Thursday 28 de March, 2024

MUNDO | 06-03-2021 11:41

Cómo poner fin a la impunidad que Trump otorgó a Mohamed bin Salmán

Joe Biden busca apartar al heredero del trono saudí, responsable del asesinato de Jamal Khashoggi, sin dañar la relación entre Washington y Riad.

Por todos lados encuentra cuadraturas de círculo. Por caso ¿cómo cumplir el acuerdo para salir de Afganistán en mayo, sin que vuelva el totalitarismo teocrático y brutal de los talibanes?

El acuerdo firmado por Trump con los líderes del talibán es malo y logró muy poco en materia de pacificación. Pero no hay una salida. Romper el acuerdo y mantener marines en el país centroasiático, implica para Estados Unidos seguir empantanado en una guerra imposible de ganar, mientras que cumplir el pacto y retirarse implica perder lo logrado en veinte años de conflicto.

En varios puntos del planeta, Joe Biden debe elegir entre opciones espantosas. Uno de esos nudos gordianos está en Arabia Saudita. ¿Cómo poner fin a la impunidad que Trump otorgó a Mohamed bin Salmán en el atroz asesinato de Jamal Khashoggi, sin dañar una relación con valor estratégico para Washington?

Mantener la política de complicidad con el príncipe heredero que había aplicado el magnate ultraconservador, vuelve absurdas las sanciones y presiones de Estados Unidos a regímenes como el que impera en Venezuela. Tampoco podrá exigir a Vladimir Putin que cesen los asesinatos, envenenamientos y encarcelamientos de enemigos políticos.

La apuesta de Biden para resolver la cuestión saudita sería lograr que el príncipe Mohamed deje de ser el heredero del trono y el hombre fuerte del reino. El desafío del presidente es lograr que esa monarquía oscurantista acepte que un acontecimiento como el ocurrido en el consulado saudí de Estambul en el 2018, debe modificar la estructura de poder de manera inexorable.

No puede ocurrir un hecho tan atroz sin que haya consecuencias. Pretender lo contrario es asumirse ante el mundo como un régimen criminal que obliga a sus aliados a ser cómplices.

En rigor, no hacía falta una investigación de la CIA para ver la culpabilidad del príncipe en el brutal asesinato del disidente. Aunque los agentes del ISI (servicio de inteligencia turco) no hubieran plagado el consulado de micrófonos con los que registraron lo ocurrido, no hay otra posible interpretación de lo que sucedió adentro del edificio consular.

El sentido común señala a Mohamed Bin Salman como el autor del crimen y la desaparición de la víctima, cuyo cuerpo habría sido descuartizado. Si un grupo de hombres entró al consulado horas antes que lo hiciera Khashoggi, incluso en el caso de que no fuesen agentes del Iztakhbarat (aparato de inteligencia saudí) sólo podían ser enviados por el poder que impera en Riad. Y el poder que impera en Riad es Mohamed Bin Salmán.

Posiblemente, el plan era secuestrar y llevar a Khashoggi al país árabe. Pero si esos agentes enviados por el príncipe heredero mataron y descuartizaron al disidente que llevaba años residiendo en los Estados Unidos y escribiendo en The Washington Post, es porque tenían esa orden en caso de que se les dificultara el plan A.

Las escuchas del ISI y las investigaciones de la CIA no hacen más que corroborar lo que señala el sentido común.

La pregunta es qué busca Joe Biden con la desclasificación del informe de la CIA. Desde un primer momento, la principal agencia norteamericana de inteligencia hizo trascender que todas las evidencias apuntan al príncipe que gobierna el mayor reino arábigo. Lo que hizo Biden es hacer oficial lo que ya se sabía, convirtiéndolo en un mensaje.

Ese mensaje está dirigido al príncipe que gobierna y a su padre, que reina. El mensaje advierte que semejante asesinato, tan visibilizado en el mundo, no puede quedar impune. Sin embargo, las sanciones que el presidente norteamericano ha implementado a modo de castigo están lejos de equipararse a la gravedad del suceso. De hecho, si al crimen lo ordenó quien ejerce el poder, se trata de un crimen de Estado, por lo tanto es al Estado saudita al que debió sancionar Estados Unidos. Pero no hubo sanciones al país. Ni siquiera sancionó al príncipe acusado. Sólo hubo sanciones para gente de su entorno que se supone relacionada con el brutal asesinato.

Aún así, la decisión del jefe de la Casa Blanca implica un giro copernicano en la política seguida hasta el momento, porque su antecesor había optado por la complicidad con el responsable del crimen.

Donald Trump había cajoneado el informe de la CIA y había utilizado su influencia como presidente de Estados Unidos para que ni Arabia Saudita ni el príncipe que la gobierna, fuesen sometidos a sanciones y aislamiento internacional.

De haber ganado la reelección, Mohamed tendría asegurado el encubrimiento de la Casa Blanca por al menos cuatro años más.

Haber dejado atrás la política de la complicidad, colocando nuevamente en el centro del debate el asesinato perpetrado en el 2018, es un paso gigantesco de la administración demócrata. Pero está claro que no alcanza para que el crimen no quede impune.

Biden no busca que el heredero del trono saudí sea castigado con una pena acorde al delito cometido. Lo que quiere es impedir la impunidad total. El límite que encuentra para su modesto objetivo, es la importancia económica y el valor estratégico que tiene el reino más grande la Península Arábiga. Flotar sobre mares de petróleo justo frente a Irán y ser archi-enemigo del régimen de los ayatolas, le da al país de la familia Saud un poder muy grande, que hasta ahora siempre logró impunidad para sus crímenes.

El problema con el “caso Khashoggi” es su visibilidad a nivel mundial. Por esa exposición es que la administración demócrata apuesta a evitar sanciones directas al Estado y a su líder actual, pero logrando que el padre de ese líder, el rey Salmán bin Abdulaziz al Saud, use sus últimas fuerzas como titular de la corona removiéndolo en la línea sucesoria.

La jugada de Biden sería que Mohamed sea reemplazado como sucesor y como actual hombre fuerte del reino. Intenta convencer al viejo monarca árabe, que había sacado a su sobrino Mohamed bin Nayed como heredero, que ahora debe restituir la línea sucesoria alterada por intrigas palaciegas, o elegir como sucesor a otro de los tantos príncipes que tiene la multitudinaria dinastía Saud.

El paso al costado y el ostracismo es lo mínimo que puede tener como destino Mohamed bin Salman.

¿Podrá Joe Biden convencer al rey anciano de la conveniencia de apartar del poder al príncipe que tiene sangre en las manos?

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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