Dos veces hubo rebeliones populares para tumbar gobernantes en Sri Lanka. En el país al que llaman “la lágrima de la India” porque eso parece su geografía en el mapa, la primera rebelión ocurrió en 1971, cuando decenas de miles de jóvenes salieron armados a derribar a la primer ministra, llamada por la prensa “la viuda llorona”. La segunda gran rebelión acaba de ocurrir: multitudes inundaron las calles de la capital, Colombo, para derribar al militar que ocupaba la presidencia.
En una paradoja de la historia, “la viuda llorona” se atrincheró en el palacio presidencial y enfrentó la sublevación propiciada por el Frente de Liberación Popular con una guerra de tierra arrasada que dejó entre cinco mil y diez mil muertos, mientras que, medio siglo más tarde, el teniente coronel que detentaba el poder huyó despavorido cuando una multitud invadió el palacio presidencial.
Gotabaya Rajapaksa no sólo huyó del edifico oficial asaltado por la turba; también escapó del país y envió la renuncia por mail desde Singapur. La mujer ama de casa que tuvo que hacerse cargo del liderazgo tras el asesinato de su marido, el fundador y líder del Partido de la Libertad, armó el desvencijado aparato policial-militar en tiempo récord para aplastar a sangre y fuego la violenta rebelión marxista, mientras que el militar que había sido ministro de Defensa no atinó siquiera a resistir la protesta pacífica que ocupó el palacio presidencial sin saquear ni romper nada.
No es la única curiosidad en este paralelo entre aquel levantamiento y la pueblada que acaba de ocurrir. En marzo de 1971 no existían razones objetivas para un estallido social ni para la sublevación izquierdista. A la isla por entonces llamada Ceilán, la gobernaba un frente izquierdista que incluía estalinistas y trotskistas, y tenía una economía socialista que daba pleno empleo y entregaba gratis generosas raciones de arroz a todos los habitantes.
Fue por una cuestión de época y por la naturaleza conspirativa de algunos grupos marxistas que se produjo la sublevación violenta a la que Sirimavo Bandaranaike, la “viuda llorona”, respondió con una represión genocida.
En cambio a Rajapaksa lo derribó un estallido social causado por condiciones objetivas: endeudamiento inmanejable con China, crecimiento del hambre porque la prohibición del uso de agroquímicos estropeó siembras en un país que exporta alimentos, creando una situación agravada por la caída de la importación de cereales provenientes de Ucrania y bloqueados por Rusia.
El turismo, la otra gran turbina de la economía, empezó a caer con los atentados de una metástasis de ISIS contra la minoría cristiana, y se derrumbó con la pandemia. La conjunción de males paralizando la economía y arrastrando al hambre a la población, causó el estallido que llevó a la multitud a invadir las sedes gubernamentales. Así acabó el poder del clan familiar que ganó la guerra al separatismo tamil.
Antes de independizarse de los británicos en 1948 junto con la India y Paquistán, Ceilán era conocida por el exquisito té que exportaba a buena parte del mundo. La mejor tierra para sembrar té está en el norte de la isla: la Península de Jafna. Pero los colonos ingleses sostenían que los mejores sembradores y cosechadores no eran los cingaleses, la etnia mayoritaria que profesa la religión budista, sino los campesinos del estado indio Tamil Nadu. Por eso promovieron la migración de tamiles al norte de Ceilán, donde tras la independencia la minoría tamil comenzó a promover la secesión.
Tigres de la Liberación Eelam Tamil fue la más poderosa de varias milicias separatistas de esa minoría de religión hinduista. Llevaban décadas peleando, hasta que en el 2005 llegó al poder Mahinda Rajapaksa, hijo de un prominente legislador y hermano mayor del teniente coronel Gotabaya Rajapaksa, a quién nombró ministro de Defensa. Esos hermanos declararon la guerra total a los Tigres tamiles y los aplastaron, ejecutando a Velupillai Prabhakaran, su líder.
Aquel éxito militar fue una de las razones por las que la mayoría cingalesa votó por Gotabaya Rajapaksa en 2019, convirtiéndolo en presidente. Pero esta vez, el militar perdió la guerra económica que le tocó librar, generando la situación calamitosa que derivó en estallido social.
Concluía de ese modo la segunda dinastía política de Sri Lanka. La primera fue la que inició, sin saberlo, Solomon Bandaranaike, el líder que creó un partido centrista en un país infectado de nacionalismo religioso (budista) y una gama exótica de marxismos.
Siendo primer ministro, un monje budista lo asesinó en 1959, dejando huérfano de liderazgo al Partido de la Libertad. Los dirigentes de esa fuerza política de tendencia socialdemócrata recurrieron a la esposa del líder asesinado, aunque carecía de carisma y experiencia. A la campaña electoral de la siguiente elección la hizo llorando la muerte del marido en los actos proselitistas. Por eso la prensa la llamó “la viuda llorona”. Lo increíble es que sus lágrimas la hicieron ganar, convirtiéndola en la primera mujer del mundo que llegó a jefa de gobierno. Poco después llegarían Golda Meir en Israel y en India Indira Gandhi.
Fue Sirimavo Bandaranaike quien rebautizó el país, que pasó a llamarse Sri Lanka. También fue la primer ministra con más tiempo en el cargo desde donde impulsó como figura política a su hija, Chandrika Kumaratunga, quien llegó a la presidencia en 1994 y la ocupó durante once años
Además de tener la silueta geográfica por la que la laman “lágrima de la India”, en la historia de Sri Lanka corren ríos de lágrimas. Las que lloraron por el asesinato de Solomon; las que derramó su viuda en los actos electorales y las que derramaron los familiares de los miles de jóvenes brutalmente asesinados por levantarse contra su gobierno.
La primera mujer que llegó al poder en una democracia, enfrentó una rebelión absurda. En un país donde todos comían tres veces al día y a nadie le faltaba vivienda, a su coalición con estalinistas y trotskistas le tocó enfrentar una rebelión violenta que tenía que ver con la época y con las sobredosis ideológicas, pero no con condiciones objetivas. Y ella la aplastó cometiendo un genocidio.
Medio siglo más tarde se produjo la siguiente rebelión en gran escala. Un estallido social causado por errores y condiciones objetivas puso en fuga al presidente, sepultando otra dinastía en “la lágrima de la India”.
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