Friday 26 de July, 2024

MUNDO | 14-08-2020 12:09

Hezbolá y las otras razones tras la renuncia del gobierno libanés

El interminable laberinto en el que deambula un estado fallido explica la explosión que devastó a Beirut la semana pasada. Oportunidad para los extremismos de pasar al frente.

El primer ministro de Líbano, Hassan Diab, anunció el lunes la dimisión de todo el gobierno en medio de la crisis provocada por la masiva explosión que devastó la capital del país la semana pasada. "Hoy respondemos al deseo de los ciudadanos de exigir transparencia a quienes han sido responsables del desastre que ha estado oculto durante siete años y a su deseo de un cambio real. Frente a esta realidad... anuncio la dimisión de este gobierno", sentenció Diab.

Beirut contaba la semana pasada los muertos y empezaba a tener una idea de la devastación, al tiempo que comprendía que cualquiera de las hipótesis posibles sobre la explosión confirma que el Líbano sigue atrapado en su oscuro laberinto. Deambula errático por sus intrincados pasillos desde que estalló la guerra civil que lo desangró durante quince años y que nunca terminó del todo. Al fin de cuentas, una de las fuerzas beligerantes no cumplió con el desarme impuesto en el Acuerdo de Taif, que marcó el cese de los combates. Por eso sobre los libaneses imperan dos estados superpuestos: el Estado libanés y Hezbolá, el partido-milicia que nunca entregó sus armas sino que, por el contrario, incrementó su poder de fuego hasta niveles equiparables al de ejércitos nacionales del Oriente Medio.

Muchos pensaron en Hezbolá cuando Beirut aún temblaba estremecida por la explosión. Y las hipótesis que se esparcieron como el atronador rugido que se escuchó hasta en la isla de Chipre, siguieron multiplicándose después que la nube que cubrió la ciudad se disipó sobre los escombros.

Cualquiera de esas hipótesis, hasta las que sostienen que se trató de un accidente, muestran la intemperie en la que se encuentran los libaneses. En definitiva, si en el almacén N° 12 del puerto se acumulaban 275 mil toneladas de nitrato de amonio incautados a un barco ruso en el 2014, se confirma lo que el día anterior a la explosión había sostenido el canciller Nasif Hitti al presentar su renuncia: el Líbano es un “estado fallido”.

Que en un puerto situado junto a un núcleo urbano, hubiese durante seis años semejante cantidad de un compuesto químico tan altamente explosivo, sólo puede ocurrir si los gobiernos de la ciudad y del país son increíblemente inútiles y negligentes. Y esto ocurre porque hay dos estados superpuestos que se neutralizan entre sí.

Hezbolá es un Estado dentro de otro Estado al que, como una infección, vuelve ineficaz y obtuso. Dos estados superpuestos equivalen a ningún Estado. Y esta es la realidad del Líbano en la hipótesis del incendio accidental que hizo detonar material químico incautado, o en cualquiera de las otras hipótesis.

Una de ellas plantea que, en efecto, lo que estalló fue una acumulación descomunal de nitrato de amonio, pero que el fuego que lo hizo detonar no fue accidental. En las numerosas posibilidades de atentados, una es que haya sido Hezbolá con el objetivo de enviar un aterrador mensaje a los jueces que estaban en vísperas de emitir su fallo sobre el asesinato de Rafiq Hariri en febrero del 2005.

Los cuatro acusados por el atentado que mató al magnate sunita anti-sirio que en ese momento ejercía como primer ministro, pertenecen a la organización militarizada que lidera Hassan Nasrala, por lo tanto, declararlos culpable implica de algún modo declarar culpable a Hezbolá.

También es posible que esa agrupación del chiismo radical haya sido la dueña del nitrato de amonio que se encontraba en el depósito 12 del puerto. Los expertos en explosivos de Hezbola ya han usado ese compuesto para producir explosivos. La bomba que causó la masacre en la AMIA era de amonal, cuyo componente principal es el nitrato de amonio.

