Tuesday 18 de November, 2025

MUNDO | 30-10-2025 11:52

El vendedor global: el Trump de la inteligencia artificial

Jensen Huang convirtió a Nvidia en un fenómeno global sin parecer un CEO: su estilo performático redefine el poder corporativo.

Jensen Huang no es un CEO. O al menos no lo es en el sentido convencional. No se viste como uno, no habla como uno y tampoco actúa como uno. No necesita parecer serio, técnico o sobrio para que lo tomen en serio: le basta con ser él. Su figura se aleja de la discreción calculada de Tim Cook, de la precisión de Sundar Pichai, del estilo nerd de Sam Altman o de la falsa espontaneidad de Mark Zuckerberg. Huang no es un ingeniero en un puesto de gestión: es un vendedor en la cima del mundo. Y en ese rol se parece más a Donald Trump que a cualquier otro personaje del universo corporativo.

No es grosero ni comparte ideas políticas o discursos. Se parece por estructura: ambos construyeron su poder desde la performance. Venden. Y ambos entienden que promocionar no es solo colocar un producto, sino crear una narrativa, capturar la atención, diseñar una escena donde el foco esté siempre sobre ellos.

Trump vendió torres, universidades, reality shows, candidaturas y, finalmente, una presidencia. Huang vende chips, pero no chips como componentes técnicos, sino chips como destino nacional, como símbolo de soberanía, como promesa de futuro. Su estrategia consiste en viajar por el mundo proclamando que cada país debe tener su propia inteligencia artificial, mientras les ofrece los componentes clave para construirla. Les dice que deben ser autónomos mientras les vende dependencia. Les dice que deben dejar de ser tomadores de IA para convertirse en hacedores, pero todos los caminos del hacer pasan por Nvidia. Es un juego de espejos donde la libertad se ofrece envuelta en monopolio.

Nvidia

El estilo es inconfundible. Huang reparte inversiones como quien reparte premios en un programa de televisión. En Londres anunció, uno por uno y en vivo, millones de libras para startups británicas, en un acto que cruzó la frontera entre el marketing, la diplomacia y el espectáculo. Agradecimientos públicos, emoción fingida o real, aplausos programados. Como Trump, Huang entiende que la percepción lo es todo. Que no se trata de lo que uno dice, sino de lo que la gente siente cuando uno lo dice. Que el valor no está en la cifra, sino en el acto de entregarla en público, con énfasis, con nombre y apellido, frente a las cámaras.

La clave de ambos es la teatralización de la abundancia. No importa si las inversiones ya estaban planeadas, si los proyectos tardarán años o si se cumplen a medias. Lo que importa es la impresión: el instante en que el vendedor te mira y te hace sentir que está apostando por ti, que te eligió y que sos parte de algo grande. Esa es la esencia de la venta total: no el producto, sino el efecto.

Huang, como Trump, tampoco se somete a los códigos de vestimenta del poder. No usa traje y corbata ni pretende parecer un banquero o un académico. Se mueve con campera de cuero, con remeras negras, como quien no tiene que pedir permiso. Su autoridad no proviene del protocolo, sino del magnetismo. Es el líder que no necesita justificar su liderazgo porque ya está en el centro del escenario. Y ese escenario no es Silicon Valley: es el mundo entero. En Dubái, Londres, París o Beijing. Huang es un símbolo más que un ejecutivo.

Nvidia

Ambos apelan a la épica. Trump promete la restauración de la grandeza de Estados Unidos; Huang presagia dar poder a los países para no quedar fuera del futuro. Ambos construyen urgencias: el miedo a la decadencia, al atraso, a no subirse a tiempo al tren del progreso. Y ambos aparecen como la única respuesta posible.

Incluso sus detractores los validan, porque cuanto más se los critica, más se habla de ellos. No se puede hablar del tema sin hablar del personaje, y todo gira alrededor de su figura. Ellos mismos moldean el discurso: con frases provocadoras, con posturas audaces, con afirmaciones imposibles de ignorar. Cuando Huang dijo que China está a “nanosegundos” de alcanzar a EE. UU. en chips, no importó si era cierto: lo relevante era que se hablara de eso.

La historia de Nvidia es única, sí. Pero lo verdaderamente único es cómo Huang transformó un producto técnico en un producto emocional. Nadie compra una GPU. Lo que los gobiernos compran cuando firman con Nvidia es la idea de estar en carrera. Lo que compran es el miedo a quedarse atrás y la ilusión de hacer algo para evitarlo. Huang les vende alivio y acción, con una narrativa donde ellos también importan; igual que Trump.

Trump vendía la idea de que la gente común volvía a tener el control. Huang vende la idea de que los países medianos vuelven a tener agencia tecnológica. Ambos capitalizan el resentimiento contra las élites técnicas o geopolíticas que monopolizan el acceso, y ofrecen acceso —con condiciones, claro—.

No es que Huang copie a Trump con su estilo grosero o sus ideas. Lo que comparten es otra cosa: una forma de habitar el poder desde el espectáculo, desde la personalización y la centralidad absoluta del “yo”. Y esa forma, en un mundo donde la atención es la moneda más escasa, puede ser más eficaz que cualquier plan estratégico.

Huang no necesita ser Trump: le basta con ocupar ese lugar simbólico en el mundo corporativo. El del vendedor que convence, que irrumpe y transforma cada operación en una historia, cada reunión en una escena, con un anuncio envuelto en épica. Y lo hace con una sonrisa, con una campera negra y con un chip que dice que es el futuro.

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Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

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Mookie Tenembaum

Mookie Tenembaum

Analista internacional, autor de Desilusionismo.

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