"Los Beatles inventaron la juventud”, dijo Charly García. Bella y reveladora metáfora sobre la rebelión juvenil por la cual las generaciones del '60 y '70 se diferenciaron de sus mayores en la idea del mundo y la libertad, que expresaban hasta en la forma de vestir y el largo del pelo.
Mao Tse-tung llamó Revolución Cultural al uso político de otro rasgo de la juventud (la propensión al fanatismo) para lanzar una cacería de brujas contra todos los que él consideraba enemigos de sus ideas. Pero una ola de represión ejecutada a través de un ejército de jóvenes no es una revolución cultural.
Las auténticas rebeliones generacionales tienen causas culturales, porque las mentes menos formateadas por tradiciones, costumbres y religiones absorben lo nuevo con más facilidad y lo ponen en choque con lo establecido.
Movimientos rupturistas como el surrealismo germinaron en las mentes menos ocupadas por herencias culturales. Desde el Mayo Francés de 1968 hasta el hipismo, el rock y el arte psicodélico fueron causa y consecuencia de generaciones que se rebelaban contra lo establecido y se diferenciaban de sus mayores en la idea de libertad, en la forma de usar la imaginación y la creatividad y hasta en la estética personal.
El antecesor más remoto está en la antigua Grecia. Los jóvenes atenienses ricos celebraban banquetes los días de ayuno y recogimiento en honor a los dioses y héroes establecidos por la mitología y por los relatos de Homero.
Aquellas manifestaciones podían acabar en desbordes, como el día del año 415 AC, cuando, en el peor momento de la guerra del Peloponeso, hordas de jóvenes destrozaron las estatuas “sagradas” que “protegían” la polis. Los mayores se espantaban ante las burlas a las tradiciones y los cultos ancestrales.
La rebeldía juvenil en aquella Atenas era una cuestión cultural: la consecuencia de la irrupción de los filósofos y los sofistas enseñando el razonamiento lógico y, por ende, poniendo en duda todo lo que se basaba hasta entonces en costumbres y creencias.
No existe ningún vínculo entre las rebeldías que escandalizaban a padres y abuelos, con las manifestaciones que hoy ponen en peligro la vida de padres y abuelos.
El choque generacional que se expresaba a través de insurrecciones artísticas y barricadas, no es antecesor de las fiestas clandestinas y demás aglomeraciones protagonizadas principalmente por jóvenes en todo el mundo. Estas manifestaciones, en el marco de una pandemia cuyos picos acrecientan las muertes, las convalecencias graves y los derrumbes económicos con masivas pérdidas de puestos de trabajo multiplicando la tragedia, no tienen explicación cultural sino biológica.
La relación que tienen con la edad es puramente biológica. En los jóvenes hay más instinto gregario y excedente de energía, rasgos que declinan con el tiempo.
Lo que expresan las fiestas clandestinas y las aglomeraciones en playas y balnearios, no es rebeldía. Expresan indolencia. Una oscura y devastadora indolencia hacia “el otro”.
La rebelión contra las medidas sanitarias es a escala mundial y no distingue culturas y niveles de desarrollo. Por cierto, no son todos los jóvenes ni son sólo jóvenes los que actúan de ese modo. Gente de todas las edades viola las reglas necesarias para atenuar las muertes, convalecencias graves y daños económicos causados por la pandemia. Pero en todos los países los jóvenes son la porción mayor de los que rompen el distanciamiento social de forma deliberada.
Las aglomeraciones juveniles que generan focos de contagio tienen explicación. Pero que sean explicables no significa que sean justificables. A esta altura de la pandemia nadie desconoce sus consecuencias trágicas. Aunque no sea la única causa, cada foco de contagio producirá una ola de infecciones que causará muertes, internaciones y crisis económicas que fundirán empresas, aumentando el desempleo y multiplicando sufrimientos.
Ya nadie desconoce esa realidad. Por eso el mundo está ante una postal desoladora de la naturaleza humana.
Además de muertes, las epidemias “desnudan las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”, es la frase que atribuyen a Camus y que posiblemente jamás escribió ni dijo el autor de La Peste. Las fiestas clandestinas son un “espectáculo horroroso”.
La magnitud de los males que provocan las olas de contagios es tan grande que la indolencia que los causa alcanza niveles criminales.
Que el crimen se cometa bailando en fiestas o amontonándose en balnearios, genera confusión. A simple vista, son eventos que no parecen cuadrar en la categoría de crimen.
Sin embargo, enfocadas desde sus consecuencias, no cabe duda de que son acciones criminales.
Por eso es un error por negligencia, demagogia o complicidad calificarlas de actos “irresponsables”. No es una cuestión de responsabilidad. Quien actúa de tal modo aún sabiendo que puede ocasionar muertes y otros males, empezando por su propia familia, no es irresponsable sino algo peor.
Se comportan como cómplices las dirigencias que se niegan a señalar el carácter aberrante de esas conductas.
Los dirigentes que las justifican y colocan toda la culpa en errores y estropicios cometidos por gobiernos, son cómplices de las aglomeraciones indolentes porque, por negligentes y corruptas que sean las actuaciones de los gobernantes, no justifican apañar la indolencia criminal que trae muerte, dolor y pobreza. Pero se equivocan los que culpan a la juventud. El error está en hablar de “los jóvenes” como si fueran de otra especie. Lo que por razones biológicas se manifiesta más en ese sector de la sociedad, es un rasgo oscuro de la naturaleza humana.
El comportamiento que hace estragos en el escenario de la pandemia revela un rasgo que está en todas las edades, aunque se manifieste con mayor intensidad en los jóvenes.
En la actitud social frente al Covid la diferencia no es moral. Los mayores no tienen más ética y más solidaridad con el otro, sino más años y más fragilidades. La manifestación de la indolencia con la vida y sufrimiento de otros es directamente proporcional al instinto gregario y al excedente energético de las personas.
Los que se aglomeran en balnearios y en fiestas clandestinas no son jóvenes en el sentido que “inventaron” Los Beatles. Sólo son horrorosamente humanos.
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