresidencia segunda, pudiera ser designada de manera intachable. Si se pudo, fue porque el Congreso estaba rodeado de barricadas con manifestantes violentos que le impidieron llegar a los legisladores del MAS.
Los impulsores de esa ola de violencia que la depositó en la presidencia interina fueron los verdaderos dueños del poder, hasta que la testaferro del cargo decidió adueñarse y, además, permanecer en él legitimada por las urnas.
La había deslumbrado la visibilidad que le había dado el cargo, pero las encuestas pronto le mostraron la realidad: su peso político es nulo. Por eso se adelantó a Camacho en abandonar la candidatura.
Quizá Mesa, en caso de que pudiera vencer al candidato del MAS, le recompense con algún cargo ese paso al costado. El renunciamiento de Áñez le sumó casi por igual que a la fórmula Arce-Choquehuanca, pero generó presión sobre Camacho y los demás candidatos de la vereda contraria al MAS, donde la única candidatura que vale la pena apoyar es la de Carlos Mesa.
El hecho es que la vaporosa presencia de Jeanine Áñez en la política ha comenzado a difuminarse. Fue un viento de furia política el que la arrastró accidentalmente hasta la cumbre del poder. Luego, todos los que quieren clausurar la “era Evo” antepusieron sus codicias y negligencias, atomizando al espacio que va desde el centro hasta la derecha religiosa. Y esa señora joven que de rebote se había convertido en la segunda mujer que ocupó la presidencia de Bolivia después de Lidia Gueiler, empezó a leer “game over” en su candidatura.
Salió de la nada y a la nada vuelve. Como si, parafraseando el tango, la historia le susurrara “una sombra ya pronto serás”.
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