Pero tampoco se puede descartar que Hezbolá no haya sido el autor, sino el blanco. El llamado Partido de Dios es la organización libanesa que más enemigos tiene dentro y fuera del país. En el plano interno, en las comunidades drusa, sunita y maronita hay sectores que culpan a partido-milicia de todos los problemas que llevan años entumeciendo la economía libanesa, hasta haberla sumido en la actual parálisis que empobrece a la sociedad. Incluso en la inmensa comunidad chiita del Líbano no todos se identifican con la organización del jeque Nasralla. Muchos adhieren al movimiento Amal, que lidera Nabih Berri y tiene posiciones más moderadas.

Además de los numerosos enemigos internos, Hezbolá acumula enemigos en el exterior. Israel es uno de esos enemigos, porque ya se ha enfrascado en duros enfrentamientos a través de la frontera que separa el Líbano de la Alta Galilea. También Arabia Saudita y Emiratos Arabes Unidos podrían haber financiado un ataque contra Hezbolá. O el Ejército Libre de Siria, la milicia sunita que enfrenta a Bashar al Assad y al aliado libanés del régimen de Damasco.

Tanto los enemigos libaneses como las milicias sirias que luchan contra las fuerzas del eje Teherán-Damasco-Hezbolá podrían haber provocado el incendio en los silos portuarios que causó la explosión del Depósito N° 12, si sabían que en ese lugar se almacenaban explosivos o un arsenal de Hezbolá.

Tampoco se puede descartar que, en lugar de un depósito de químicos decomisados a barcos foráneos, en ese depósito haya habido un arsenal. En ese caso, la potencia de la explosión revelaría que allí el partido-milicia no guardaba sólo fusiles Kalashnikov, balas y cohetes Katiusha como los que lanza cada tanto sobre las aldeas y Kibutz del norte israelí. Allí almacenaría armas de mayor envergadura.

Hezbola posee muchos mini-arsenales al sur del río Litani. Están diseminados en granjas, establos y hasta bodegas de casas familiares. Pero en el puerto de Beirut podría encontrarse el arsenal en el que guarda la artillería pesada y las ojivas y misiles que recibe de Irán para equipar a los combatientes libaneses en el escenario sirio y a los comandos enviados a combatir contra los hutíes en Yemen.

Pero son todas hipótesis. En un estado fallido no se puede descartar que una gran cantidad de químicos altamente inflamables hayan estado olvidados en un depósito durante seis años, hasta que un incendio accidental desató el infierno. Aún en ese caso, la cuestión es política y tiene que ver con ese leviatán compuesto de facciones que se reparten el poder en el Líbano.

En 1975, estalló la guerra civil porque se agotó la estructura étnica de repartición del poder que habían dejado los franceses al terminar su dominio colonial. Cada comunidad étnica creó su ejército. Los sunitas tuvieron milicias, los drusos crearon el brazo armado del Partido Socialista Progresista que lideraba Walid Jumblat, los chiitas moderados de Nabih Berri tenían la milicia Amal, los maronitas el ejército de la Falange cristiana que lideraban los Gemayel y los chiitas radicalizados crearon Hezbolá con la guía ideológica y militar de Irán.

El acuerdo de paz alcanzado en la localidad saudita de Taif, en 1989, hizo que al año siguiente cesaran los combates. Todos los grupos se desarmaron menos el Partido de Dios, que no sólo mantuvo su poder de fuego y su ejército, sino que acrecentó su capacidad militar.

Fue la teocracia persa la que convirtió a Hezbolá en una eficaz maquinaria de guerra y llevó su accionar más allá del territorio libanés. Sus brazos terroristas cometieron atentados brutales en distintos puntos del planeta, mientras sus combatientes enfrentaban a Israel y entraban en acción en la guerra civil siria y en el conflicto yemení.

La Fuerza Quds y su comandante, el general Kasem Soleimani, a quien desintegró un misil norteamericano en Bagdad, fueron artífices del poderío militar de Hezbolá, que es una de las razones de la interminable y trágica deriva libanesa.

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